Marcela
Miembro Conocido
La noche invita a un banquete de carnes.
Lame sus garras un lucero
jactándose de su única luz
como reflejo de su soberbia.
Un astro enfurecido,
que no pudo copular al cometa,
vomita su asco entre montañas
sin importarle los sismos ocasionados.
Las nubes, como obesas maniáticas,
chocan entre sí, una y mil veces
se hacen añicos inmolándose
en truenos y rayos tenebrosos
avivando los temporales más devastadores,
lluvia ácida que quema y carcome la piel,
dejando el hueso expuesto a tal espanto.
Las pervertidas estrellas, lujuriosas,
mojan sus lenguas en vino
bebiéndose a los románticos,
masticando a los puritanos ortodoxos.
El Sol se tambalea ebrio de dagas
solsticios y equinoccios en caos.
Lucha de poder sobre el día
entre él y la depravada Luna
que muestra su cara oculta,
de ninfa villana, madre de las viciosas.
Vía láctea manchada de sangre
Fuego, llamas y lenguas de rojo
aparcan en el nuevo planeta
corrompiéndolo a tal punto
que el averno se traslada al cielo.
Lame sus garras un lucero
jactándose de su única luz
como reflejo de su soberbia.
Un astro enfurecido,
que no pudo copular al cometa,
vomita su asco entre montañas
sin importarle los sismos ocasionados.
Las nubes, como obesas maniáticas,
chocan entre sí, una y mil veces
se hacen añicos inmolándose
en truenos y rayos tenebrosos
avivando los temporales más devastadores,
lluvia ácida que quema y carcome la piel,
dejando el hueso expuesto a tal espanto.
Las pervertidas estrellas, lujuriosas,
mojan sus lenguas en vino
bebiéndose a los románticos,
masticando a los puritanos ortodoxos.
El Sol se tambalea ebrio de dagas
solsticios y equinoccios en caos.
Lucha de poder sobre el día
entre él y la depravada Luna
que muestra su cara oculta,
de ninfa villana, madre de las viciosas.
Vía láctea manchada de sangre
Fuego, llamas y lenguas de rojo
aparcan en el nuevo planeta
corrompiéndolo a tal punto
que el averno se traslada al cielo.