JAVIER TOMAS
Sub Administrador
Los latidos de mi corazón galopaban libres en mis sienes, por más que me presionara con mis dedos se empeñaban en no callar. Inspiré aire con ansiedad, como si fuera una medicina, como si fuera una escapatoria, pero era inutil, nada podía aliviar mi dolor, nada podía evitar mi obligación. Entré en la habitación, ella me esperaba con una sonrisa tibia, falsa, esperando mi respuesta gesticular ante las noticias que el doctor me había comunicado. Las maquinas pitaban, y era todo el ruido que se oía en ese lugar, hasta los cables y tubos dejaron de rozar con las sábanas de su cama por mantener ese estruendoso silencio. Me puse a su lado y cogí su fría mano con mi fría mano. Intenté esbozar algo parecido a una cara de despreocupación, pero pronto lo dejé, era inútil. Ella lo notó al momento y su semblante se mostró sombrío, su palidez aumentó, y el infimo brillo de sus ojos se esfumó como si fuera una estrella fugaz en un perdido firmamento. La primera palabra se quedó retenida en mi seca garganta. Que difícil es despedirte de la persona que amas sin poder dar rienda suelta al mar de lágrimas que inundan tu alma.