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2ª parte LOS FLAUTINES Y EL FUEGO NEGRO

El aire azotaba sus caras, mientras una gran sonrisa se dibujaba en ellas. Después del miedo inicial, la experiencia de volar les resultó fascinante. A pesar de la emoción, tras horas de vuelo, terminaron dormidos del cansancio.
-Despertad chicos.
Con los ojos medio cerrados respondieron.
-¿Llegamos ya?
-No, pero tenemos que despistar a Yortan. Agarraros fuerte a mis crines.
Airis picó su vuelo. Era tal la velocidad que los mofletes de los dos muchachos temblaban sin control. Cuando el suelo estaba cerca, muy muy cerca, hasta el punto de pensar que se estrellaban, enderezó el vuelo, metiéndose en medio de un bosque de grandes y robustos árboles. Seguían volando, pero esta vez al ras del suelo, esquivando los troncos por apenas unos dedos. Los hermanos se agarraban con todas sus fuerzas temiendo caer. El bosque empezó a clarear, y entraron en un río, cuyas aguas se levantaban hasta crear un túnel que les tapaba. Recorrieron mucha distancia, hasta que vieron una enorme cascada, la atravesaron a la misma velocidad, parando de golpe en la cueva que escondía detrás.
-Todavía el poder del agua nos protege y obedece, eso es lo que más teme Yortan, el domina el del fuego negro.
-Nunca oímos hablar de él.
-Es un fuego oscuro, donde residen los poderes malignos de este mundo. Muchos intentaron dominarle, pero él es el primero que lo consigue. Seguidme.
Les costaba andar, después de tanto tiempo a la grupa sus piernas estaban entumecidas. Fue un corto paseo entre la oscuridad, hasta que una luz azulona empezó a iluminar el pasillo. Al poco, entraron en una enorme sala de la cueva, llena de cascadas y arroyos, que la cruzaban en todas direcciones. En medio un pequeño caballo alado y con un cuerno en su frente, miraba con cara de sorprendido a los recién llegados. Tenía el tamaño de un ponny, unos ojos curiosos y una simpática estampa.
-Padre, ¿estos son los humanos esos de los que me hablaste?
-Si Lerián, son niños, como tú. Su padre también a sido secuestrado.
-Ooooh, cuanto lo siento. ¿Y eso que asoma de tu bolsa?
-Se llama Soca, es una ardilla. ¿No habías visto nunca una?
-No, siempre volamos muy alto, fuera de la vista de curiosos, todavía no he podido conocer gran cosa de este mundo. Es muy bonita.
-Y mira este es Teco, es un hurón.
-También es muy bonito. ¿Y para qué habéis venido aquí?
-Vamos a salvar a nuestro padre.
-¿Como?, mi madre también esta prisionera.
-Primero tendremos que llegar al castillo de Yortan, luego ya veremos.
-Pero vosotros no podéis llegar.
-¿Por qué?
-Está muy lejos y nunca llegaríais antes del solsticio de verano.
-Nos puede acercar tu padre.
-Yo no puedo Gonzalo. En cuanto me acercase me descubriría, solo tendríamos una oportunidad si le cogemos por sorpresa.
-Os llevaré yo.
-¡Hijo! Tú no puedes acercarte, cuando nazca tu hermana parte del poder de su cuerno pasará a ti. Si te coge prisionero dominará todo el poder y será invencible.
-Pero eso da igual. En cuanto nazca mi hermana y parte del poder sea absorbido por mi cuerno sabrá donde estoy. Lo único que me mantiene a salvo es que solo puede ver lo que tenga poder. Poco podré hacer yo solo contra él.
-¿ por que no nos secuestró a nosotros?
-Todavía es muy pequeño vuestro don, pero cuando se haga más poderoso tampoco [FONT=Tahoma, sans-serif]escapareis.[/FONT]
Lerián, Gonzalo y Sandra se quedaron mirando sin pestañear a Airis. Al final bajó la cabeza y la movió lentamente.
-Está bien, se que tenéis razón. No va haber otra solución. Escuchad con atención. Deberéis viajar dos días siguiendo el río que nace en esta cueva, él os protegerá. Después otros dos por el viejo bosque, en su espesor estaréis seguros, siempre que os mantengáis fuera de los claros. Pero lo peor son los tres días siguientes, antes era la continuación del bosque, pero ahora es un lugar yermo e inhóspito. Para evitar que el poder del agua pudiera hacerle daño quemó su vegetación y secó sus ríos. Nada vive ya en él. Tendréis que cruzarlo de noche, y esconderos de día. No podréis hablar más alto de un susurro, ni hacer más ruido que el crujir de una rama. Os quedan nueve días para el solsticio, así que no habrá más tiempo. Yo viajaré al este, allí hay tres magos que todavía tienen poder para resistirse a la magia negra, Yortan no nos quitará el ojo de encima temiendo que hagamos algo que estropeé sus planes, quizás así paséis desapercibidos al llegar desde el sur.
Los tres compañeros de viaje asintieron.
-Tenéis qué viajar ligeros de equipaje. Aquí tenéis esto.
Les señaló en una esquina una pequeña cantimplora y una talega de algodón.
-Me las regaló uno de los magos el este, y me dijo que me serían de utilidad. Creo que sabía más qué yo. De la talega, cada vez que metáis la mano sacaréis un pan. Eso os alimentará por estos días. Y la cantimplora la agitáis tres veces y no parará de salir agua hasta que la volváis a cerrar.
Los muchachos subieron a la grupa de Lerián y salieron volando por el curso del río. Era mucho más lento que su padre, pero más divertido, por todo sentía curiosidad, y los niños estaban encantados con este nuevo amigo. A los dos días abandonaron las aguas para adentrarse en el viejo bosque. Realmente era profundo y oscuro. Pero al acabarse llegaron al páramo, su ánimo se arrugó al ver tal desolación, ni una brizna de hierba crecía en su suelo, y la base de los altos robles, antaño orgullosos y altivos, no eran más que humeantes carbones sin vida. Tal como les avisó Airis viajaron de noche. Por el día buscaban refugio debajo de algún enorme tronco caído. El calor era insoportable y el humo asfixiante. Gracias a la cantimplora pudieron aguantar, no habrían podido llevar la cantidad de agua necesaria para atravesar ese desierto. El camino se les hizo interminable, pero por fin, al tercer día llegaron a su destino.
El antiguo castillo del agua, ahora de la Boca del Infierno, al contrario de otros castillos, no estaba enclavado en un alto, si no en una ensenada rodeada de montañas más altas que él. Cualquier observador podría pensar que eso era un gran error, pero se equivocaría. Los quinientos metros que separaban el castillo de las faldas de esas montañas eran una trampa mortal. Innumerables cráter de pequeño tamaño la surcaban, de los cuales salía un tóxico gas de las entrañas de la tierra y alternativamente lenguas de fuego. El calor era horrible. El castillo constaba de cinco torres en aguja, siendo la del centro la más alta, y una alta muralla, llena de gárgolas vivientes, a cada cual más tenebrosa, cuyas bocas vomitaban lava hirviente. Los tres compañeros se encogieron, ni en sus peores pesadillas soñaron algo así. Soca y Teco se acurrucaban aterrorizados en el fondo de la mochila de Gonzalo.
Después de mucho cavilar decidieron que lo más acertado era ir caminando hasta las murallas, a ras del suelo los gases se concentraban menos, a pocos metros su densidad era infranqueable, morirían con solo intentarlo. Y siendo tan pequeños podrían sortear las llamas de fuego, aunque no su calor. No sabían si habría vigías en las murallas, pero no les cabía otra opción. Se pusieron un pañuelo en sus bocas, y se empaparon a conciencia al comenzar a cruzar. La vista se les nublaba por la temperatura, cada vez que una lengua de fuego les cogía cerca parecía que les pusieran en la sartén de casa. Cada paso era un sufrimiento, solo sus fuertes voluntades les llevó hasta la muralla. Allí, entre dos gárgolas, se veía un pequeño hueco. Sandra y Gonzalo se subieron a lomos de Lerián, estaban los tres muy agotados y mareados de los gases, pero era su única oportunidad. Empezaron a ascender, pero parecía que no llegaban. Lerián aumentó su aleteo a pesar de su cansancio, las fuerzas ya le fallaban y todavía les quedaban veinte metros. Cuando todo parecía perdido y empezaban a perder altura, pensó en su madre, y de su valor sacó las fuerzas que el cuerpo le negaba. Se derrumbaron sobre el patio del castillo.
-Creí qué nos caíamos Lerián.
-Y yo, le contesto el joven Declón.
Durante un buen rato recuperaron el resuello escondidos bajo un pórtico. El pobre Teco tenía la mitad de su pelo chamuscado. Todos bebieron agua y se refrescaron para sofocar el calor que habían pasado. Dentro del castillo la temperatura era normal.
-¿No os habéis dado cuenta de una cosa?, susurró Gonzalo.
-¿De qué?
-El castillo parece muerto, no se oye un solo ruido ni se ve movimiento.
-Eso es muy raro.
Se asomaron con sigilo, cuando al fondo vieron aparecer a varias personas cargadas con pertrechos. Andaban de una manera rara, silenciosa, con su vista perdida, los ojos vacíos de vida, entraron en la torre principal, y sus pasos se perdieron por el eco de los pasillos.
-Qué gente más extraña. ¿Os habéis fijado en sus ojos?
-Son esclavos, Yortan los secuestra y les roba la voluntad, le obedecen ciegamente.
-¿De donde vienen?
-Son los antiguos moradores del castillo. Mi padre me contó la historia. Hace mucho, mucho tiempo, un príncipe llamado Juan construyó aquí este castillo. Era un enamorado del agua, de sus poderes y su magia. Buscó este claro en mitad del enorme bosque, y con un hechizo desvió el gran río, haciéndolo pasar por debajo de él. En la torre grande escavó un pozo hondo, mucho más hondo de lo que podáis imaginar, hasta llegar a las aguas subterráneas del río, para subirlas a lo más alto, hasta la almena. De allí caían en innumerables fuentes y cascadas por todo el recinto, formando las más hermosas formas y colores. Por las gárgolas que nos escupían fuego, caían chorros de fresca agua que regaban toda la llanura, cuajada de flores de mil colores y formas. Lo llamó el Castillo del Agua.
-¿Y como se convirtió en lo que es ahora?
-El príncipe murió sin descendencia, y sin sus hechizos el agua se volvía indomable, él mantenía el equilibrio. Así que sus moradores fueron abandonando el castillo y habitando en pequeñas aldeas cerca de él. Cuando mis padres pararon a Yortan es aquí donde le trajeron, pensaban que poco podía hacer, con el gran río y su poder debajo, y sin posibilidad de continuar con sus experimentos de magia prohibida, pero sus conocimientos eran más oscuros y profundos de lo que parecía. Un día notaron una perturbación, el gran río desvió su curso y se alejó del castillo. Vinieron a comprobarlo y una nube oscura y espesa les envolvió de imprevisto. Fue mucha suerte que Airis pudiera escapar. Esas practicas inocentes eran para despistarlos, con el poder de camuflaje de la salamandra escondió todos los cambios que hizo. En las cuatro torres de los lados escavó pozos mucho más profundos, hasta que tocó el mismo centro de la tierra, y de allí sacó los terribles fuegos, la base de su maléfico poder. El fuego negro es la mayor perversión de la maldad. Consiguió retirar al gran río, el único capaz de detenerle, y secó las tierras al rededor, secando también su cauce para que no pudiera regresar. Mientras más fuerte es, más tierras va secando para alejar más al agua.
-¿Pero el río no puede regresar y acabar con él?
-El río solo puede avanzar sobre un cauce húmedo, no puede salirse de él, si no mares, océanos y lagos inundarían la tierra seca. Mi padre intentó traer, con la ayuda de los vientos del sur, nubes de agua, si lloviera lo suficiente para humedecer de nuevo el cauce el gran río podría regresar, pero apenas aparecían enviaba grandes chorros de calor que las deshacían.
Otro grupo de esclavos apareció por el fondo, y cuando atravesaron la entrada los muchachos les siguieron. Sandra observaba con la boca abierta la magistral obra. El salón de entrada era enorme, un pozo de muchos pasos de diámetro se situaba en el centro, y de él se alzaba una tubería muy ancha que llegaba hasta lo más alto, debía ser por donde subía el agua. Hasta donde abarcaba la vista se podía ver fuentes, caídas de agua, juegos de noria, surcos en el suelo a modo de pequeños arroyos, y todo tipo de mecanismos móviles, se lo podía imaginar todo funcionando bajo la presión del agua, debía de ser un espectáculo impresionante. Mientras Gonzalo y Lerián indagaban por donde seguir, ella se asomo al pozo. No se veía el fondo, todo el agua que caía por toda la torre volvía al pozo por esos arroyos y se devolvía al gran río. Entonces recordó las palabras de Lerián: “El río solo puede avanzar por un cauce húmedo”, se descolgó la cantimplora, era muy pequeña, pero contenía mucha agua, quizás...la agitó, la destapó, y la colgó boca abajo de un pequeño saliente. El chorro de agua caía sin parar, sin tan siquiera escuchar si tocaba suelo.
-¡Sandra! No te distraigas. Los esclavos subieron por aquí, vamos a seguirlos.

continúa......
 

SANDRA BLANCO

Administradora - JURADO
El aire azotaba sus caras, mientras una gran sonrisa se dibujaba en ellas. Después del miedo inicial, la experiencia de volar les resultó fascinante. A pesar de la emoción, tras horas de vuelo, terminaron dormidos del cansancio.
-Despertad chicos.
Con los ojos medio cerrados respondieron.
-¿Llegamos ya?
-No, pero tenemos que despistar a Yortan. Agarraros fuerte a mis crines.
Airis picó su vuelo. Era tal la velocidad que los mofletes de los dos muchachos temblaban sin control. Cuando el suelo estaba cerca, muy muy cerca, hasta el punto de pensar que se estrellaban, enderezó el vuelo, metiéndose en medio de un bosque de grandes y robustos árboles. Seguían volando, pero esta vez al ras del suelo, esquivando los troncos por apenas unos dedos. Los hermanos se agarraban con todas sus fuerzas temiendo caer. El bosque empezó a clarear, y entraron en un río, cuyas aguas se levantaban hasta crear un túnel que les tapaba. Recorrieron mucha distancia, hasta que vieron una enorme cascada, la atravesaron a la misma velocidad, parando de golpe en la cueva que escondía detrás.
-Todavía el poder del agua nos protege y obedece, eso es lo que más teme Yortan, el domina el del fuego negro.
-Nunca oímos hablar de él.
-Es un fuego oscuro, donde residen los poderes malignos de este mundo. Muchos intentaron dominarle, pero él es el primero que lo consigue. Seguidme.
Les costaba andar, después de tanto tiempo a la grupa sus piernas estaban entumecidas. Fue un corto paseo entre la oscuridad, hasta que una luz azulona empezó a iluminar el pasillo. Al poco, entraron en una enorme sala de la cueva, llena de cascadas y arroyos, que la cruzaban en todas direcciones. En medio un pequeño caballo alado y con un cuerno en su frente, miraba con cara de sorprendido a los recién llegados. Tenía el tamaño de un ponny, unos ojos curiosos y una simpática estampa.
-Padre, ¿estos son los humanos esos de los que me hablaste?
-Si Lerián, son niños, como tú. Su padre también a sido secuestrado.
-Ooooh, cuanto lo siento. ¿Y eso que asoma de tu bolsa?
-Se llama Soca, es una ardilla. ¿No habías visto nunca una?
-No, siempre volamos muy alto, fuera de la vista de curiosos, todavía no he podido conocer gran cosa de este mundo. Es muy bonita.
-Y mira este es Teco, es un hurón.
-También es muy bonito. ¿Y para qué habéis venido aquí?
-Vamos a salvar a nuestro padre.
-¿Como?, mi madre también esta prisionera.
-Primero tendremos que llegar al castillo de Yortan, luego ya veremos.
-Pero vosotros no podéis llegar.
-¿Por qué?
-Está muy lejos y nunca llegaríais antes del solsticio de verano.
-Nos puede acercar tu padre.
-Yo no puedo Gonzalo. En cuanto me acercase me descubriría, solo tendríamos una oportunidad si le cogemos por sorpresa.
-Os llevaré yo.
-¡Hijo! Tú no puedes acercarte, cuando nazca tu hermana parte del poder de su cuerno pasará a ti. Si te coge prisionero dominará todo el poder y será invencible.
-Pero eso da igual. En cuanto nazca mi hermana y parte del poder sea absorbido por mi cuerno sabrá donde estoy. Lo único que me mantiene a salvo es que solo puede ver lo que tenga poder. Poco podré hacer yo solo contra él.
-¿ por que no nos secuestró a nosotros?
-Todavía es muy pequeño vuestro don, pero cuando se haga más poderoso tampoco escapareis.
Lerián, Gonzalo y Sandra se quedaron mirando sin pestañear a Airis. Al final bajó la cabeza y la movió lentamente.
-Está bien, se que tenéis razón. No va haber otra solución. Escuchad con atención. Deberéis viajar dos días siguiendo el río que nace en esta cueva, él os protegerá. Después otros dos por el viejo bosque, en su espesor estaréis seguros, siempre que os mantengáis fuera de los claros. Pero lo peor son los tres días siguientes, antes era la continuación del bosque, pero ahora es un lugar yermo e inhóspito. Para evitar que el poder del agua pudiera hacerle daño quemó su vegetación y secó sus ríos. Nada vive ya en él. Tendréis que cruzarlo de noche, y esconderos de día. No podréis hablar más alto de un susurro, ni hacer más ruido que el crujir de una rama. Os quedan nueve días para el solsticio, así que no habrá más tiempo. Yo viajaré al este, allí hay tres magos que todavía tienen poder para resistirse a la magia negra, Yortan no nos quitará el ojo de encima temiendo que hagamos algo que estropeé sus planes, quizás así paséis desapercibidos al llegar desde el sur.
Los tres compañeros de viaje asintieron.
-Tenéis qué viajar ligeros de equipaje. Aquí tenéis esto.
Les señaló en una esquina una pequeña cantimplora y una talega de algodón.
-Me las regaló uno de los magos el este, y me dijo que me serían de utilidad. Creo que sabía más qué yo. De la talega, cada vez que metáis la mano sacaréis un pan. Eso os alimentará por estos días. Y la cantimplora la agitáis tres veces y no parará de salir agua hasta que la volváis a cerrar.
Los muchachos subieron a la grupa de Lerián y salieron volando por el curso del río. Era mucho más lento que su padre, pero más divertido, por todo sentía curiosidad, y los niños estaban encantados con este nuevo amigo. A los dos días abandonaron las aguas para adentrarse en el viejo bosque. Realmente era profundo y oscuro. Pero al acabarse llegaron al páramo, su ánimo se arrugó al ver tal desolación, ni una brizna de hierba crecía en su suelo, y la base de los altos robles, antaño orgullosos y altivos, no eran más que humeantes carbones sin vida. Tal como les avisó Airis viajaron de noche. Por el día buscaban refugio debajo de algún enorme tronco caído. El calor era insoportable y el humo asfixiante. Gracias a la cantimplora pudieron aguantar, no habrían podido llevar la cantidad de agua necesaria para atravesar ese desierto. El camino se les hizo interminable, pero por fin, al tercer día llegaron a su destino.
El antiguo castillo del agua, ahora de la Boca del Infierno, al contrario de otros castillos, no estaba enclavado en un alto, si no en una ensenada rodeada de montañas más altas que él. Cualquier observador podría pensar que eso era un gran error, pero se equivocaría. Los quinientos metros que separaban el castillo de las faldas de esas montañas eran una trampa mortal. Innumerables cráter de pequeño tamaño la surcaban, de los cuales salía un tóxico gas de las entrañas de la tierra y alternativamente lenguas de fuego. El calor era horrible. El castillo constaba de cinco torres en aguja, siendo la del centro la más alta, y una alta muralla, llena de gárgolas vivientes, a cada cual más tenebrosa, cuyas bocas vomitaban lava hirviente. Los tres compañeros se encogieron, ni en sus peores pesadillas soñaron algo así. Soca y Teco se acurrucaban aterrorizados en el fondo de la mochila de Gonzalo.
Después de mucho cavilar decidieron que lo más acertado era ir caminando hasta las murallas, a ras del suelo los gases se concentraban menos, a pocos metros su densidad era infranqueable, morirían con solo intentarlo. Y siendo tan pequeños podrían sortear las llamas de fuego, aunque no su calor. No sabían si habría vigías en las murallas, pero no les cabía otra opción. Se pusieron un pañuelo en sus bocas, y se empaparon a conciencia al comenzar a cruzar. La vista se les nublaba por la temperatura, cada vez que una lengua de fuego les cogía cerca parecía que les pusieran en la sartén de casa. Cada paso era un sufrimiento, solo sus fuertes voluntades les llevó hasta la muralla. Allí, entre dos gárgolas, se veía un pequeño hueco. Sandra y Gonzalo se subieron a lomos de Lerián, estaban los tres muy agotados y mareados de los gases, pero era su única oportunidad. Empezaron a ascender, pero parecía que no llegaban. Lerián aumentó su aleteo a pesar de su cansancio, las fuerzas ya le fallaban y todavía les quedaban veinte metros. Cuando todo parecía perdido y empezaban a perder altura, pensó en su madre, y de su valor sacó las fuerzas que el cuerpo le negaba. Se derrumbaron sobre el patio del castillo.
-Creí qué nos caíamos Lerián.
-Y yo, le contesto el joven Declón.
Durante un buen rato recuperaron el resuello escondidos bajo un pórtico. El pobre Teco tenía la mitad de su pelo chamuscado. Todos bebieron agua y se refrescaron para sofocar el calor que habían pasado. Dentro del castillo la temperatura era normal.
-¿No os habéis dado cuenta de una cosa?, susurró Gonzalo.
-¿De qué?
-El castillo parece muerto, no se oye un solo ruido ni se ve movimiento.
-Eso es muy raro.
Se asomaron con sigilo, cuando al fondo vieron aparecer a varias personas cargadas con pertrechos. Andaban de una manera rara, silenciosa, con su vista perdida, los ojos vacíos de vida, entraron en la torre principal, y sus pasos se perdieron por el eco de los pasillos.
-Qué gente más extraña. ¿Os habéis fijado en sus ojos?
-Son esclavos, Yortan los secuestra y les roba la voluntad, le obedecen ciegamente.
-¿De donde vienen?
-Son los antiguos moradores del castillo. Mi padre me contó la historia. Hace mucho, mucho tiempo, un príncipe llamado Juan construyó aquí este castillo. Era un enamorado del agua, de sus poderes y su magia. Buscó este claro en mitad del enorme bosque, y con un hechizo desvió el gran río, haciéndolo pasar por debajo de él. En la torre grande escavó un pozo hondo, mucho más hondo de lo que podáis imaginar, hasta llegar a las aguas subterráneas del río, para subirlas a lo más alto, hasta la almena. De allí caían en innumerables fuentes y cascadas por todo el recinto, formando las más hermosas formas y colores. Por las gárgolas que nos escupían fuego, caían chorros de fresca agua que regaban toda la llanura, cuajada de flores de mil colores y formas. Lo llamó el Castillo del Agua.
-¿Y como se convirtió en lo que es ahora?
-El príncipe murió sin descendencia, y sin sus hechizos el agua se volvía indomable, él mantenía el equilibrio. Así que sus moradores fueron abandonando el castillo y habitando en pequeñas aldeas cerca de él. Cuando mis padres pararon a Yortan es aquí donde le trajeron, pensaban que poco podía hacer, con el gran río y su poder debajo, y sin posibilidad de continuar con sus experimentos de magia prohibida, pero sus conocimientos eran más oscuros y profundos de lo que parecía. Un día notaron una perturbación, el gran río desvió su curso y se alejó del castillo. Vinieron a comprobarlo y una nube oscura y espesa les envolvió de imprevisto. Fue mucha suerte que Airis pudiera escapar. Esas practicas inocentes eran para despistarlos, con el poder de camuflaje de la salamandra escondió todos los cambios que hizo. En las cuatro torres de los lados escavó pozos mucho más profundos, hasta que tocó el mismo centro de la tierra, y de allí sacó los terribles fuegos, la base de su maléfico poder. El fuego negro es la mayor perversión de la maldad. Consiguió retirar al gran río, el único capaz de detenerle, y secó las tierras al rededor, secando también su cauce para que no pudiera regresar. Mientras más fuerte es, más tierras va secando para alejar más al agua.
-¿Pero el río no puede regresar y acabar con él?
-El río solo puede avanzar sobre un cauce húmedo, no puede salirse de él, si no mares, océanos y lagos inundarían la tierra seca. Mi padre intentó traer, con la ayuda de los vientos del sur, nubes de agua, si lloviera lo suficiente para humedecer de nuevo el cauce el gran río podría regresar, pero apenas aparecían enviaba grandes chorros de calor que las deshacían.
Otro grupo de esclavos apareció por el fondo, y cuando atravesaron la entrada los muchachos les siguieron. Sandra observaba con la boca abierta la magistral obra. El salón de entrada era enorme, un pozo de muchos pasos de diámetro se situaba en el centro, y de él se alzaba una tubería muy ancha que llegaba hasta lo más alto, debía ser por donde subía el agua. Hasta donde abarcaba la vista se podía ver fuentes, caídas de agua, juegos de noria, surcos en el suelo a modo de pequeños arroyos, y todo tipo de mecanismos móviles, se lo podía imaginar todo funcionando bajo la presión del agua, debía de ser un espectáculo impresionante. Mientras Gonzalo y Lerián indagaban por donde seguir, ella se asomo al pozo. No se veía el fondo, todo el agua que caía por toda la torre volvía al pozo por esos arroyos y se devolvía al gran río. Entonces recordó las palabras de Lerián: “El río solo puede avanzar por un cauce húmedo”, se descolgó la cantimplora, era muy pequeña, pero contenía mucha agua, quizás...la agitó, la destapó, y la colgó boca abajo de un pequeño saliente. El chorro de agua caía sin parar, sin tan siquiera escuchar si tocaba suelo.
-¡Sandra! No te distraigas. Los esclavos subieron por aquí, vamos a seguirlos.

continúa......

Muy,pero muy buena ya me voy a la tercera parte,besos.
 
El aire azotaba sus caras, mientras una gran sonrisa se dibujaba en ellas. Después del miedo inicial, la experiencia de volar les resultó fascinante. A pesar de la emoción, tras horas de vuelo, terminaron dormidos del cansancio.
-Despertad chicos.
Con los ojos medio cerrados respondieron.
-¿Llegamos ya?
-No, pero tenemos que despistar a Yortan. Agarraros fuerte a mis crines.
Airis picó su vuelo. Era tal la velocidad que los mofletes de los dos muchachos temblaban sin control. Cuando el suelo estaba cerca, muy muy cerca, hasta el punto de pensar que se estrellaban, enderezó el vuelo, metiéndose en medio de un bosque de grandes y robustos árboles. Seguían volando, pero esta vez al ras del suelo, esquivando los troncos por apenas unos dedos. Los hermanos se agarraban con todas sus fuerzas temiendo caer. El bosque empezó a clarear, y entraron en un río, cuyas aguas se levantaban hasta crear un túnel que les tapaba. Recorrieron mucha distancia, hasta que vieron una enorme cascada, la atravesaron a la misma velocidad, parando de golpe en la cueva que escondía detrás.
-Todavía el poder del agua nos protege y obedece, eso es lo que más teme Yortan, el domina el del fuego negro.
-Nunca oímos hablar de él.
-Es un fuego oscuro, donde residen los poderes malignos de este mundo. Muchos intentaron dominarle, pero él es el primero que lo consigue. Seguidme.
Les costaba andar, después de tanto tiempo a la grupa sus piernas estaban entumecidas. Fue un corto paseo entre la oscuridad, hasta que una luz azulona empezó a iluminar el pasillo. Al poco, entraron en una enorme sala de la cueva, llena de cascadas y arroyos, que la cruzaban en todas direcciones. En medio un pequeño caballo alado y con un cuerno en su frente, miraba con cara de sorprendido a los recién llegados. Tenía el tamaño de un ponny, unos ojos curiosos y una simpática estampa.
-Padre, ¿estos son los humanos esos de los que me hablaste?
-Si Lerián, son niños, como tú. Su padre también a sido secuestrado.
-Ooooh, cuanto lo siento. ¿Y eso que asoma de tu bolsa?
-Se llama Soca, es una ardilla. ¿No habías visto nunca una?
-No, siempre volamos muy alto, fuera de la vista de curiosos, todavía no he podido conocer gran cosa de este mundo. Es muy bonita.
-Y mira este es Teco, es un hurón.
-También es muy bonito. ¿Y para qué habéis venido aquí?
-Vamos a salvar a nuestro padre.
-¿Como?, mi madre también esta prisionera.
-Primero tendremos que llegar al castillo de Yortan, luego ya veremos.
-Pero vosotros no podéis llegar.
-¿Por qué?
-Está muy lejos y nunca llegaríais antes del solsticio de verano.
-Nos puede acercar tu padre.
-Yo no puedo Gonzalo. En cuanto me acercase me descubriría, solo tendríamos una oportunidad si le cogemos por sorpresa.
-Os llevaré yo.
-¡Hijo! Tú no puedes acercarte, cuando nazca tu hermana parte del poder de su cuerno pasará a ti. Si te coge prisionero dominará todo el poder y será invencible.
-Pero eso da igual. En cuanto nazca mi hermana y parte del poder sea absorbido por mi cuerno sabrá donde estoy. Lo único que me mantiene a salvo es que solo puede ver lo que tenga poder. Poco podré hacer yo solo contra él.
-¿ por que no nos secuestró a nosotros?
-Todavía es muy pequeño vuestro don, pero cuando se haga más poderoso tampoco escapareis.
Lerián, Gonzalo y Sandra se quedaron mirando sin pestañear a Airis. Al final bajó la cabeza y la movió lentamente.
-Está bien, se que tenéis razón. No va haber otra solución. Escuchad con atención. Deberéis viajar dos días siguiendo el río que nace en esta cueva, él os protegerá. Después otros dos por el viejo bosque, en su espesor estaréis seguros, siempre que os mantengáis fuera de los claros. Pero lo peor son los tres días siguientes, antes era la continuación del bosque, pero ahora es un lugar yermo e inhóspito. Para evitar que el poder del agua pudiera hacerle daño quemó su vegetación y secó sus ríos. Nada vive ya en él. Tendréis que cruzarlo de noche, y esconderos de día. No podréis hablar más alto de un susurro, ni hacer más ruido que el crujir de una rama. Os quedan nueve días para el solsticio, así que no habrá más tiempo. Yo viajaré al este, allí hay tres magos que todavía tienen poder para resistirse a la magia negra, Yortan no nos quitará el ojo de encima temiendo que hagamos algo que estropeé sus planes, quizás así paséis desapercibidos al llegar desde el sur.
Los tres compañeros de viaje asintieron.
-Tenéis qué viajar ligeros de equipaje. Aquí tenéis esto.
Les señaló en una esquina una pequeña cantimplora y una talega de algodón.
-Me las regaló uno de los magos el este, y me dijo que me serían de utilidad. Creo que sabía más qué yo. De la talega, cada vez que metáis la mano sacaréis un pan. Eso os alimentará por estos días. Y la cantimplora la agitáis tres veces y no parará de salir agua hasta que la volváis a cerrar.
Los muchachos subieron a la grupa de Lerián y salieron volando por el curso del río. Era mucho más lento que su padre, pero más divertido, por todo sentía curiosidad, y los niños estaban encantados con este nuevo amigo. A los dos días abandonaron las aguas para adentrarse en el viejo bosque. Realmente era profundo y oscuro. Pero al acabarse llegaron al páramo, su ánimo se arrugó al ver tal desolación, ni una brizna de hierba crecía en su suelo, y la base de los altos robles, antaño orgullosos y altivos, no eran más que humeantes carbones sin vida. Tal como les avisó Airis viajaron de noche. Por el día buscaban refugio debajo de algún enorme tronco caído. El calor era insoportable y el humo asfixiante. Gracias a la cantimplora pudieron aguantar, no habrían podido llevar la cantidad de agua necesaria para atravesar ese desierto. El camino se les hizo interminable, pero por fin, al tercer día llegaron a su destino.
El antiguo castillo del agua, ahora de la Boca del Infierno, al contrario de otros castillos, no estaba enclavado en un alto, si no en una ensenada rodeada de montañas más altas que él. Cualquier observador podría pensar que eso era un gran error, pero se equivocaría. Los quinientos metros que separaban el castillo de las faldas de esas montañas eran una trampa mortal. Innumerables cráter de pequeño tamaño la surcaban, de los cuales salía un tóxico gas de las entrañas de la tierra y alternativamente lenguas de fuego. El calor era horrible. El castillo constaba de cinco torres en aguja, siendo la del centro la más alta, y una alta muralla, llena de gárgolas vivientes, a cada cual más tenebrosa, cuyas bocas vomitaban lava hirviente. Los tres compañeros se encogieron, ni en sus peores pesadillas soñaron algo así. Soca y Teco se acurrucaban aterrorizados en el fondo de la mochila de Gonzalo.
Después de mucho cavilar decidieron que lo más acertado era ir caminando hasta las murallas, a ras del suelo los gases se concentraban menos, a pocos metros su densidad era infranqueable, morirían con solo intentarlo. Y siendo tan pequeños podrían sortear las llamas de fuego, aunque no su calor. No sabían si habría vigías en las murallas, pero no les cabía otra opción. Se pusieron un pañuelo en sus bocas, y se empaparon a conciencia al comenzar a cruzar. La vista se les nublaba por la temperatura, cada vez que una lengua de fuego les cogía cerca parecía que les pusieran en la sartén de casa. Cada paso era un sufrimiento, solo sus fuertes voluntades les llevó hasta la muralla. Allí, entre dos gárgolas, se veía un pequeño hueco. Sandra y Gonzalo se subieron a lomos de Lerián, estaban los tres muy agotados y mareados de los gases, pero era su única oportunidad. Empezaron a ascender, pero parecía que no llegaban. Lerián aumentó su aleteo a pesar de su cansancio, las fuerzas ya le fallaban y todavía les quedaban veinte metros. Cuando todo parecía perdido y empezaban a perder altura, pensó en su madre, y de su valor sacó las fuerzas que el cuerpo le negaba. Se derrumbaron sobre el patio del castillo.
-Creí qué nos caíamos Lerián.
-Y yo, le contesto el joven Declón.
Durante un buen rato recuperaron el resuello escondidos bajo un pórtico. El pobre Teco tenía la mitad de su pelo chamuscado. Todos bebieron agua y se refrescaron para sofocar el calor que habían pasado. Dentro del castillo la temperatura era normal.
-¿No os habéis dado cuenta de una cosa?, susurró Gonzalo.
-¿De qué?
-El castillo parece muerto, no se oye un solo ruido ni se ve movimiento.
-Eso es muy raro.
Se asomaron con sigilo, cuando al fondo vieron aparecer a varias personas cargadas con pertrechos. Andaban de una manera rara, silenciosa, con su vista perdida, los ojos vacíos de vida, entraron en la torre principal, y sus pasos se perdieron por el eco de los pasillos.
-Qué gente más extraña. ¿Os habéis fijado en sus ojos?
-Son esclavos, Yortan los secuestra y les roba la voluntad, le obedecen ciegamente.
-¿De donde vienen?
-Son los antiguos moradores del castillo. Mi padre me contó la historia. Hace mucho, mucho tiempo, un príncipe llamado Juan construyó aquí este castillo. Era un enamorado del agua, de sus poderes y su magia. Buscó este claro en mitad del enorme bosque, y con un hechizo desvió el gran río, haciéndolo pasar por debajo de él. En la torre grande escavó un pozo hondo, mucho más hondo de lo que podáis imaginar, hasta llegar a las aguas subterráneas del río, para subirlas a lo más alto, hasta la almena. De allí caían en innumerables fuentes y cascadas por todo el recinto, formando las más hermosas formas y colores. Por las gárgolas que nos escupían fuego, caían chorros de fresca agua que regaban toda la llanura, cuajada de flores de mil colores y formas. Lo llamó el Castillo del Agua.
-¿Y como se convirtió en lo que es ahora?
-El príncipe murió sin descendencia, y sin sus hechizos el agua se volvía indomable, él mantenía el equilibrio. Así que sus moradores fueron abandonando el castillo y habitando en pequeñas aldeas cerca de él. Cuando mis padres pararon a Yortan es aquí donde le trajeron, pensaban que poco podía hacer, con el gran río y su poder debajo, y sin posibilidad de continuar con sus experimentos de magia prohibida, pero sus conocimientos eran más oscuros y profundos de lo que parecía. Un día notaron una perturbación, el gran río desvió su curso y se alejó del castillo. Vinieron a comprobarlo y una nube oscura y espesa les envolvió de imprevisto. Fue mucha suerte que Airis pudiera escapar. Esas practicas inocentes eran para despistarlos, con el poder de camuflaje de la salamandra escondió todos los cambios que hizo. En las cuatro torres de los lados escavó pozos mucho más profundos, hasta que tocó el mismo centro de la tierra, y de allí sacó los terribles fuegos, la base de su maléfico poder. El fuego negro es la mayor perversión de la maldad. Consiguió retirar al gran río, el único capaz de detenerle, y secó las tierras al rededor, secando también su cauce para que no pudiera regresar. Mientras más fuerte es, más tierras va secando para alejar más al agua.
-¿Pero el río no puede regresar y acabar con él?
-El río solo puede avanzar sobre un cauce húmedo, no puede salirse de él, si no mares, océanos y lagos inundarían la tierra seca. Mi padre intentó traer, con la ayuda de los vientos del sur, nubes de agua, si lloviera lo suficiente para humedecer de nuevo el cauce el gran río podría regresar, pero apenas aparecían enviaba grandes chorros de calor que las deshacían.
Otro grupo de esclavos apareció por el fondo, y cuando atravesaron la entrada los muchachos les siguieron. Sandra observaba con la boca abierta la magistral obra. El salón de entrada era enorme, un pozo de muchos pasos de diámetro se situaba en el centro, y de él se alzaba una tubería muy ancha que llegaba hasta lo más alto, debía ser por donde subía el agua. Hasta donde abarcaba la vista se podía ver fuentes, caídas de agua, juegos de noria, surcos en el suelo a modo de pequeños arroyos, y todo tipo de mecanismos móviles, se lo podía imaginar todo funcionando bajo la presión del agua, debía de ser un espectáculo impresionante. Mientras Gonzalo y Lerián indagaban por donde seguir, ella se asomo al pozo. No se veía el fondo, todo el agua que caía por toda la torre volvía al pozo por esos arroyos y se devolvía al gran río. Entonces recordó las palabras de Lerián: “El río solo puede avanzar por un cauce húmedo”, se descolgó la cantimplora, era muy pequeña, pero contenía mucha agua, quizás...la agitó, la destapó, y la colgó boca abajo de un pequeño saliente. El chorro de agua caía sin parar, sin tan siquiera escuchar si tocaba suelo.
-¡Sandra! No te distraigas. Los esclavos subieron por aquí, vamos a seguirlos.

continúa......

Vas desencadenando muy bien la historia
con un relato ameno y entretenido,
voy por la otra parte de este bonito cuento.
 
Me encanta este cuento, esta historia... es magistral.
Me gustan las imágenes tan bien descritas, los parajes y sobre todo, la imaginación al dar esos nombres a los personajes.
Una bella historia.
Me voy a la tercera parte...
Saludos.
 
El antiguo castillo del agua, ahora de la Boca del Infierno, al contrario de otros castillos, no estaba enclavado en un alto, si no en una ensenada rodeada de montañas más altas que él. Cualquier observador podría pensar que eso era un gran error, pero se equivocaría. Los quinientos metros que separaban el castillo de las faldas de esas montañas eran una trampa mortal. Innumerables cráter de pequeño tamaño la surcaban, de los cuales salía un tóxico gas de las entrañas de la tierra y alternativamente lenguas de fuego. El calor era horrible. El castillo constaba de cinco torres en aguja, siendo la del centro la más alta, y una alta muralla, llena de gárgolas vivientes, a cada cual más tenebrosa, cuyas bocas vomitaban lava hirviente.


Eres un gran escritor, te felicito por ello. Saludos estimado poeta
 

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