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El Amor, ni te crea ni te destruye. Simplemente, te transforma.

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EL AMOR, NI TE CREA NI TE DESTRUYE.
SIMPLEMENTE TE TRANSFORMA.


Fue una noche... no mágica, pero sí especial. Alberto era una persona insegura, que sufría cuando pensaba sentirse inferior al resto, y algo tímido debido a su condición física, a pesar de tener siempre buena fama en las tertulias, en las conversaciones con los amigos y compañeros de trabajo. Era un hombre inteligente, pero de esos que piensan que si algo puede salir mal, saldrá mal.

Estaba casado, aunque su percepción natural era la de que estuvo casado una vez, pues ese matrimonio no fue el ideal, el que un hombre sueña vivir... un matrimonio que le iba matando poco a poco. Se casó feliz, pero el tiempo, sin saber por qué razón, le fue arrebatando los momentos de felicidad, la vida misma; y lo hacía a pasos agigantados.

Empezó a imaginarse, a sentirse culpable de todo aquello cuanto le ocurría. O mejor dicho, de todo lo que no le ocurría. Los temores del pasado fueron mellando su imagen, pero no su imagen real, sino la que él imaginaba que tenía; y esta situación le fue degradando poco a poco. Fue perdiendo las ilusiones, la sonrisa, incluso empezó a perder la razón en algún momento. Se sentía infeliz, solo y acabado.

Pero todo cambió un día. Y lo hizo a través de un medio en el que él nunca tuvo interés, al pensar que todo ese juego era mentira, que nadie podría congeniar con personas dispuestas a todo, a no ser que fueran personas a las que nada les importa, personas que sólo buscan el momento, ese momento.


Estaba Alberto una noche en casa, no podía dormir debido a su inseguridad. Se levantó de la cama, se sirvió una copa, y encendió el televisor. Nada le interesaba, nada era de su interés... pues a esas horas de la madrugada, poco de interés podría encontrar. Fue cambiando los canales de su televisor, y visualizando uno tras otro, se detuvo en uno de contactos. Se detuvo un instante, por curiosidad. No podía imaginar que hubiera personas, hombres y mujeres, que se ofrecieran de la manera tan clara como leía. Pero uno le llamó la atención, quizás por la ingenuidad del comentario, quizás por lo natural del mismo, o quizás porque supo entender algo más de lo que el texto decía: “Soy mujer. Acabo de romper con mi pareja... Busco alguien que sepa entender el dolor de mi soledad. No busco sexo, para eso hay otras, pero sí cariño y comprensión”.

Quedó pensativo al leer aquello. Le hubiera gustado llamar a esa mujer, pero era imposible, ya que tan sólo conocía los cinco últimos números de su teléfono. Anduvo buscando la forma de cómo ponerse en contacto con ella. Pensó y pensó... hasta que llegó a una conclusión: intentar que fuera ella quien le buscara a él. Y así lo hizo. Agarró su teléfono y envió un mensaje idéntico: “Soy hombre, y esclavo de mi situación. Busco a alguien que me ayude a recuperar la sonrisa, y la ilusión, y me saque de la soledad que me impusieron”. Tras su mensaje, dejó grabado su teléfono.

Pasó la noche, y no hubo respuestas. Pensó que era más de lo mismo, que su inseguridad habría quedado plasmada en aquel mensaje. Cansado, se fue a dormir.

La mañana siguiente la pasó pendiente de su teléfono. Cada vez que recibía una llamada, sentía como el corazón se le salía del pecho. ¿Sería ella? Pensaba cada vez que la vibración del teléfono solicitaba su atención, pues este teléfono tenía desactivado el tono de llamada para no alertar a los demás de sus llamadas.

Así pasaron varios días, hasta que una noche alguien llamó. El teléfono registró tan sólo un tono. Miró la pantalla, y descubrió un número que no conocía. Deseaba contestar, y comprobar de quién se trataba, pero no podía llamar, así que decidió hacerlo al día siguiente.

Al finalizar su jornada laboral, agarró su viejo teléfono, y marcó aquel número. Esperó un tono, dos, tres... nada, nadie contestó su llamada. Llegó a su casa, se sentó para almorzar. Estaba nervioso, por varios motivos, y uno de ellos era la incertidumbre de aquella llamada.

Terminó su almuerzo, se levantó de la mesa para retirar los platos, y se sentó en el sillón a descansar. Y así, en pleno descanso, el aparato comenzó a vibrar en el bolsillo de su pantalón. Disimuladamente, miró y vio la recepción de un mensaje de texto. Guardó el teléfono, y se levantó camino del baño. Entró y cerró la puerta. Cogió el teléfono, abrió el mensaje, y se dispuso a leer su contenido.
Hla. Soy Katy. No pdo hblr, mi marido en casa. Mñn hblmos. 11h”. Esto le descompuso: su marido? Si habían roto...!
El tiempo se le hizo eterno hasta la mañana siguiente. Hubiese querido poder adelantar las manecillas de su reloj, hacer que el mañana llegase hoy mismo.


Y llegó, llegó el momento. A las once en punto estaba marcando sobre su aparato el deseado número. Sonó un tono e inmediatamente, una voz femenina preguntaba quién llamaba. El hombre se quedó callado un instante...

- ”Sí, quién es...? Sí...? Hola...!”
- “Hola! Soy Alberto. Cómo te llamas?”
- “Ahhh... Hola Alberto. Soy Katherina. Cómo estás?”
- “Bueno... así así. Y tú?”
- “Mal. Sólo tengo disgustos”
- “Eres casada, vives con tu pareja...?”
- “Sí, estoy casada, pero como si no lo estuviera. Mi relación hace aguas”
- “Entonces... llevamos la misma vida. Bueno Kathy, ya hablaremos, en estos momentos no puedo seguir hablando. Te apetece?”
- “Me encantaría, necesito hablar.”
- "De acuerdo, te llamaré. Chao”

Alberto colgó el teléfono, y descansó. Al fin le puso voz a ese número y, dicho sea de paso, le encantó la voz al otro lado del aparato.
Por momentos, pensaba si era verdad aquello que estaba pasando. Él no creía en estas cosas, y mucho menos en la posibilidad de encontrar la felicidad mediante un número marcado sin interés y sin confianza en su teléfono. Pero empezaba a hacerse ilusiones, aunque su inseguridad y desconfianza le nublaban el entendimiento.

Esa misma tarde, se repitió la vibración. No esperaba ya ninguna llamada, y era demasiado pronto para que fuera Katherina, máxime cuando habían quedado en que sería él quien la llamara. Esa tarde estaba solo en casa, así que agarró su teléfono y respondió. Era ella... Alberto preguntó si le sucedía algo, pues no esperaba su llamada. Ella le contestó que deseaba volver a escucharle, que le había parecido un tipo interesante, no como otros. Alberto le inspiraba confianza. Él se quedó un tanto halagado por esas palabras. Le respondió que esa sensación era mutua, que a él también le había parecido una mujer sensata. Y hablaron... hablaron de todo; de sus problemas, de sus gustos, de sus costumbres... Y así estuvieron durante varios días.

La relación se hizo amena, y muy natural. Unas veces llamaba él, y otras lo hacía ella. Fue tan intensa esa relación que ambos, en ocasiones, llegaban a perder la timidez al hablar de ciertos temas.
En una de estas conversaciones, y estando en un estado pleno de confianza, en un momento de la conversación, ella le propuso quedar y así poder conocerse. Él aceptó, y le propuso cenar juntos esa misma noche, para después, tomar unas copas y seguir hablando.

- ”Tú sabrás donde llevarme... no conozco lugares donde tomar esa copa”.
A lo que ella contestó:
- ”Yo hace tiempo que tampoco salgo, pero tengo una casita en el campo, cerca de aquí. Si quieres, nos acercamos después de cenar, y la tomamos allí”.

Alberto quedó maravillado con aquella respuesta. El cielo se abrió ante sus ojos. Le temblaban las piernas al pensar cómo sería aquella mujer, cómo sería la cita, y qué le reportaría a su vida.
Abrió su armario, y eligió su mejor traje, la mejor camisa, la mejor corbata, y sus nuevos zapatos. Se dirigió al baño. Se afeitó, y se dio una ducha. Se perfumó y se vistió con tiempo suficiente para no llegar tarde a su cita.
Kathy vivía a unos treinta minutos de su lugar de residencia, una pequeña ciudad a unos 50 kilómetros de Valladolid. Habían quedado a la puerta de las oficinas donde ella trabajaba. Salía a las ocho y media, y eran ya las ocho en punto. Aparcó el coche, y esperó mientras fumaba un cigarrillo.

Cinco minutos antes de la hora de salida, empezó a salir gente por la puerta del edificio. Hombres y mujeres, todos y todas muy elegantes.

Sacó un cigarrillo de la americana, y pidió fuego a un joven parado a su lado.
Miró a su alrededor y se preguntaba quién de ellas sería...

En ese momento, cogió el teléfono, marcó el número y esperó... Al instante, comprobó que una chica, un tanto apartada del grupo reunido en la misma puerta, buscaba en su bolso. Sacó su teléfono, y cuando contestó, Alberto finalizó la llamada. Ella guardó su teléfono. Era Kathy, la escuchó de viva voz contestar aquella llamada.
Alberto se acercó a ella con un cigarrillo apagado entre sus dedos.

- Me das fuego? Le pidió.

Ella, acercó su encendedor al cigarrillo de Alberto. Éste le preguntó:

- “Eres Kathy?” Ella asintió con la cabeza.
- “Y tú, quién eres?”
- “Soy Alberto”, contestó él.

En ese instante, una sonrisa se dibujó en su rostro, en el rostro de ambos, mientras en los ojos de ella podían leerse dos signos de admiración.

- “Bueno, a dónde vamos?
- “Sé de un lugar un tanto especial. Te gustará

Se dirigieron a por el coche de ella. Hasta llegar al restaurant, Alberto no se atrevió a decir una palabra. Ya cuando llegaron, ella le dijo:
- “Has venido muy callado, qué sucede?”
- "No sucede nada, simplemente, me has impresionado".
- “De verdad?” dijo ella...

Ninguno de los dos bajaba del coche. Ella, en un intento de aproximación, y aprovechando que no había nadie en el parking, le miró fijamente, mientras colobaba su mano sobre el hombro de Alberto. Éste la miró, e instintivamente, la besó dulcemente, con ternura... Ella, se juntó más a él, abrió su boca, y el beso se convirtió en pasión, en lujuria.
No estuvo mal. Bajaron del coche, él se limpió el carmín que había dibujado sus labios y, cogidos de la mano, cruzaron la calle, dirigiéndose al restaurant. Pasaron, y el maître les acompañó a una mesa, una apartada del resto de conversaciones del local. Les tomaron nota, y esperaron...

En esa espera, las miradas se retaban con aires de cordialidad, de mutua entrega, diciéndose lo que sus labios no se atrevían aún a decir.
Kathy tenía unos ojos verdes brillantes como gotas de rocío, y su lengua no dejaba de humedecer sus intensos labios rojos mientras le miraba. Alberto, por momentos, parecía no saber aguantar aquella mirada que tenía frente a sí. Quería decir tantas cosas, expresar con sus labios lo que su cuerpo sentía que, en un momento de valentía, dijo:

- “Me gustas mucho, no pensé que fueras así. Me has cautivado con tus ojos, con esa mirada, con tu sonrisa... Y ese beso que me has dado... no lo esperaba, aunque lo deseaba enormemente. Besas tan bien, que tus labios me hicieron olvidar todo mi sufrimiento”.

Ella, volvió a dedicarle la mejor de sus sonrisas.
Durante la cena, hablaron de sus vidas, de sus problemas... de qué excusas pusieron para poder compartir aquel momento. Ella no tuvo que dar ninguna, pues aunque vivía con su marido, él se había marchado Dios sabe a donde. Él, que iba a acompañar en duelo a un compañero de trabajo, cuyo padre había fallecido aquella misma mañana. Terminaron la cena. Él pidió una copa de champagne. Brindaron, y se desearon salud...

- “Por nosotros, por este momento tan especial”, dijo ella.
- “Por tu sonrisa, porque no desaparezca nunca de tus labios”, respondió él.

Terminada la velada, él preguntó a dónde irían, a pesar de saber y desear la respuesta de ella. Ella dijo no saber, que le daba igual. Pero un segundo después, Kathy sugirió ir a la casita que tenía en el campo. “Te parece bien?” Alberto no lo dudó, y aceptó sin mediar palabra.

Salieron del local, y cogidos de la mano, se dirigieron a por el coche. El la tomó por el hombro; ella, por la cintura, apoyando su cabeza sobre el hombro de Alberto.
Llegaron al coche, él la miró y la besó apasionadamente; ella bajó los brazos, y se dejó llevar. Se miraron nuevamente, y entraron en el coche.
Al llegar al chalecito, Alberto se aflojó el nudo de la corbata, que ya dificultaba el riego sanguíneo. Kathy abrió la puerta, pasó adentro y tras ella, él. Se giró para cerrar la puerta, momento que Alberto aprovechó para, colocando sus brazos apoyados sobre la puerta, dejar a Kathy sin huída entre sus brazos. Al girarse ésta, volvió a besarla, pero esta vez, acompañando sus besos con caricias. Sus labios recorrían su boca, su cuello... mientras sus manos lo hacían por la cintura, su pecho...

Se sirvieron una copa, y hablaron. Pero ya había poco que decir. Alberto le dijo que aquella tarde había sido lo mejor que le había pasado en la vida, y le agradeció todo lo que le había hecho vivir, y aquello que estaba viviendo en aquellos momentos.

Ella se levantó, quería ponerse cómoda, quitarse aquel vestido ajustado que llevaba puesto, y ponerse algo más cómodo. Alberto aprovechó para quitarse la americana, y la corbata, que tanto le agobiaba en aquellos momentos. Al momento, Kathy apareció deslumbrante. Sólo se había quitado el vestido, y puesto una camisola larga, transparente, de estas que llegan hasta la mitad del muslo, y se sentó junto a Alberto. Él la miró, soltó el vaso largo que tenía entre sus manos, y acarició sus senos, sutilmente a la vista. El frio de sus dedos, por el hielo de la copa, hizo que su pecho se alborotara al adquirir vida propia, y manifestaran la delicadeza de los mismos. Se besaron, se acariciaron; dejaron aquellos vasos olvidados sobre la mesa, y se fueron a la cama, donde el amor y la lujuria salpicaron a oscuras los silencios de aquella noche apasionada, tan sólo rotos por algún susurro, y suspiros jadeantes.

A la mañana siguiente, al despertar, volvieron a besarse. Ella se quedaría en casa, pero él tenía que volver. Volvieron a amarse como si aquel día fuera el día del fin del mundo. Se ducharon, desayunaron, y se despidieron.
Kathy le dijo que había sido maravilloso, que quería volver a verlo. El también lo deseaba, le llamaría todos los días...

Alberto llegó a casa. Nadie preguntó nada, nadie pidió explicaciones, ni siquiera hubo miradas. Alberto fue al baño, se duchó, y salió a comprar el periódico.
Volvió a casa. Se sirvió un café y mientras lo tomaba, leyó el periódico, al que no prestaba mucha atención, pues en su mente sólo cabían los recuerdos de la tarde noche anterior. No podía olvidarse de Kathy, no podía alejarla de sus pensamientos... Ella le había gustado mucho, le hizo feliz y se sintió feliz a su lado. Miraba al cielo como dando gracias por tener aquello que había tenido, y que quería para siempre.

Aquella tarde había sido más feliz y disfrutado más de lo que pudo haber disfrutado durante toda su vida. No quería perderla.
Pasaba las hojas sin ton ni son, sin leer diría... pero entonces, algo llamó su atención. Vio el titular de un accidente de tráfico, y la foto del vehículo implicado. No quería ver lo que sus ojos veían, ni pensar lo que su mente pensaba, ni creer lo que imaginaba haber sucedido. Alberto conoció el vehículo, sin duda era el de Kathy. Pero... cómo, si ella no saldría esa noche? Leyó el artículo, y descubrió que dos personas habían perdido la vida en aquel suceso. Una mujer de 37 años, y su pareja.

No podía ser... era imposible. La llamaba a su teléfono pero éste siempre respondía “apagado o fuera de cobertura”. Llamaba y llamaba una y otra vez, y siempre la misma respuesta. Cogió su coche y se acercó al chalet en el campo. No había nadie en la casa. Sus temores parecían confirmarse...
El lunes por la mañana, se acercó a las oficinas donde Kathy trabajaba. Preguntó por ella, pero nadie parecía conocerla. Preguntó incluso a algunos que reconoció aquella tarde a la salida del trabajo, al joven al que pidió fuego mientras esperaba la salida de Kathy... y nada, parecía no haber existido.
La vida volvía a darle la espalda, a robarle una vez más las ilusiones, su apuesta de futuro.

Por qué, por qué le sucedía siempre aquello que no deseaba que sucediera? No lo entendía... La vida fue dejándolo a un lado, en ese lado en el que la vida siempre le dejó. Era inútil intentar cambiar, siempre sucedería lo mismo.
Pero un día despertó. Y lo hizo confuso, sin saber qué hacía en aquella habitación de aquel hospital. Junto a él, su mujer, y sus hijas, que lloraban de alegría...
Habían pasado tres años desde aquel accidente, aquel accidente que leyó en el periódico, y en el que le dieron por muerto, junto a aquella chica.

Nunca supo qué sucedió. No supo si aquel accidente fue el suyo, ni si llegó a conocer a Kathy, ni si vivió todo lo que creyó haber vivido.

Alberto se recuperó lentamente, pero lo hizo con la ayuda de los suyos, y sin saber nada más que una verdad, la única verdad para él: "El amor ni te crea ni te destruye, simplemente te transforma."

Elias Nuñez
2013.
 
Última edición:

Maese Josman

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Elias, muy bien llevado hasta su fin esta historia que por otra parte creo tiene mucho de razón.
Buen trabajo apreciado amigo, un abrazo del tuyo José Manuel.
 

SANDRA BLANCO

Administradora - JURADO
Wowwwwwww Elias que buen relato,atrapa y conmueve que buena reflexión es estupenda sin lugar a dudas,me encanto,gracias por compartir y mis felicitaciones,un beso grande.
 
Elias, muy bien llevado hasta su fin esta historia que por otra parte creo tiene mucho de razón.
Buen trabajo apreciado amigo, un abrazo del tuyo José Manuel.
Muchas gracias, amigo Jose Manuel.
A veces la vida nos cambia, o creemos que cambiamos ante la nueva vida. A veces nos transformamos y sentimos diferentes, a veces para mejor, y a veces para peor.
Saludos amigo.
Fuerte abrazo.
 
Wowwwwwww Elias que buen relato, atrapa y conmueve. Que buena reflexión, es estupenda sin lugar a dudas, me encanto. Gracias por compartir y mis felicitaciones.
Un beso grande.
Gracias Sandra.
La verdad es que me costó algo hacerla. Una vez tienes la idea, la desarrollas hasta no sabes cuándo... pues van surgiendo nuevas tramas.
La reflexión es facil de entender, siempre pretendo que lo sea.
Gracias por dejarme tu comentario.
Beso grande igual para ti.
Saludos.
 
Magnífico Elias, magnífico.
Me gusta el estilo y sobre todo el ritmo que le das, nada hace suponer el final, y eso es otro punto a tu favor.
Mis aplausos amigo.
Un abrazo
Javier...
El final debería haber sido otro, pero a medida que llegaba al final, un enredo que surgió se hizo dueño y señor del relato, y ya no pude pararlo. Le dio la vuelta al sentido, un contrapunto con lo que uno espera.
Gracias por pasar. Y perdona la extensión de este relato.
Saludos, y fuerte abrazo.
 
Apoyar lo que han dicho mis compañeros en que es un relato muy fluido, atrapante, bellamente escrito, con muchas metáforas que se aplican a la perfección del mensaje que en si es muy profundo. Felicitaciones poeta Elías valió la pena detenerme un rato en estas letras que si las acortara ya no serían lo mismo, se le saluda atte.
 
Apoyar lo que han dicho mis compañeros en que es un relato muy fluido, atrapante, bellamente escrito, con muchas metáforas que se aplican a la perfección del mensaje que en si es muy profundo. Felicitaciones poeta Elías valió la pena detenerme un rato en estas letras que si las acortara ya no serían lo mismo, se le saluda atte.
Gracias, amigo Daniel.
Fue una historia ideada, que quizás posea algo de realidad, por lo común de su contenido. Fue larga, pero de una forma inconsciente. Sabes que surge una idea, se va desarrollando, y durante ese desarrollo aparecen nuevas ideas que se se incorporan para el desenlace, improvisado en el momento, final.
Agradezco tus palabras, tu comentario... Hacen que uno se sienta más o menos realizado.
Saludos, y fuerte abrazo.
 
Última edición:

Cisne

Moderadora del Foro Impresionismo y Expresionismo,
Ver el archivo adjunto 2002

EL AMOR, NI TE CREA NI TE DESTRUYE.
SIMPLEMENTE TE TRANSFORMA.


Fue una noche... no mágica, pero sí especial. Alberto era una persona insegura, que sufría cuando pensaba sentirse inferior al resto, y algo tímido debido a su condición física, a pesar de tener siempre buena fama en las tertulias, en las conversaciones con los amigos y compañeros de trabajo. Era un hombre inteligente, pero de esos que piensan que si algo puede salir mal, saldrá mal.

Estaba casado, aunque su percepción natural era la de que estuvo casado una vez, pues ese matrimonio no fue el ideal, el que un hombre sueña vivir... un matrimonio que le iba matando poco a poco. Se casó feliz, pero el tiempo, sin saber por qué razón, le fue arrebatando los momentos de felicidad, la vida misma; y lo hacía a pasos agigantados.

Empezó a imaginarse, a sentirse culpable de todo aquello cuanto le ocurría. O mejor dicho, de todo lo que no le ocurría. Los temores del pasado fueron mellando su imagen, pero no su imagen real, sino la que él imaginaba que tenía; y esta situación le fue degradando poco a poco. Fue perdiendo las ilusiones, la sonrisa, incluso empezó a perder la razón en algún momento. Se sentía infeliz, solo y acabado.

Pero todo cambió un día. Y lo hizo a través de un medio en el que él nunca tuvo interés, al pensar que todo ese juego era mentira, que nadie podría congeniar con personas dispuestas a todo, a no ser que fueran personas a las que nada les importa, personas que sólo buscan el momento, ese momento.


Estaba Alberto una noche en casa, no podía dormir debido a su inseguridad. Se levantó de la cama, se sirvió una copa, y encendió el televisor. Nada le interesaba, nada era de su interés... pues a esas horas de la madrugada, poco de interés podría encontrar. Fue cambiando los canales de su televisor, y visualizando uno tras otro, se detuvo en uno de contactos. Se detuvo un instante, por curiosidad. No podía imaginar que hubiera personas, hombres y mujeres, que se ofrecieran de la manera tan clara como leía. Pero uno le llamó la atención, quizás por la ingenuidad del comentario, quizás por lo natural del mismo, o quizás porque supo entender algo más de lo que el texto decía: “Soy mujer. Acabo de romper con mi pareja... Busco alguien que sepa entender el dolor de mi soledad. No busco sexo, para eso hay otras, pero sí cariño y comprensión”.

Quedó pensativo al leer aquello. Le hubiera gustado llamar a esa mujer, pero era imposible, ya que tan sólo conocía los cinco últimos números de su teléfono. Anduvo buscando la forma de cómo ponerse en contacto con ella. Pensó y pensó... hasta que llegó a una conclusión: intentar que fuera ella quien le buscara a él. Y así lo hizo. Agarró su teléfono y envió un mensaje idéntico: “Soy hombre, y esclavo de mi situación. Busco a alguien que me ayude a recuperar la sonrisa, y la ilusión, y me saque de la soledad que me impusieron”. Tras su mensaje, dejó grabado su teléfono.

Pasó la noche, y no hubo respuestas. Pensó que era más de lo mismo, que su inseguridad habría quedado plasmada en aquel mensaje. Cansado, se fue a dormir.

La mañana siguiente la pasó pendiente de su teléfono. Cada vez que recibía una llamada, sentía como el corazón se le salía del pecho. ¿Sería ella? Pensaba cada vez que la vibración del teléfono solicitaba su atención, pues este teléfono tenía desactivado el tono de llamada para no alertar a los demás de sus llamadas.

Así pasaron varios días, hasta que una noche alguien llamó. El teléfono registró tan sólo un tono. Miró la pantalla, y descubrió un número que no conocía. Deseaba contestar, y comprobar de quién se trataba, pero no podía llamar, así que decidió hacerlo al día siguiente.

Al finalizar su jornada laboral, agarró su viejo teléfono, y marcó aquel número. Esperó un tono, dos, tres... nada, nadie contestó su llamada. Llegó a su casa, se sentó para almorzar. Estaba nervioso, por varios motivos, y uno de ellos era la incertidumbre de aquella llamada.

Terminó su almuerzo, se levantó de la mesa para retirar los platos, y se sentó en el sillón a descansar. Y así, en pleno descanso, el aparato comenzó a vibrar en el bolsillo de su pantalón. Disimuladamente, miró y vio la recepción de un mensaje de texto. Guardó el teléfono, y se levantó camino del baño. Entró y cerró la puerta. Cogió el teléfono, abrió el mensaje, y se dispuso a leer su contenido.
Hla. Soy Katy. No pdo hblr, mi marido en casa. Mñn hblmos. 11h”. Esto le descompuso: su marido? Si habían roto...!
El tiempo se le hizo eterno hasta la mañana siguiente. Hubiese querido poder adelantar las manecillas de su reloj, hacer que el mañana llegase hoy mismo.


Y llegó, llegó el momento. A las once en punto estaba marcando sobre su aparato el deseado número. Sonó un tono e inmediatamente, una voz femenina preguntaba quién llamaba. El hombre se quedó callado un instante...

- ”Sí, quién es...? Sí...? Hola...!”
- “Hola! Soy Alberto. Cómo te llamas?”
- “Ahhh... Hola Alberto. Soy Katherina. Cómo estás?”
- “Bueno... así así. Y tú?”
- “Mal. Sólo tengo disgustos”
- “Eres casada, vives con tu pareja...?”
- “Sí, estoy casada, pero como si no lo estuviera. Mi relación hace aguas”
- “Entonces... llevamos la misma vida. Bueno Kathy, ya hablaremos, en estos momentos no puedo seguir hablando. Te apetece?”
- “Me encantaría, necesito hablar.”
- "De acuerdo, te llamaré. Chao”

Alberto colgó el teléfono, y descansó. Al fin le puso voz a ese número y, dicho sea de paso, le encantó la voz al otro lado del aparato.
Por momentos, pensaba si era verdad aquello que estaba pasando. Él no creía en estas cosas, y mucho menos en la posibilidad de encontrar la felicidad mediante un número marcado sin interés y sin confianza en su teléfono. Pero empezaba a hacerse ilusiones, aunque su inseguridad y desconfianza le nublaban el entendimiento.

Esa misma tarde, se repitió la vibración. No esperaba ya ninguna llamada, y era demasiado pronto para que fuera Katherina, máxime cuando habían quedado en que sería él quien la llamara. Esa tarde estaba solo en casa, así que agarró su teléfono y respondió. Era ella... Alberto preguntó si le sucedía algo, pues no esperaba su llamada. Ella le contestó que deseaba volver a escucharle, que le había parecido un tipo interesante, no como otros. Alberto le inspiraba confianza. Él se quedó un tanto halagado por esas palabras. Le respondió que esa sensación era mutua, que a él también le había parecido una mujer sensata. Y hablaron... hablaron de todo; de sus problemas, de sus gustos, de sus costumbres... Y así estuvieron durante varios días.

La relación se hizo amena, y muy natural. Unas veces llamaba él, y otras lo hacía ella. Fue tan intensa esa relación que ambos, en ocasiones, llegaban a perder la timidez al hablar de ciertos temas.
En una de estas conversaciones, y estando en un estado pleno de confianza, en un momento de la conversación, ella le propuso quedar y así poder conocerse. Él aceptó, y le propuso cenar juntos esa misma noche, para después, tomar unas copas y seguir hablando.

- ”Tú sabrás donde llevarme... no conozco lugares donde tomar esa copa”.
A lo que ella contestó:
- ”Yo hace tiempo que tampoco salgo, pero tengo una casita en el campo, cerca de aquí. Si quieres, nos acercamos después de cenar, y la tomamos allí”.

Alberto quedó maravillado con aquella respuesta. El cielo se abrió ante sus ojos. Le temblaban las piernas al pensar cómo sería aquella mujer, cómo sería la cita, y qué le reportaría a su vida.
Abrió su armario, y eligió su mejor traje, la mejor camisa, la mejor corbata, y sus nuevos zapatos. Se dirigió al baño. Se afeitó, y se dio una ducha. Se perfumó y se vistió con tiempo suficiente para no llegar tarde a su cita.
Kathy vivía a unos treinta minutos de su lugar de residencia, una pequeña ciudad a unos 50 kilómetros de Valladolid. Habían quedado a la puerta de las oficinas donde ella trabajaba. Salía a las ocho y media, y eran ya las ocho en punto. Aparcó el coche, y esperó mientras fumaba un cigarrillo.

Cinco minutos antes de la hora de salida, empezó a salir gente por la puerta del edificio. Hombres y mujeres, todos y todas muy elegantes.

Sacó un cigarrillo de la americana, y pidió fuego a un joven parado a su lado.
Miró a su alrededor y se preguntaba quién de ellas sería...

En ese momento, cogió el teléfono, marcó el número y esperó... Al instante, comprobó que una chica, un tanto apartada del grupo reunido en la misma puerta, buscaba en su bolso. Sacó su teléfono, y cuando contestó, Alberto finalizó la llamada. Ella guardó su teléfono. Era Kathy, la escuchó de viva voz contestar aquella llamada.
Alberto se acercó a ella con un cigarrillo apagado entre sus dedos.

- Me das fuego? Le pidió.

Ella, acercó su encendedor al cigarrillo de Alberto. Éste le preguntó:

- “Eres Kathy?” Ella asintió con la cabeza.
- “Y tú, quién eres?”
- “Soy Alberto”, contestó él.

En ese instante, una sonrisa se dibujó en su rostro, en el rostro de ambos, mientras en los ojos de ella podían leerse dos signos de admiración.

- “Bueno, a dónde vamos?
- “Sé de un lugar un tanto especial. Te gustará

Se dirigieron a por el coche de ella. Hasta llegar al restaurant, Alberto no se atrevió a decir una palabra. Ya cuando llegaron, ella le dijo:
- “Has venido muy callado, qué sucede?”
- "No sucede nada, simplemente, me has impresionado".
- “De verdad?” dijo ella...

Ninguno de los dos bajaba del coche. Ella, en un intento de aproximación, y aprovechando que no había nadie en el parking, le miró fijamente, mientras colobaba su mano sobre el hombro de Alberto. Éste la miró, e instintivamente, la besó dulcemente, con ternura... Ella, se juntó más a él, abrió su boca, y el beso se convirtió en pasión, en lujuria.
No estuvo mal. Bajaron del coche, él se limpió el carmín que había dibujado sus labios y, cogidos de la mano, cruzaron la calle, dirigiéndose al restaurant. Pasaron, y el maître les acompañó a una mesa, una apartada del resto de conversaciones del local. Les tomaron nota, y esperaron...

En esa espera, las miradas se retaban con aires de cordialidad, de mutua entrega, diciéndose lo que sus labios no se atrevían aún a decir.
Kathy tenía unos ojos verdes brillantes como gotas de rocío, y su lengua no dejaba de humedecer sus intensos labios rojos mientras le miraba. Alberto, por momentos, parecía no saber aguantar aquella mirada que tenía frente a sí. Quería decir tantas cosas, expresar con sus labios lo que su cuerpo sentía que, en un momento de valentía, dijo:

- “Me gustas mucho, no pensé que fueras así. Me has cautivado con tus ojos, con esa mirada, con tu sonrisa... Y ese beso que me has dado... no lo esperaba, aunque lo deseaba enormemente. Besas tan bien, que tus labios me hicieron olvidar todo mi sufrimiento”.

Ella, volvió a dedicarle la mejor de sus sonrisas.
Durante la cena, hablaron de sus vidas, de sus problemas... de qué excusas pusieron para poder compartir aquel momento. Ella no tuvo que dar ninguna, pues aunque vivía con su marido, él se había marchado Dios sabe a donde. Él, que iba a acompañar en duelo a un compañero de trabajo, cuyo padre había fallecido aquella misma mañana. Terminaron la cena. Él pidió una copa de champagne. Brindaron, y se desearon salud...

- “Por nosotros, por este momento tan especial”, dijo ella.
- “Por tu sonrisa, porque no desaparezca nunca de tus labios”, respondió él.

Terminada la velada, él preguntó a dónde irían, a pesar de saber y desear la respuesta de ella. Ella dijo no saber, que le daba igual. Pero un segundo después, Kathy sugirió ir a la casita que tenía en el campo. “Te parece bien?” Alberto no lo dudó, y aceptó sin mediar palabra.

Salieron del local, y cogidos de la mano, se dirigieron a por el coche. El la tomó por el hombro; ella, por la cintura, apoyando su cabeza sobre el hombro de Alberto.
Llegaron al coche, él la miró y la besó apasionadamente; ella bajó los brazos, y se dejó llevar. Se miraron nuevamente, y entraron en el coche.
Al llegar al chalecito, Alberto se aflojó el nudo de la corbata, que ya dificultaba el riego sanguíneo. Kathy abrió la puerta, pasó adentro y tras ella, él. Se giró para cerrar la puerta, momento que Alberto aprovechó para, colocando sus brazos apoyados sobre la puerta, dejar a Kathy sin huída entre sus brazos. Al girarse ésta, volvió a besarla, pero esta vez, acompañando sus besos con caricias. Sus labios recorrían su boca, su cuello... mientras sus manos lo hacían por la cintura, su pecho...

Se sirvieron una copa, y hablaron. Pero ya había poco que decir. Alberto le dijo que aquella tarde había sido lo mejor que le había pasado en la vida, y le agradeció todo lo que le había hecho vivir, y aquello que estaba viviendo en aquellos momentos.

Ella se levantó, quería ponerse cómoda, quitarse aquel vestido ajustado que llevaba puesto, y ponerse algo más cómodo. Alberto aprovechó para quitarse la americana, y la corbata, que tanto le agobiaba en aquellos momentos. Al momento, Kathy apareció deslumbrante. Sólo se había quitado el vestido, y puesto una camisola larga, transparente, de estas que llegan hasta la mitad del muslo, y se sentó junto a Alberto. Él la miró, soltó el vaso largo que tenía entre sus manos, y acarició sus senos, sutilmente a la vista. El frio de sus dedos, por el hielo de la copa, hizo que su pecho se alborotara al adquirir vida propia, y manifestaran la delicadeza de los mismos. Se besaron, se acariciaron; dejaron aquellos vasos olvidados sobre la mesa, y se fueron a la cama, donde el amor y la lujuria salpicaron a oscuras los silencios de aquella noche apasionada, tan sólo rotos por algún susurro, y suspiros jadeantes.

A la mañana siguiente, al despertar, volvieron a besarse. Ella se quedaría en casa, pero él tenía que volver. Volvieron a amarse como si aquel día fuera el día del fin del mundo. Se ducharon, desayunaron, y se despidieron.
Kathy le dijo que había sido maravilloso, que quería volver a verlo. El también lo deseaba, le llamaría todos los días...

Alberto llegó a casa. Nadie preguntó nada, nadie pidió explicaciones, ni siquiera hubo miradas. Alberto fue al baño, se duchó, y salió a comprar el periódico.
Volvió a casa. Se sirvió un café y mientras lo tomaba, leyó el periódico, al que no prestaba mucha atención, pues en su mente sólo cabían los recuerdos de la tarde noche anterior. No podía olvidarse de Kathy, no podía alejarla de sus pensamientos... Ella le había gustado mucho, le hizo feliz y se sintió feliz a su lado. Miraba al cielo como dando gracias por tener aquello que había tenido, y que quería para siempre.

Aquella tarde había sido más feliz y disfrutado más de lo que pudo haber disfrutado durante toda su vida. No quería perderla.
Pasaba las hojas sin ton ni son, sin leer diría... pero entonces, algo llamó su atención. Vio el titular de un accidente de tráfico, y la foto del vehículo implicado. No quería ver lo que sus ojos veían, ni pensar lo que su mente pensaba, ni creer lo que imaginaba haber sucedido. Alberto conoció el vehículo, sin duda era el de Kathy. Pero... cómo, si ella no saldría esa noche? Leyó el artículo, y descubrió que dos personas habían perdido la vida en aquel suceso. Una mujer de 37 años, y su pareja.

No podía ser... era imposible. La llamaba a su teléfono pero éste siempre respondía “apagado o fuera de cobertura”. Llamaba y llamaba una y otra vez, y siempre la misma respuesta. Cogió su coche y se acercó al chalet en el campo. No había nadie en la casa. Sus temores parecían confirmarse...
El lunes por la mañana, se acercó a las oficinas donde Kathy trabajaba. Preguntó por ella, pero nadie parecía conocerla. Preguntó incluso a algunos que reconoció aquella tarde a la salida del trabajo, al joven al que pidió fuego mientras esperaba la salida de Kathy... y nada, parecía no haber existido.
La vida volvía a darle la espalda, a robarle una vez más las ilusiones, su apuesta de futuro.

Por qué, por qué le sucedía siempre aquello que no deseaba que sucediera? No lo entendía... La vida fue dejándolo a un lado, en ese lado en el que la vida siempre le dejó. Era inútil intentar cambiar, siempre sucedería lo mismo.
Pero un día despertó. Y lo hizo confuso, sin saber qué hacía en aquella habitación de aquel hospital. Junto a él, su mujer, y sus hijas, que lloraban de alegría...
Habían pasado tres años desde aquel accidente, aquel accidente que leyó en el periódico, y en el que le dieron por muerto, junto a aquella chica.

Nunca supo qué sucedió. No supo si aquel accidente fue el suyo, ni si llegó a conocer a Kathy, ni si vivió todo lo que creyó haber vivido.

Alberto se recuperó lentamente, pero lo hizo con la ayuda de los suyos, y sin saber nada más que una verdad, la única verdad para él: "El amor ni te crea ni te destruye, simplemente te transforma."

Elias Nuñez
2013.
Elias
Muy interesante y bello relato el que nos compartes, con un toque de misterio, con mucho amor.
Felicitaciones y un abrazo con cariño.
Ana
 
Excelente escrito nos traes Elias, una historia amena y atrapante, que te va llevando a querer saber el final, muy buena tu pluma, te felicito, un escrito prolijo y bien estructurado, un abrazo.
 
Excelente escrito nos traes Elias, una historia amena y atrapante, que te va llevando a querer saber el final, muy buena tu pluma, te felicito, un escrito prolijo y bien estructurado, un abrazo.
Gracias poeta, por tus palabras.
Los comentarios hacen que uno intente crecer, y sirven de apoyo en obras venideras.
Gracias.
Fuerte abrazo para ti.
 

MARIPOSA NEGRA

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vaya Elias que interesante relato, a veces pasa que nos hundimos tanto en la rutina que perdemos la visión de lo real y lo imaginario, o simplemente nos toca encontrar un oasis en medio de tanta miseria que nos ayude a seguir adelante, un placer leerte, besos
 

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