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Anécdotas de un poeta - El maltratador y el ignorante

En la mañana de anteayer, día 13, y sobre todo a primera horas de la tarde me sucedieron algunos percances que es que todavía alucino en colores, expresión que tengo entendido utiliza mi nieta de 13 años y los chavales de esas edades.

Tuve que acercarme a una Entidad Bancaria para realizar una gestión de escasa importancia, ingresar 8 euros en la cuenta de un amigo, gran poeta él. Como viene siendo habitual ya los cajeros físicos brillan por su ausencia, es una especie en extinción. Así que para hacer ingresos, los pagos se hacen a horas más tempranas y en determinados días para fastidiar por demasía al personal a la vez que se le requiere como cliente, estábamos cuatro personas ante el único empleado destinado a tales fines.

Como conozco que hay Bancos donde a través del Cajero Automático puede ingresarse en la cuenta de uno de sus clientes requerí la ayuda de la subdirectora, una chavala muy amable y de toma pan y moja. Acudimos al exterior y dispuso todos los dígitos, pero cuando saqué un billete de 20 euros me dijo que no admitía cambio. Así que vuelta para dentro.

Cuando al fin me llegó el turno me solicitaron mi número de D.N.I. Me sorprendió que para ingresar 8 miserables euros en una cuenta hubiera que cumplir tal requisito, cuando tengo entendido que es para operaciones a partir de 2.000. Me aseguraron que esa Entidad intenta al máximo luchar contra el fraude fiscal y a eso es debida esa norma.

- ¿Aquí no era donde trabajaba la Infanta? -. He preguntado. – Pues podían haber aplicado antes esa norma. -. Y me reí.

Me acerqué a un comercio de electrónica, a ver si encontraba un repuesto y ya telefoneé a mi esposa, que había acudido a Urgencias del Hospital de la Princesa una vez más agobiada por sus dichosos divertículos.

- ¿Cómo te encuentras? -.

- Me han dado el alta.

- ¿Pero tú estás bien? –

- No, me sigue doliendo.

- Pues le dices al médico que no te mueves de allí hasta que llegue yo, que vamos a tener una parrafadita. Voy ahora mismo.

Tomé el autobús y en diez minutos estaba en Urgencias. Solicité hablar con el doctor don Fulano de Tal, el que firmaba el informe de Alta, y efectivamente nos recibió inmediatamente con mucha amabilidad.

- ¿Cómo puede darse de alta a una paciente cuando sigue con dolores? -.

- Se le irá pasando, se le han aplicado unos calmantes.

Reconozco que ser médico y ver aparecer en la puerta de tu consulta a mi esposa debe ser tremendo, pero dar de alta a un enfermo alegando que “ya se le irá pasando” considero que lo es más todavía. ¿O es que urge hacer hueco? Pues para eso directamente al nicho.

- No soy médico, pero considero que gran parte de los problemas de mi mujer son de origen psíquico. ¿Podría reconocerla un facultativo de esa especialidad? – Solicité.

Y, efectivamente, nos pasaron a una salita perteneciente a Psiquiatría. Allí se encontraba un muchacho, luego me enteré de que no era tan muchacho y que ya tenía 50 años, que se había intentado cortar las venas. Digo intentado porque, según sus familiares, solamente le habían aplicado cuatro o cinco puntos. Cortarse las venas es lo que hizo aquel chaval en mi Bar EL HOBBIT, que nos dejó el suelo convertido en un charco de sangre y tuvimos que llevarle a Urgencias a toda prisa porque se desangraba a chorros. Lo de anteayer, una broma de un chalado.

Nos recibió una psicóloga. Mejor dicho, llamó a mi esposa. Le indiqué que consideraba que debía pasar yo y ponerles en antecedentes. Me dijo que después hablaría con el médico.

Total, que estuvieron con ella unos 20 minutos y al salir insistí en hablar con el especialista. De no muy buena gana aceptaron y entré a la consulta.

Se trataba de un joven MIR de segundo año, al cual saludé educadamente al igual que a la psicóloga y les relaté que, desde mi punto de vista - y después de haber vivido diez años tras la barra de un bar y otros cinco y medio siendo vendedor de la ONCE –, gran parte de la enfermedad de mi esposa era de origen psíquico, que padecía alguna psicopatía cuyo nombre desconocía ya que lo mío fue la Contabilidad y actualmente las Letras pero no la Medicina.

- ¿Pero por qué afirma eso, en qué se basa? -. Me preguntó el médico.

- En que ya he visto de todo, doctor. - . Le apliqué el tratamiento que les agrada.

- ¿Duda usted de nuestra capacidad como médicos? -. Me preguntó.

- En absoluto. Lo que dudo es que con unas pastillas se le pueda hallar solución, precisaría de un tratamiento psicológico más que farmacéutico según mi criterio. -.
Fue mi respuesta.

En ningún instante alcé el tono de voz, aunque éste pueda ser fuerte. Oigan, que he cantado ópera y que ya les relaté que el viernes pasado les hice pasar un buen rato a los otorrinos de dicho hospital al haber recuperado bastante la capacidad de mis cuerdas vocales tras la biopsia que me efectuaron en julio pasado. No creo haberle faltado al respeto en ningún momento, siempre le hablé de usted y con la cordialidad precisa. O sea, poca. Sin tomarme confianzas que él no me brindaba.

Bueno, pues me dijo que en un instante me daría el informe y que siguiese el tratamiento impuesto por su psiquiatra habitual.

Salí a la sala de espera, le llamé gilipollas al presunto suicida por querer quitarse una vida que no será preciosa pero es la única que tenemos y al poco salió la psicóloga y, muy tunamente, le entregó el informe a mi esposa. – ¿No me lo da usted a mí? -.

Ahora lo leen, cuando lleguen a casa. -.

¡Ah, lagarta! ¡Ya sé por qué me dijiste eso y actuaste de esa manera! Pero como entramos a un establecimiento DIA, porque necesitábamos leche, no leí el informe hasta cuando era demasiado tarde.

Según el médico, un chaval sin apenas experiencia, mi conducta durante nuestra corta entrevista había sido totalmente INADECUADA. No entiendo los motivos, ni le mencioné a la madre ni me acordé de sus muertos y en todo momento le traté con la misma fría cortesía que él a mí. No le habría gustado mi voz. A mí tampoco, porque soy tartamudo como Cervantes y Moisés, Churchill y muchos más, y llevo conviviendo con ella más de 70 años. No le faltó más que poner con rotulador y en trazos gruesos la palabra MALTRATADOR.

Ya en casa, telefoneé al Hospital y me dijeron que las quejas y las reclamaciones en persona, no a través del teléfono. Así que comí a escape, a las 4 y media de la tarde, y me volví para el Centro.

Totalmente imposible que localizaran al médico “ofendido” por mí, corporativismo a ultranza o temor a que organizase un escándalo. Lo cual les aseguro que no pensaba hacer, quizás sí llamarle niñato ignorante y dudar de que el día que enseñaron el significado del término INADECUADO hubiese asistido a clase.

Queja por escrito, de la cual tengo copia y que se pasarán por el Arco del Triunfo respondiéndome cualquier idiotez y ajo y agua. Que en mi juventud y en castellano significaba a joderse y a aguantarse.

Y todo por dudar no de los conocimientos de un médico sino de la validez del tratamiento que dispensa a un paciente. Si yo reaccionase de igual forma cada vez que me corrigen un verso o un leísmo no quedaría en el mundo lector vivo, se lo aseguro.

Pues, ya saben. Y lamento decirlo por lo que tiene de peyorativo para mis buenos amigos médicos vocacionales, grandes profesionales, a los cuales no quisiera incluir en el mismo saco que a este interfecto pero que les perjudica.

Alucino, de verdad. Hay profesiones que parecen tener patente de corso y la Medicina es una de ellas: Entierran sus errores.

¡Hasta pronto!
 

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