Jorge Toro
Miembro Conocido
Sin asomo de aflicción
en silencio se marchó
y al hacerlo me arrancó
toda traza de ilusión.
Una vasta decepción
me inundó en aquel momento
y un inmenso desaliento
se hizo dueño de mis días
que se hicieron -mas que frías-
escenario del lamento.
Con los ojos pesarosos
recorrí de lado a lado
nuestro cuarto desolado
donde fuimos tan dichosos.
Hice esfuerzos infructuosos
para contener el llanto
y el amargo desencanto
que invadía mi existencia,
empujando la conciencia
al abismo del quebranto.
Recogí las tantas cosas
que dejó desparramadas
o quizás abandonadas
en sus prisas impetuosas.
Sus batolas más hermosas
los faldones coloridos
sus botines preferidos
y las blusas, estampadas
de azaleas encarnadas,
o de pájaros tejidos.
Las guardé por mil semanas
anhelando como un tonto
que llegara a mí de pronto
con su risa de campanas.
La esperaba en las mañanas
-iniciando mis funciones
de machetes y azadones-
y oteando la llanada
yo pedía su llegada
con fervientes oraciones.
Preferí jamás buscarla
y pedirle que volviera
porque supe que ello era
vano intento de amarrarla.
Desde siempre supe amarla
respetando sus anhelos
y a su lado vi los cielos
mas hermosos que existieran
cuando nuestras vidas eran
almas de gemelos vuelos.
Fueron tiempos venturosos
de paseos abrazados
de crepúsculos rosados
y de albores luminosos.
Éramos mozuelos briosos
que con temeraria prisa
olvidamos la premisa
de vivir según la edad
para ver con claridad
el terreno que se pisa.
Perseguimos un camino
de jolgorios y alegría,
una loca fantasía
sin un ápice de tino.
Y muy pronto sobrevino
el certero entendimiento
de que sin un buen cimiento
la pareja se deshace
y que muere lo que nace
cuando llega el descontento.
Épocas de mucho empeño
nos vinieron sucesivas
y sus voces afectivas
se volvieron de desdeño.
Enterró del todo el sueño
que juramos años antes
y mis voces suplicantes
repitiéndole mi amor
no encontraron receptor
sino apenas más desplantes.
Y por eso de seguro
se marchó sin un reparo
en la búsqueda de un faro
que jamás le fuera oscuro.
Al pensarlo me aventuro
a entender su proceder:
nunca pude complacer
esas metas prometidas
y se fueron nuestras vidas
cuesta abajo sin saber.
Ha corrido el calendario
olvidé mi sueño necio
y una tarde, con desprecio,
hice fuego su vestuario.
Mas pregunto casi a diario:
¡si su vida ya es ajena
el porqué esta rara pena
asfixiándome el aliento;
y el porqué este sentimiento
que me acusa y me condena!!
en silencio se marchó
y al hacerlo me arrancó
toda traza de ilusión.
Una vasta decepción
me inundó en aquel momento
y un inmenso desaliento
se hizo dueño de mis días
que se hicieron -mas que frías-
escenario del lamento.
Con los ojos pesarosos
recorrí de lado a lado
nuestro cuarto desolado
donde fuimos tan dichosos.
Hice esfuerzos infructuosos
para contener el llanto
y el amargo desencanto
que invadía mi existencia,
empujando la conciencia
al abismo del quebranto.
Recogí las tantas cosas
que dejó desparramadas
o quizás abandonadas
en sus prisas impetuosas.
Sus batolas más hermosas
los faldones coloridos
sus botines preferidos
y las blusas, estampadas
de azaleas encarnadas,
o de pájaros tejidos.
Las guardé por mil semanas
anhelando como un tonto
que llegara a mí de pronto
con su risa de campanas.
La esperaba en las mañanas
-iniciando mis funciones
de machetes y azadones-
y oteando la llanada
yo pedía su llegada
con fervientes oraciones.
Preferí jamás buscarla
y pedirle que volviera
porque supe que ello era
vano intento de amarrarla.
Desde siempre supe amarla
respetando sus anhelos
y a su lado vi los cielos
mas hermosos que existieran
cuando nuestras vidas eran
almas de gemelos vuelos.
Fueron tiempos venturosos
de paseos abrazados
de crepúsculos rosados
y de albores luminosos.
Éramos mozuelos briosos
que con temeraria prisa
olvidamos la premisa
de vivir según la edad
para ver con claridad
el terreno que se pisa.
Perseguimos un camino
de jolgorios y alegría,
una loca fantasía
sin un ápice de tino.
Y muy pronto sobrevino
el certero entendimiento
de que sin un buen cimiento
la pareja se deshace
y que muere lo que nace
cuando llega el descontento.
Épocas de mucho empeño
nos vinieron sucesivas
y sus voces afectivas
se volvieron de desdeño.
Enterró del todo el sueño
que juramos años antes
y mis voces suplicantes
repitiéndole mi amor
no encontraron receptor
sino apenas más desplantes.
Y por eso de seguro
se marchó sin un reparo
en la búsqueda de un faro
que jamás le fuera oscuro.
Al pensarlo me aventuro
a entender su proceder:
nunca pude complacer
esas metas prometidas
y se fueron nuestras vidas
cuesta abajo sin saber.
Ha corrido el calendario
olvidé mi sueño necio
y una tarde, con desprecio,
hice fuego su vestuario.
Mas pregunto casi a diario:
¡si su vida ya es ajena
el porqué esta rara pena
asfixiándome el aliento;
y el porqué este sentimiento
que me acusa y me condena!!