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¿divorciados? Parte 1

¿Divorciados? (Parte 1)

Eran las 6:54 de la mañana, la temperatura hacía que el pavimento pareciera una sartén para fritar huevos, Juan Carlos se despertó antes que ella. Sentía esa sensación de estar en un horno, solo era su cuarto donde todos los santos días el sol embestía contra las paredes.
Había dormido mal, este año no había podido comprar el aire acondicionado ya que estaba de deudas hasta el tuétano. Miro al viejo ventilador que hacía un ruido extraño, pareciendo que se reía de la mala suerte de Juanca, así le decían los familiares y amigos.
Se incorporó con esfuerzo de la cama, estaba en calzoncillos tipo bóxer. No le gustaban los slips, pensaba que ya estaban fuera de moda, aunque él ya había pasado por unos años los cuarenta. Todavía se conservaba bastante bien, excepto por su abdomen un poco inflamado producto de alguna copa de más de vino o la pizza de los sábados por la noche.
Una vez incorporado, se dirigió a la cocina y puso a calentar la pava. La vieja cocina también pedía a gritos renovarse.
Tomó su mate de metal color verde oliva, chascado por todos lados y lo llenó de yerba mate, le puso unas gotitas de edulcorante. Odiaba el azúcar.
“Ella” se llamaba María, pero le decían Mary, era la esposa fiel con 20 años de casada con Juanca. Mary seguía dormitando. La noche anterior habían protagonizado una pelea bochornosa delante de Ismael y Gloria, sus dos hijos adolescentes. Faltó un pelín para que volaran lo platos. Todo había comenzado por algo muy común, el dinero que no alcanzaba pero fue solo la yesca que ayudaba a encender los “agarrones” que tenían frecuentemente producto de una relación desgastada, llena de miserias y con varios muertos en el placard por ambos bandos.
Juanca se preguntaba por qué estaban juntos todavía, ¿no sería mejor vivir solo o conocer una nueva mujer que le diera paz? Eso era una fantasía muy recurrente en su interior, a veces soñaba con la “vecinita” del cuarto “c” que lo llamaba para que le cambie una bombita de luz o le arregle un “cuerito”. Algún día te voy a cobrar todos los favores en especias Adrianita, pensaba.
La pava por su pico comenzó a emitir vapor. Juanca la retiró de la hornalla y cerró la llave de la cocina vetusta.
Tomó el mate y lo cebó. La espumita de la yerba quemada por el agua hirviendo floreció, ¡siempre me pasa lo mismo! pensó Juan Carlos. Le dio un pequeño sorbo a la bobilla para no quemarse con el agua hirviendo. “qué asco” se dijo, pero siguió dando sorbos pequeños.
El reloj de la cocina marcaba las 7:30 horas. En un rato tendría que salir para dirigirse a su trabajo, él era vendedor de seguros en un banco de origen español.
Sus hijos dormían todavía, estaban en vacaciones, era el mes de enero. Gloria, que era dos años mayor que Ismael, tenía 18 años y estudiaba en la escuela de bellas artes, pintura. Era una chica estéticamente pasaba desapercibida, con un aire bohemio y tímida a la vez. Ismael tenía una banda de rock o un proyecto de lo que sería una banda con dos amigos del barrio, era el típico chico “metalero”, ya contaba con tres tatuajes en su epidermis. Rebelde ante la sociedad y también a sus padres. No le gustaba el nombre que sus progenitores le habían puesto, y el mismo se bautizó Rocco, en alusión al icono de la películas “porno” de los noventa. Creo que lo único que compartía con el superdotado italiano, era el origen de su apellido.
Mientras tomaba unos mates, Juanca se encendió un cigarrillo y se imaginaba el sábado en la cancha viendo al equipo de sus amores Villa Dalmine. De paso aprovechaba la salida para tomar aire de su mujer. Después del partido se reuniría con su grupo de amigos y terminarían en el bar de la esquina (poner dos calles de villa crespo). A dos cuadras de allí vivía Edu, su mejor amigo. Él se había divorciado hacía 3 años de su esposa, tuvo una separación tormentosa, con los abogados de ambas partes peleando por dos departamentos y un viejo Volkswagen Gol, después de los dos años que duro el juicio, llegaron a un acuerdo, Edu se quedaba con el departamento que habitaba ahora, un monoambiente venido a menos, y el auto, ella se quedó con la mejor tajada, un departamento de tres ambientes en Recoleta, el juez había alegado que como ella tenía la tenencia del hijo en común sería mejor para el chico.
Edu además de ser el mejor amigo de Juanca, era el alma del grupo. Le gustaba la noche, las mujeres, las relaciones sin compromiso, el buen vino tinto, sí tenía que ser ¡tinto! Decía él.
Muchas veces había invitado a Juan Carlos a sus “fiestitas” en su mono ambiente, Edu le decía que era la mejor forma de relajarse y olvidarse de los problemas cotidianos pero Juanca siempre ponía excusas, en realidad ese tipo de vida no iba con él, además amaba a su esposa y todavía lo “calentaba” en la cama.

Juanca se despertó de su ilusión y miró el reloj. Ya era hora de vestirse e ir a tomar el subte línea “A” que lo dejaría cerca de microcentro donde trabajaba.
Ya se había puesto los pantalones y estaba terminando de colocarse la camisa blanca, estaba sudando como si estuviera en un baño turco. Al cabo de cinco minutos ya estaba vestido. Tomó su mochila y se dirigió a la puerta de entrada para tomar el ascensor.
Mientras bajaba pensaba cómo sería su día de trabajo, “hoy no quiero problemas” pensó, ya bastante tenía en su hogar.
La relación que Juan carlos mantenía con María estaba pasando por el peor momento de sus décadas de casados. Contrajeron matrimonio bastante jóvenes, él tenía 25 y ella 23. Esas épocas fueron inolvidables para ellos. Se habían conocido en un boliche, el día que festejaban la primavera. Se podría decir que fue un amor a primera vista por parte de ambos. Se pidieron los teléfonos al concluir la fiesta y comenzaron a verse. Su primera salida fue al Rosedal. Él la llevo a navegar en bote en el lago del lugar, luego se tiraron en el pasto cerca de la orilla bajo el sol de Buenos Aires. Después de una larga charla vino el primer beso, como todo un hombre Juan Carlos tomó la iniciativa y ella le respondió apasionadamente.
Mary todavía en sus momentos de soledad recuerda la sensación de ese beso. A sus 23 años era virgen, ya algo raro para la época, pero ella quería entregarle lo más preciado de una dama a alguien que amara de verdad. Todavía soñaba con ese príncipe azul que se materializó en Juan Carlos.
Él en esa época trabajaba en un kiosco y estudiaba ingeniería electrónica en la universidad de Buenos Aires, ella estudiaba ballet y todavía vivía con sus padres que la mantenían. Para el padre de Maria, ella era la luz de sus ojos, pensaba que su hija iba a ser una gran bailarina, y que trabajaría en obras de Broadway. Su padre, Don Enzo, era mecánico de coches, un hombre de carácter pero de buen corazón. La madre, Adelfa era ama de casa, formaron una sólida familia con tres hijos, Gloria la del medio, Juanjo el menor y Lito, el mayor que era abogado.
Cuando Juanca salía del Kiosco, corría a la casa de Mary a buscarla y salir a caminar, tomar un café, o ir al cine, todavía no se habían acostado juntos, pese a que Juanca insistía, pero ella quería esperar el momento exacto y Juan Carlos esperaba con una disimulada impaciencia.
El joven Juanca resignado, invocó a la sabiduría oriental y se armó de paciencia, al ver que las semanas pasaban, y nada pasaba de un beso o un abrazo, hasta pensó que eran más que novios, amigos.
Un día de lluvia viajaban en el colectivo 60, la “cortina” de agua no les dejaba ver por la ventanilla. Estaban por el barrio de Belgrano y Mary quería ir a un comercio donde vendían un CD de su ídolo de la música, Ricardo Montaner. Juan Carlos se lo iba a regalar como obsequio de los tres meses en los que ya estaban juntos.
Le avisaron al chofer donde bajar, el hombre del volante trato de acercar lo más posible el micro cerca de la vereda, ya que toda la avenida estaba inundada, abrió la puerta del gran vehículo para que descendieran. En ese momento Mary no se animaba a bajar por miedo a mojarse las piernas, Juan Carlos se dio cuenta de lo ocurrido, la tomó con un brazo de la espalda y con el otro brazo a la altura de la rodilla y la alzó cual caballero, así descendieron del colectivo y la cargó hasta un sitio en la vereda donde no llegaba el agua.
Con este gesto María se quedó sorprendida, pero no dijo nada. “este hombre es de otro planeta” pensó. Algo dentro del interior de ella hizo un big-bang. Interiormente ya sabía a quién entregarle su virginidad tan cuidada.
Cuando volvieron con el CD de Ricardo Montaner que Juan Carlos le había regalado, ella sorpresivamente lo invitó a su casa a cenar, ya era de noche y todavía llovía.

Poeta Errante
(Gerardo A. Pace Bruno) derechos reservados del autor 2014

 

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