Enrique Dintrans alarcón
Miembro Conocido
La olla hierve sus promesas
y el sabor danza en sus internas orillas.
Una lúgubre burbuja cae extenuada
ante el cubo de hielo
que apareció de improviso.
Las hojas transmutan sus colores
y los granos de arroz se desencajan
para recibir invisibles dosis de entelequias.
Yo pensaba que la olla tenía una queja;
Me equivoqué rotundamente.
Ella solo trataba de contener
la airada protesta microscópica
de un grupo de bacterias.
La mesa no desea estar servida.
Me ha dicho que detesta a los idiotas
que le aserruchan sus patas de madera
sólo por el placer
de sentir su angustia e impotencia
cuando la comida se derrama al suelo.
Un loro me exige su ración de leche de coco
y su pequeño hermano plumífero canta la Marsellesa.
Ellos no saben de las intenciones del gato.
Faltan solo unas horas y luego
seguirán faltando otras horas hasta que
las horas y los siglos se aburran de tanto ir y venir.
El fuego que alimentaba la sopa
ha pedido ser desconectado del pulmón histriónico.
Nunca supe si esto era gracioso.
El sabor se detiene exhausto
Se nececita con suma urgencia
que un niño toque el tambor
y la mesa recapacite su actitud.
Mientras tanto, un rayo de luz se filtra
en el sufrimiento de la tierra.
La mesa y la olla callan
pues han visto los ojos del hambre.
E.D.A
y el sabor danza en sus internas orillas.
Una lúgubre burbuja cae extenuada
ante el cubo de hielo
que apareció de improviso.
Las hojas transmutan sus colores
y los granos de arroz se desencajan
para recibir invisibles dosis de entelequias.
Yo pensaba que la olla tenía una queja;
Me equivoqué rotundamente.
Ella solo trataba de contener
la airada protesta microscópica
de un grupo de bacterias.
La mesa no desea estar servida.
Me ha dicho que detesta a los idiotas
que le aserruchan sus patas de madera
sólo por el placer
de sentir su angustia e impotencia
cuando la comida se derrama al suelo.
Un loro me exige su ración de leche de coco
y su pequeño hermano plumífero canta la Marsellesa.
Ellos no saben de las intenciones del gato.
Faltan solo unas horas y luego
seguirán faltando otras horas hasta que
las horas y los siglos se aburran de tanto ir y venir.
El fuego que alimentaba la sopa
ha pedido ser desconectado del pulmón histriónico.
Nunca supe si esto era gracioso.
El sabor se detiene exhausto
Se nececita con suma urgencia
que un niño toque el tambor
y la mesa recapacite su actitud.
Mientras tanto, un rayo de luz se filtra
en el sufrimiento de la tierra.
La mesa y la olla callan
pues han visto los ojos del hambre.
E.D.A