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El lunático

Una cortina de humo cubría mis ojos, el cigarrillo se consumía lentamente sobre mis labios como el amor de los adolescentes. La tenue luz de la lamparilla daba un color amariento a la habitación, como de ocaso, mientras los hielos tintineaban en mi vaso, juguetones gracias a mi mano nerviosa. Tanta agitación daba al whisky la propiedad de un perfume e inundaba toda la estancia. Levanté la mirada perdida del suelo y miré por la ventana. Ahí estaba, blanca y redonda, magestuosa, sería un bonito espectáculo si no fuera porque sabía que tanta belleza me haría matar otra vez. Cuando salía algo se agitaba en mi interior, renacía una parte de mi ser que durante tres semanas se ocultaba sin dejar rastro, pero que en luna llena me arrastraba a un aquelarre de sangre y horror irrefrenable. Me tenía que preparar, pronto empezaría el dolor de cabeza y la ansiedad. Me puse mi ropa habitual, harta de olor a sangre, y mis instrumentos, no era fácil cercenar y rajar si no eran los adecuados, un mal filo evitaría que puediera sacar los intestinos y las tripas sin dañarlos, o un punzón sin la punta en condiciones evitaría que pudiera sacar los ojos y los aplastaría hacia el interior. A las tenazas sin embargo las dejé romas, las utilizaba para quebrar los huesos, no pretendía quedarme con ellos. Pasé la mano por las abruptas cicatrices de mi cara, me recordaban lo que era el sufrimiento y lo que otros tendrían que padecer. Ahora ya solo tenía que elegir a mi víctima, aunque siempre tenía una predilección, alguno de los que leyeran mi historia... ¿Donde vives?.
 

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