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PESADILLA

-¡Corre! ¡Corre!- Se decía a sí mismo con una ansiedad tan grande que sentía que se volvía loco.
-¡Corre! ¡Más rápido, más rápido! ¡Casi te alcanzan!- Sentía que el corazón se le salía del pecho y volteaba el rostro hacia atrás para ver qué tan cerca se encontraban sus perseguidores.
Corría tan rápido como podía, angustiado a más no poder. Sabía que si era alcanzado sería su fin.
Era de noche, había luna llena. Pero las ramas de los árboles que se encontraban muy juntas y hacían que éstas se entrecruzaran formando obscuros velos que no dejaban pasar la luz de la luna, provocaban una obscuridad casi total. Y los arbustos y ramas de árboles más pequeños le rasgaban la piel, y algunas heridas eran tan profundas que le escurría la sangre formando pequeños riachuelos rojos en rostro y brazos.
Al parecer era un bosque, demasiado grande y muy tupido, se decía al no alcanzar a ver el término de este, y se le figuraba que llevaba demasiado tiempo corriendo. Se empezaba a sentir cansado y el temor crecía convirtiéndose en terror. Sentía que en cualquier momento rodaría por los suelos al llegar al límite de su resistencia, que ya lo sentía próximo.
Al volver a voltear el rostro, cayó en la cuenta. Durante toda la carrera, al parecer las dos bestias que lo seguían mantenían la misma distancia, aproximadamente treinta o cuarenta metros, cayendo en la cuenta que esta se había mantenido durante todo el tiempo –que era bastante, varias horas según su perspectiva. Y ante este pensamiento sintió un poco de tranquilidad, pero no pensaba disminuir su velocidad.
Al salir a un claro algo amplio del bosque, se detuvo de pronto. Sorprendido vio a una mujer. Esta mujer estaba parada del otro lado del claro, como a treinta metros, y a cada lado tenía, al parecer un enorme perro. Estos enseñaban sus grandes y filosos dientes en un gesto amenazante mientras sus ojos destellaban rojizos en la penumbra.
Extrañado, y más atemorizado si se podía, y Olvidándose de las dos bestias que le perseguían, concentro su atención en las figuras que tenía enfrente.
Era al parecer una hermosa mujer con un cuerpo hermoso y bien formado. Vestía una ajustada malla, calzaba botas que le cubrían las pantorrillas, y portaba una especie de abrigo o sobretodo que el viento lo mantenía abierto al frente. Todo esto al parecer de color negro, al igual que los perros.
En cada mano portaba un objeto que al parecer eran un gran puñal que destellaba con los escasos rayos de luna que rompían un poco la penumbra en el lugar en que se encontraba y una cuerda, o mejor dicho, un látigo
La mujer tenía el cabello largo. Muy largo, que parecía le llegaba a las caderas pero se miraba desarreglado, despeinado, que algunos mechones que apuntaba hacia arriba, al ondularse a causa del viento, se le figuraron como si fueran serpientes.
Sí, era hermosa, pero su sonrisa era muy terrorífica. Sus grandes y rasgados ojos, destellaban odio y una irrefrenable ira.
Al tiempo que sentía que el terror lo paralizaba, recordó a las bestias y sumamente asustado volteó el rostro esperando encontrarse de frente con estas y sintiéndose ya atacado, sabiendo que sería su fin.
Sin embargo no vio nada, y al voltear de nuevo hacía la mujer y los dos enormes mastines, vio a los perros en el aire, saltando ya hacia él, con las fauces abiertas y gruñendo de forma aterradora. Al sentir el golpe de los dos perros al caer sobre su cuerpo y caer él hacia atrás, gritó. El grito fue tan fuerte y tan espeluznante que…

Despertó dando un gran salto sobre su cama y sudando frío, con los ojos llorosos y una tensa mueca de terror que le desfiguraba el rostro.
Tardó unos segundos en darse cuenta que no era más que una pesadilla, y fue tranquilizándose poco a poco.
Ya un poco repuesto se levantó del lecho y se dirigió a la cocina para servirse un vaso con agua. Pensando que esta pesadilla de continuar lo volvería loco.
Ya eran varios los días que soñaba lo mismo. Y siempre despertaba en el mismo punto. Igual, aterrorizado, y tardaba un poco en darse cuenta que no era más que un mal sueño.
Al pasar por la sala, inconscientemente volteó a ver el reloj de pared. Las tres de la mañana.
-Cosa curiosa- Pensó. Cayó en la cuenta que al parecer, el sueño ocurría a la misma hora, ya que recordó que desde días atrás, cuando iniciaron las pesadillas, después de reponerse y tranquilizarse, miraba la hora. Y siempre habían sido las tres de la mañana.
Y cuando volvía a dormir ya no se presentaba ésta, dejándolo descansar ya más o menos bien.
Al regresar a su recámara con el agua y después de beber un vaso con el líquido, tomó la decisión de, a la siguiente noche no dormiría hasta pasadas las tres de la mañana
Posiblemente así evitaría la pesadilla que ya sentía lo estaba volviendo loco. Y se acostó a dormir.
Al llegar la siguiente noche, hizo lo que se había propuesto.
Para poder llegar a la hora establecida miro una película en la T.V. y después se puso a leer un libro.
Eran las tres de la mañana con quince minutos cuando se dispuso a dormir. Estaba seguro que dormiría como un bebé.
Y se durmió confiado a que no volvería a soñar esa terrible pesadilla que lo estaba volviendo loco. Sin embargo…

…Al sentir el golpe de los dos perros al caer sobre su cuerpo, gritó. El grito fue tan fuerte y tan espeluznante que…
Despertó, y tardo en recuperarse. Otra vez lo mismo.
Al estirar el brazo para tomar el vaso con agua recordó lo que hizo. Dormir pasadas las tres de la mañana. Y por inercia miro el reloj despertador que había sobre el buró de al lado de su cama.
L a sorpresa fue mayúscula y el temor se volvió a apoderar de él.
-¡No puede ser!- Se dijo sintiendo un fuerte escalofrío recorrer su cuerpo.
-¡Las tres de la mañana! ¡Si yo me acosté a dormir después de las tres!- Y aterrado recargándose sobre la cabecera del lecho, se llevó las manos al rostro y empezó a Llorar.

Rubén Fontes ”el loco”
 

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