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¡ayyy! Ventanita morada…

¡AYYY! VENTANITA MORADA…

“Nada que ver con Joaquín Pardavé, autor de esta canción, pero su título se prestó a esta remembranza que nos hizo viajar a un acontecimiento inolvidable un mes de febrero de los años 50’s., en pintoresca vecindad, allá en la Puebla de los Ángeles.

“Lo curioso de aquella vecindad es que podía mirarse desde la calle el bullicio que ahí se desenvolvía y eso la caracterizaba ---el zaguán permanecía abierto día y noche---. Quienes transitaban por ahí bien podían apreciar desde ahí lo que sucedía en su interior. No había morbo ni reclamos por fisgonear hacia adentro.

“Los inquilinos, en su mayoría laboraban como obreros textiles; otros tenían algún oficio, como don Pedrito, “El Chale”, papá de Tacho, que era mecánico automotriz; había también carpinteros, peluqueros, albañiles, abundaban de todo, ---los clásicos “siete oficios, catorce necesidades---.

“Qué maravilloso era disfrutar por las tardes todo el bullicio que emanaba del angosto, pero modesto patio de aquella vecindad. Lucía pintoresca. Sus inquilinos hacían lo suyo, dentro o fuera de sus aposentos, por ejemplo: Margarita, “la del chongo”, sacaba su banco de madera para sentarse a platicar con quien pasara o se le acercara, ya que su vivienda se encontraba exactamente a la mitad de la vecindad.

“A escasos metros de ahí, mero en el centro del patio mirábamos a Ángel, el hijo de Juanita, de aproximadamente treinta y cinco años de edad, de oficio panadero; con eso de que todas las tardes llegaba “empulcado”, se adjudicaba un bote de lámina de manteca vegetal, sentado sobre el mismo lo improvisaba como bongó y cantaba a todo lo que daba su ronco pecho.

“Lo que inolvidablemente también lucía maravilloso era mirar como los pequeños, en el patio, solían entretenerse con juegos de la temporada o correr por todas partes sin descanso. Las niñas se agrupaban para jugar lo propio de ellas. El ambiente de la vecindad se enriquecía con las rondas infantiles, además gritos, carcajadas y uno que otro llorido. Todo un folclor en esta populosa vecindad.

“Al fondo de la vecindad, se encontraba la vivienda número 21; habitada por Maguito, don Pedrito, “El Chale”, y sus dos menores hijos: Tacho y Clarita, quienes oscilaban entre los 8 y 14 años de edad.

“Pero difícil olvidar aquel suceso que inspiró la trama de este remembranza cuando Tacho, afuera de su vivienda y pegada a la pared, desde donde el alféizar de la ventana sobresalía, se le ocurrió tender una sábana a manera de toldo para improvisar y jugar a la “casita”.

“Como dice el refrán: “febrero loco y marzo otro poco”, porque en aquella ocasión el viento hacía de las suyas; había momentos en que arreciaba con tal fuerza que su toldo no se mantenía firme. Tacho, recordó que en el mercado algunos comerciantes hacían sombra para sus puestos sujetos y atados a garrochas, con mecates gruesos y bien templados, lo que el pequeño Tacho no tenía. Para esto, con dos otates (palos de escoba), amarró cada equina de la sábana, tensándolos desde la pared y dejando un tramo largo para sujetarla hacia algo pero no fue suficiente porque constantemente la sábana se volaba. Hizo varios intentos sin tener un resultado óptimo.

“Aparentemente desesperado, como la vecindad recientemente la habían construido, todavía por ahí se encontraban ladrillos y piedras del material de construcción, lo que Tacho, aprovechó; entonces se le ocurrió atar al tramo largo de cada esquina un ladrillo; aparentemente dio resultado, pero aún así, el viento arrastraba los ladrillos y su toldo no quedaba firme como lo deseaba debido a que el mecate era largo y la fuerza del viento era superior al ladrillo atado a él.

“Más desesperado, Tacho, optó por acortar y atar los ladrillos al mecate que tensaban ambas esquinas de la sábana, así quedaban suspendidos a unos sesenta centímetros de altura pensando que al quedar colgado cada ladrillo, el peso sería mayor y sostendría con más firmeza el mentado toldo; de esa manera quedaría tenso, le daría sombra y se daría al juego.

“Sin embargo, la naturaleza es caprichosa; aparentemente su idea dio resultado; por unos minutos el referido toldo quedó tenso y a satisfacción de Tacho, pero no contó con la fuerza de la naturaleza y las bromas del destino, ya que en ese momento arreció el viento con más fuerza y sacudió el toldo balanceando los ladrillos colgados a las esquinas de la sábana que colgaban como péndulos.

“En un abrir y cerrar de ojos, ¡zas! un ladrillo atado al mecate, golpeó con tal fuerza contra la cara de Tacho, precisamente del lado del ojo izquierdo que hasta lo derribó, mas no lo desmayó y su ¡ay! no fue escandaloso, ni lastimero, más bien fue de sorpresa, ni siquiera lloró por el dolor, ya que al parecer, pese a su edad comprendió que fue una tontería de su parte no prevenir las consecuencias.

“En fin, cosas de chamacos. Tacho, jamás se imaginó que el viento traería tales consecuencias porque de inmediato se le puso el ojo morado. Quienes miraron lo sucedido ---ante el enojo de Maguito---, en lugar de condolerse, no paraban de carcajearse; la risa hizo presa de ellos; cual más, al verlo con su ojo morado, le cantaban:

“… ¡ayyy! ventanita morada…”.

Autor: Rafael Calderón Negrete. (Puebla, México) Seudónimo: Jurcan Uriarte Pontleca. 03/12/2017 Derechos de Autor Reservados.©
 
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