Jorge Toro
Miembro Conocido
Desígname testarudo, señálame descreído,
incrimíname obcecado, denomíname engreído.
Jamás podrás convencerme, será un esfuerzo banal,
no daré ni un paso atrás, me es cuestión trascendental.
No he creído que en la vida haya en verdad un destino
ni comparto aquél sermón que lo proclama ya escrito
y explica todos sucesos como un designio divino.
Jamás lograré creer en el infundado mito,
de que Dios nos da la vida con reglado desenlace,
y nos envía a la tierra a cumplir lo que ha prescrito.
Que ninguno puede hacer cuanto le parece y place
porque todos los asuntos ya antes están definidos,
y no existe en el planeta quien su trazado rechace.
Que conceptos y emociones nos fueron preconcebidos,
-pues cuanto a todos sucede es voluntad celestial-
opino son embelecos, apenas muy bien vendidos.
Yo me considero autónomo, hasta el final del final,
apto para distinguir entre concreto y abstracto,
libre para comprender que separa el bien del mal.
Si llegásemos al mundo con un porvenir exacto,
con vida prefabricada, desde antes establecida
perderían su sentido toda decisión y acto.
Si acaso así sucediese, sería tonta la vida,
Y nosotros los payasos de un creador “despistado”
que juega con cada quién una anodina partida.
El exclusivo destino que acepto como algo dado,
es la irremediable muerte con que la existencia expira,
y que hemos de asimilar como final anunciado.
Pretendemos de la vida los sueños que nos inspira,
y buscamos un camino, con la mirada adelante;
estimando que es auténtica y no una burda mentira.
Yo me niego irremediable y planto recio desplante
a tan necia presunción que haría el vivir baldío
y, en pro de mi posición, persisto firme y tajante.
Bajo dicha presunción sería inútil el brío,
el esfuerzo y la esperanza para enfrentar desventuras,
y quedaría en la nada tener un libre albedrío.
¿Por cuál motivo forjar millones de creaturas,
y con rígida doctrina, dictarnos que es bien y mal?
Sí todo está sentenciado… ¿Para qué sus imposturas?
Si acaso eso fuese cierto… ¡Me olería a demencial!
incrimíname obcecado, denomíname engreído.
Jamás podrás convencerme, será un esfuerzo banal,
no daré ni un paso atrás, me es cuestión trascendental.
No he creído que en la vida haya en verdad un destino
ni comparto aquél sermón que lo proclama ya escrito
y explica todos sucesos como un designio divino.
Jamás lograré creer en el infundado mito,
de que Dios nos da la vida con reglado desenlace,
y nos envía a la tierra a cumplir lo que ha prescrito.
Que ninguno puede hacer cuanto le parece y place
porque todos los asuntos ya antes están definidos,
y no existe en el planeta quien su trazado rechace.
Que conceptos y emociones nos fueron preconcebidos,
-pues cuanto a todos sucede es voluntad celestial-
opino son embelecos, apenas muy bien vendidos.
Yo me considero autónomo, hasta el final del final,
apto para distinguir entre concreto y abstracto,
libre para comprender que separa el bien del mal.
Si llegásemos al mundo con un porvenir exacto,
con vida prefabricada, desde antes establecida
perderían su sentido toda decisión y acto.
Si acaso así sucediese, sería tonta la vida,
Y nosotros los payasos de un creador “despistado”
que juega con cada quién una anodina partida.
El exclusivo destino que acepto como algo dado,
es la irremediable muerte con que la existencia expira,
y que hemos de asimilar como final anunciado.
Pretendemos de la vida los sueños que nos inspira,
y buscamos un camino, con la mirada adelante;
estimando que es auténtica y no una burda mentira.
Yo me niego irremediable y planto recio desplante
a tan necia presunción que haría el vivir baldío
y, en pro de mi posición, persisto firme y tajante.
Bajo dicha presunción sería inútil el brío,
el esfuerzo y la esperanza para enfrentar desventuras,
y quedaría en la nada tener un libre albedrío.
¿Por cuál motivo forjar millones de creaturas,
y con rígida doctrina, dictarnos que es bien y mal?
Sí todo está sentenciado… ¿Para qué sus imposturas?
Si acaso eso fuese cierto… ¡Me olería a demencial!
