Luis Guillermo Legrand
Miembro
HORAS APASIONADAS
Las llevo tan grabadas,
entrelazadas en mis venas,
tanto, que ya blancas mis ansias,
despierto o dormido igual te sueñan.
Apasionadas horas,
interminables vigilias,
de amarte y ser amado,
de darme y recibirte toda.
El solo eco de tu voz,
la dulce miel de tus dulces carcajadas,
el perfume profundo de tu flor,
hacia lúbrica toda mi alma.
Siempre comenzábamos el cortejo;
con un sensual buenos días,
acercándote me acariciabas con tus cabellos
yo con mi nariz besaba tus mejillas.
Era un juego aprendido,
tan grabado en nuestras ansias,
que tu boca y mi boca no emitían sonido,
solo se paseaba el viento de extremo a extremo,
de ansia a ansia.
Ambos éramos la relevancia,
piezas precisas e importantes,
de un juego que no hacía pautas,
de un deseo interminable.
Todo comenzaba al hallar nuestro vértice,
mi deseo cóncavo,
tu apetencia adyacente,
apenas joven el día,
enseñanza prolongada y ardiente.
Me hiciste tuyo con astucia,
con hombría me entregué impaciente,
amé comer de tus manos y tu vientre,
bebí del sumo zumo de tus albricias.
Cuánto amor,
cuántas caricias,
cuántas veces deshoje esa flor,
tantas veces que me amaste sin medida.
Horas apasionadas,
horas que en mi son vida,
tan frescas y tan ciertas,
tanto, que el tiempo y la distancia no podrán borrar de mi vida.
©Luís Guillermo Legrand
Enviado desde mi iPad
Las llevo tan grabadas,
entrelazadas en mis venas,
tanto, que ya blancas mis ansias,
despierto o dormido igual te sueñan.
Apasionadas horas,
interminables vigilias,
de amarte y ser amado,
de darme y recibirte toda.
El solo eco de tu voz,
la dulce miel de tus dulces carcajadas,
el perfume profundo de tu flor,
hacia lúbrica toda mi alma.
Siempre comenzábamos el cortejo;
con un sensual buenos días,
acercándote me acariciabas con tus cabellos
yo con mi nariz besaba tus mejillas.
Era un juego aprendido,
tan grabado en nuestras ansias,
que tu boca y mi boca no emitían sonido,
solo se paseaba el viento de extremo a extremo,
de ansia a ansia.
Ambos éramos la relevancia,
piezas precisas e importantes,
de un juego que no hacía pautas,
de un deseo interminable.
Todo comenzaba al hallar nuestro vértice,
mi deseo cóncavo,
tu apetencia adyacente,
apenas joven el día,
enseñanza prolongada y ardiente.
Me hiciste tuyo con astucia,
con hombría me entregué impaciente,
amé comer de tus manos y tu vientre,
bebí del sumo zumo de tus albricias.
Cuánto amor,
cuántas caricias,
cuántas veces deshoje esa flor,
tantas veces que me amaste sin medida.
Horas apasionadas,
horas que en mi son vida,
tan frescas y tan ciertas,
tanto, que el tiempo y la distancia no podrán borrar de mi vida.
©Luís Guillermo Legrand
Enviado desde mi iPad