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Quimeras

Entre el espeso follaje de una tupida arboleda, en las ramas más altas de un frondoso árbol, escuchàbase un melodioso y bello canto. Éste era emitido por una muy hermosa ave de colorido y sedoso plumaje. Demasiado hermosa. Sin embargo este canto denotaba dolor y sufrimiento. De cuando en cuando entre las perfectas notas se mezclaban ayes de dolor.
En un árbol cercano un cuervo, grisáceo, polvozo, de plumaje horrendo y desteñido. Con cicatrices de batallas mil en su cuerpo, obtenidas entre las vicisitudes de la vida y la naturaleza, la miraba y escuchaba embelezado, diciéndose para sus adentros: ¿Qué podría pasar a ave tan hermosa para que su canto fuese a más de bello, triste? ¡Vamos! Si él perteneciera a esa clase de aves, si pudiera estar a su altura, seguro se acercaría y consolaría. Pero era imposible, él pertenecía a una clase diferente.
Él solo era un cuervo vagabundo, polvozo y desteñido. ¡Vamos! Ni siquiera podría más o menos imitar tan melodioso canto. Él tenía –por cosas de la naturaleza- un horrendo graznido. Pero ese canto triste, sentía, lo lastimaba, lo hacía sufrir también a él.
Y llegado el momento en que no pudiendo resistir más, decidió acercarse. Su vuelo era inseguro, zigzagueante –tenía un ala herida, casi incapacitada de por vida- temeroso. Temeroso de ser rechazado por ave tan bella que, seguro lo ignoraría y no querría hablar con él, un pajarraco sucio y feo, que no era de su clase.
Y llegando ante ella, posándose en una rama cercana, preguntó por las causas de su sufrir: ¿Qué era lo que tanto la lastimaba? ¿Por qué si su canto era tan hermoso a la par que ella, lo convertía en un canto triste? Casi en llanto. ¿Acaso algo o alguien se habían atrevido a lastimar a tan bella criatura? Siendo que por lo hermosa que era y su canto similar al de los propios ángeles, sólo merecía ser feliz.
Entre trinos y gorjeos que por su belleza lo intimidaron e hicieron temblar, la bella contestó: - La vida, ha sido muy cruel conmigo. Algunos seres criminales han clavado en mi pecho algunos dardos ponzoñosos, muy dolorosos. Y por más que lo he intentado no los he podido desprender.
-Sobre todo uno, el más profundo, es más doloroso y el que más me lastima. Cuando intento volar siento que se me desgarra el corazón.
-Y tú por ventura, ave de tan triste aspecto, ¿pudieras ayudarme a sacar estas espinas que me están matando? Creo por tu apariencia y cicatrices que muestras, sabes como aliviar las heridas. Y dime ¿a ti, que te sucedió?
-En efecto –contestó el cuervo- la vida tampoco ha sido muy amable conmigo. Y si lo dices por mi aspecto, verás; yo tenía mi nido y mi familia. Vivíamos más o menos felices, pero un día al igual que a ti, manos criminales destruyeron mi nido y me robaron lo que más quería. -A partir de ese momento ya no me interesó construir nido alguno, he vagado en la intemperie, sorteando y aguantando la crueldad de la vida y la naturaleza. Nocturnando donde me sorprende la noche. Y en los días de tormenta buscando refugio entre el follaje más tupido de algún árbol, o en cualquier oquedad de la montaña o suelo. Saliendo algunas veces ileso y otras herido. Será que por eso mi plumaje es desteñido y opaco. ¡Pero vamos, lo que importa eres tú! Creo poder ayudarte, aunque será algo difícil, pero no imposible. Y llevará algo de tiempo.
De ahì en adelante se hicieron amigos, y el cuervo todos los días dedicaba algo de tiempo a sacar poco a poco las espinas que lastimaban el pecho de la bella ave canora. De tanto tiempo que llevaban clavadas era algo difícil y las iba sacando un poco cada día.
Y al pasar de los días el cuervo se dio cuenta que, a más de bella, cuanto menos herida se sentía, esta hermosa ave era capaz de emitir aún más bellas notas alegres. Y su alegre risa y su hermosura hicieron que sin darse cuenta el pajarraco se fuera enamorando de ella. Él era feliz escuchando su bello canto, sus inigualables trinos y sus alegres gorjeos.
Sus bellos ojos los recordaba con amoroso frenesí las noches de luna llena porque, decíase para sus adentros, éstos iluminaban su triste existencia.
Y un día, cuando ya había empezado a sacar la espina más grande y que estaba más profundamente arraigada, sucedió que…
Había empezado a sacarla con mucho cuidado, trataba de no rozar la herida con su grande pico para no lastimarla.
Pero la cercanía de esta ave tan hermosa ya lo empezaba a inquietar, a poner nervioso. ¿Cuántas veces no tuvo que reprimir el deseo de unir sus picos, de acariciar su sedoso plumaje?
El nerviosismo hizo que perdiera pie -mejor dirìamos pata- al momento de ir sacando la espina, se tambaleo al resbalar del tronco en que estaba parado. Este movimiento brusco e inesperado hizo que además de lastimar con su pico la herida del pecho de la linda ave, la espina se clavara aún más.
El llanto de la preciosa criatura y el sentimiento de culpa por haber lastimado a este ángel convertido en ave, hicieron al cuervo temblar. Se disculpó, pidió perdón, pero el dolor que vio en la carita de esta hermosa ave hizo que deseara morir. Por eso sintió que merecía que algún furtivo cazador le descerrajara un tiro en la cabeza. No soportaba ver el dolor en esos lindos ojos y sufrió como nunca antes había sufrido.
La hermosa ave con llanto en los ojos, le dijo que lo perdonaba, que no había problema, que era cierto que la había lastimado, sentía, con más encono. Y aunque él demostraba ser igual a las criminales manos que la habían lastimado, aún así lo perdonaba.
Estas palabras más que calmarlo lo atormentaban más. Ni siquiera que esta bella ave le dijera que seguiría contando con su amistad calmó su dolor. Es más se sentía mucho más avergonzado y herido.
Ya de noche, en la rama en la que pernoctaba, el cuervo se dio cuenta cuán enamorado estaba de esta linda ave. Que estaba enamorado como nunca lo había estado.
Recordaba el incidente y sufría. ¿Por qué sufría sino por que la amaba más que a sí mismo? ¿Sino por qué al mirar su dolor le había hecho desear la muerte? ¿Sino por qué al mirar esos bellos ojos lastimados, él sintió, no una espina sino un puñal clavársele en el corazón?
Pero… él no podría aspirar nunca a su amor. Él no pertenecía a su clase, él no era más que un vil cuervo horrendo, de plumaje deslucido. Y él no cantaba, graznaba. En definitiva soñaba con una quimera.
También se daba cuenta que el trato de ella para con él siempre había sido como lo que era. El trato que pudiera darle un bondadoso amo a su lacayo.
¡Pero lo había perdonado! Sí, lo había perdonado como un noble amo perdonaría a su esclavo el haberle robado un mendrugo de pan. ¡Pero le había dicho que seguirían siendo amigos! ¡No! Le había dicho que seguiría contando con su amistad. La amistad que pudiera ofrecer una buena señora a su sirviente. ¿No también le dijo que él era igual a las criminales manos que la habían herido?
No, en definitiva él no podría aspirar a su amor. Él no era digno de tan bella criatura. Era necesario renunciar a su amor. Aunque… si no podría dejar de verla, mucho menos de amarla. Él tendría que seguir viéndola. Se conformaba con eso simplemente.
¿Crees que lo soportarías? -se preguntó- ¡Claro que no! Pero tampoco soportaría vivir sin verla. ¿Entonces? Renunciaba a su amor. Se prometió a sí mismo no volver a pensar que ella también le amaba, porque no era verdad.
Sabía que no era posible dejar de decirle que la amaba más que a su propia vida. ¡Bueno! Creía que eso no estaba prohibido, y cuando menos ella estaría enterada que en el mundo había alguien que la amaba con locura. Él nunca la dejaría de amar.
Y lo que tenía que hacer era que una vez que la hermosa ave ya estuviera bien, sus heridas curadas y volviera a vivir la vida con alegría, sería alejarse. Perderse otra vez, seguiría siendo un vagabundo. Y así moriría por que a ella –estaba seguro, por sentir lo que nunca antes había sentido- la amaría por siempre, nunca la olvidaría.
Tomaría el lugar que le correspondía: Seguir siendo un cuervo vagabundo, con sueños y quimeras.
¿Qué moriría sin ella? Sí, y tal vez fuese mejor. Además no había que perder de vista la clase. Ella estaba tan alto como esos luceros en el cielo que semejaban sus ojos. Ella estaba tan alto para él, como esa luna que alumbrara el sendero.
Y con lágrimas en los ojos se dijo que sería lo mejor. Olvidar quimeras, olvidar utopías. Y llegado el momento se iría de su vida por siempre.
 
Última edición:
Ohhhh qué lindo y qué triste, eso nos pasa mucha veces, y pienso que al mismo tiempo que es lógico no es bueno no valorarnos, como le pasó al cuervo lindo de tu relato. Porque era tan lindo, era tan poco orgulloso, tan humilde y al mismo tiempo tan generoso que hasta podría renunciar al amor mismo por creerse poco conveniente y poco importante. Te puedo asegurar que tu relato me ha inspirado dos sensaciones. Una evidentemente de tristeza y otra y mucho más fuerte de ternura. Me encantó amigo mío. No se puede escribir con más sensibilidad. Ah, a partir de ahora creo que no vuelvo a escribir prosa jajaj, Me he sentido después de leer tan fabuloso relato así como el cuervo protagonista de tu historia. TE FELICITO. Espero seguir disfrutando de este tipo de obras que entretienen y enriquecen el alma. Besos a tu corazón. MAGNÍFICO.
 
Marìa del Mar es para mi un gran placer el que te haya gustado, deveras. En cuanto a que no vayas a escribir prosas, me harìa sentir un poco mal el que nos privaras de tus grandes obras. Tù eres excelente. Mil gracias por tus comentarios y recibe un fuerte abrazo.
 

MARIPOSA NEGRA

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wowwwwwwwwwwwwwwww Rubén, bellísimo relato me conmovió en verdad, cuanto amor, ternura y sencillez, muestran los personajes, creo que es bastante común ese complejo que a muchos les detiene para acercarse a alguien, el no sentirse a la altura y prejuzgarse a sí mismo, no nos damos cuenta que las diferencias a más de alejar pueden unir y fortalecer, un enorme placer leerte, besos
 

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