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Crueldad extrema

Crueldad extrema


Desarrollo


La penitenciaría quedaba a las afueras del poblado; era una cárcel de máxima seguridad donde llevaban los elementos más peligrosos del país. La edificación se hallaba rodeada de un lago-embalse alimentado por un inmenso río, donde habían depredadores de agua como caimanes y cocodrilos prestos a devorar cualquier criatura mortal que se atreviera a penetrar en él, lo que hacía casi imposible cualquier intento de fuga. El lago poseía esclusas que se abrían y cerraban manualmente para evacuar el caudal de las aguas por encima de la cota de seguridad, caudal que iba directamente al acueducto general del poblado, aguas que eran tratadas para las necesidades de la población.
La sola posibilidad de evasión del penal era por la puerta principal ya que había un puente movible de madera de unos 50 metros de largo el que atravesaba lo ancho del lago, pero que estaba vigilada por guardianes armados hasta los dientes.


Clímax


En ese infierno humano, lleno de historias, tragedias y tormentos, se hallaba un prisionero que por aquellas fatalidades del destino había sido condenado a muerte, por tanto esperaba su desenlace final en el famoso "corredor de la muerte".
En vano habían sido los intentos de clemencia que sus abogados habían solicitado al gobernador de la región, en el que alegaban que su defendido había actuado por ira e intenso dolor, además de la defensa de su honor en los hechos en que habían resultado muertos su mujer y un influyente político al encontrarlos haciendo el amor en su propia casa. La última decisión la tenía el presidente de la república quien con una orden presidencial podía evitar llevar a la muerte a alguien que si bien era cierta había infringido la ley humana e incluso violado uno de los diez mandamientos: "no matar", no era menos cierto que lo había hecho en condiciones especiales; además, la figura de la pena de muerte incluida en la Constitución no se presentaba como solución, según expertos, para resolver los grandes males que acosaban a esa sociedad.
La noche anterior a la ejecución, el reo fue visitado por el sacerdote del penal para reconfortarlo espiritualmente y prepararlo para el viaje eterno que en pocas horas debería emprender; acto seguido, salió en compañía de una serie de guardianes, dejando al infeliz semi dormido a consecuencia de unos sedantes que le habían colocado en su última cena.


Desenlace.


La madrugada se presentaba fría, en las celdas se respiraba un aire contaminado y ácido como consecuencia de la transpiración de los presos que dormían bajo la preocupación de sus sentencias y bajo la culpabilidad de sus delitos, produciéndoles pesadillas inimaginables.
En un instante dado, una ráfaga de aire turbulento se coló por los barrotes de la celda del desventurado hombre que horas más tarde debía ser ejectutado en la "Cámara de gas"; esa ráfaga de aire lo despertó automáticamente.
El desgraciado hombre al despertarse, a consecuencia de ese viento que se le incrustó hasta en el alma, no acertaba a saber donde se encontraba en ese momento; llegó a pensar que la ejecución ya se había llevado a cabo y que ese frío que sentía era el gas de la muerte que le recorría todo su ser.
Pero no, aún estaba con vida; se pellizcó para saber si era cierto, efectivamente, todavía se encontraba en el mundo de los mortales; mundo, donde pasan tantas buenas cosas para algunos y tantas malas cosas para muchos. Estando en ese estado como de inconsciencia, llegó a sus oídos un leve ruido, una especie de roce de hierros; pensó que podría tratarse de algún reo en estado de sonambulismo o noctambulismo o que podría ser algún guardián revisando las celdas, por lo que permaneció quieto en su lecho, ya que a eso no se le podía llamar cama por ser una losa rígida de cemento embutida en la pared. Como el roce de hierro persistía, al reo lo llenó de curiosidad aquel ruido por lo que se deslizó suavemente por el suelo hasta llegar a la puerta de la celda para constatar de donde provenía ese extraño ruido. Su asombro fue mayúsculo al comprobar que el ruido venía de la puerta de su celda: ¡Estaba abierta!
El corredor estaba a media luz, el sentenciado a muerte miró para todas partes, todo estaba en silencio, no se veía alma alguna en el corredor; sin pensarlo dos veces salió de la celda y comenzó a andar con extrema precaución, el corazón le palpitaba aceleradamente; no podía creer lo que le estaba pasando; tal vez era un gesto divino que se había apiadado de él para darle una última esperanza de vida: ¡la libertad! Besar y abrazar a su pequeña hija y a su madre que estaría desconsolada llorando por él.
Extrañamente, pero para su fortuna, el fluido eléctrico no funcionaba, era una muestra más que Dios estaba a su favor, pensaba él; solo la luz de la luna que se coloba por las claraboyas del corredor, cubiertas de telarañas, hacían algo visible el largo corredor, limitado a lado y lado por celdas donde dormían sus amigos de infortunios.
El convicto caminaba con cierta pesadez ya que aún estaba bajo los efectos de los sedantes que le habían dado, pero era tanta su emoción y esperanza de libertad que sacaba fuerzas de lo más recóndito de su ser para salir adelante; el hombre pensaba sobre todo en cómo hacer para burlar la vigilancia que debería haber en la puerta principal.
¿Esperar en algún rincón a que amaneciera para camuflarse entre los aseadores y poder salir?
¿Ir al pequeño centro hospitalario, donde de seguro lo podría ayudar algunos amigos a escapar?
¿Qué hacer?
Estando en esas cavilaciones no se había dado cuenta que unos ojos lo miraban con firmeza; en un momento dado, como cuando se siente que a uno lo están viendo, giró la cabeza hacia esos ojos; eran unos ojos negros, duros, fijos, escrutadores; al reo una corriente fría, de muerte, le recorrió todo su cuerpo; quedó petrificado, lívido; poco a poco recobró su estado normal y se enfrentó a la realidad; mas, para su fortuna esos ojos eran de un preso que curiosa y extrañamente lo observaba, que sin decirle palabra alguna le deseó un buen viaje con un movimiento de mano.
Pasado esa momento amargo, siguió caminando por ese corredor que cada vez se le hacía más largo; sin darse cuenta, aunque bastante fatigado por el esfuezo realizado, estaba a unas dos decenas de metros de la puerta principal, en la que Curiosamente no se veía guardia alguno: ¡No había vigilancia alguna! ¿Qué habría pasado? Acaso, ¿es que estarían celebrando las fiestas patronales? Fiestas que se realizaban por esos días.
No existía duda alguna de parte de aquel hombre que la mano de algún ser misericordioso estaba en todo esto.
Solo faltaba traspasar esa puerta principal para su libertad conseguir y huir del fantasma de la muerte.
Ya afuera de la penitenciaria y aún en la oscuridad de la noche, miró el lago que rodeaba la edificación y el puente que lo conduciría a su libertad definitiva; llenó su pulmones de aire, exhaló un suspiro de agradecimiento infinito, pero en ese preciso momento se encendieron todas la luces del presidio dejándolo enceguecido y una voz como de ultratumba le decía:
-"Cómo es que te vas a ir sin antes de recibir la extremaunción, -hijo mio".
Era la voz del cura del penal acompañado de una decena de guardianes.


Sigifredo Silva


Este relato está inspirado en el cuento: "La tortura de la esperanza", de Auguste Villiers de L'isle Adam.
 

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