Jorge Toro
Miembro Conocido
Allá en la espaciosa banca
hincada a media colina
donde la cuesta declina
está la casita blanca.
A sus espaldas arranca
una floresta con pinos
robles, laureles, espinos…
y al frente un jardín de rosas
que por bellas y frondosas
conmueven a los vecinos.
El dirección occidente
a media milla en descenso
se divisa un lago inmenso
donde se pierde el poniente.
Casi no sabe la gente
que esa casita modesta
empotrada a media cuesta
es de mi vida el tesoro
donde vive la que adoro
por entregada y honesta.
Allí comparto mis días
con una mujer hermosa
de sonrisa generosa
y sensuales picardías.
No existen noches vacías
ni amaneceres helados
porque sus brazos osados
vienen a mí sin reparo
y yo su cuerpo acaparo
con los deseos crispados.
Vivimos lejos del mundo
encadenados a un goce
que casi nadie conoce
por su vivir tremebundo.
Calculen por un segundo
si valdrá dejarlo todo
y fugarse de ese “lodo”
tan estresante y complejo
para vivir en festejo
de tan fantástico modo.
hincada a media colina
donde la cuesta declina
está la casita blanca.
A sus espaldas arranca
una floresta con pinos
robles, laureles, espinos…
y al frente un jardín de rosas
que por bellas y frondosas
conmueven a los vecinos.
El dirección occidente
a media milla en descenso
se divisa un lago inmenso
donde se pierde el poniente.
Casi no sabe la gente
que esa casita modesta
empotrada a media cuesta
es de mi vida el tesoro
donde vive la que adoro
por entregada y honesta.
Allí comparto mis días
con una mujer hermosa
de sonrisa generosa
y sensuales picardías.
No existen noches vacías
ni amaneceres helados
porque sus brazos osados
vienen a mí sin reparo
y yo su cuerpo acaparo
con los deseos crispados.
Vivimos lejos del mundo
encadenados a un goce
que casi nadie conoce
por su vivir tremebundo.
Calculen por un segundo
si valdrá dejarlo todo
y fugarse de ese “lodo”
tan estresante y complejo
para vivir en festejo
de tan fantástico modo.
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