Michael Medina
Miembro
La filantrópica equidad de una ingenua utopía,
el sonido lejano de un sol de mayo,
la afonía de una estrella perdida en el cielo oscuro,
el cántico libertario del fulminante rayo.
Un sueño que recorre una bruma helada,
el niño se despierta y busca el pan negado,
pero el niño ha crecido y los adultos no comen.
No comen los que ya no creen en hadas.
Los látigos resuenan sin cesar
gritando su lamento en paredes desconchadas,
pero la avaricia es sorda
y al hombre bueno no se le permite escuchar.
De repente, aquí y allá resuena algún latido,
dos corazones se buscan en medio de la miseria.
Un joven corazón resuena en esperanza
y lame las heridas del viejo herido.
Pero el odio está sediento de agonía,
una agonía absurda, lúgubre y ansiosa.
Los perros de la guerra vagan ya sin dueño
y el gris es el color del nuevo día.
En un mundo gris no se sueña,
en un mundo gris no se come,
en un mundo gris no hay esperanzas ni alegría
y por supuesto, no hay lugar para la vida.
el sonido lejano de un sol de mayo,
la afonía de una estrella perdida en el cielo oscuro,
el cántico libertario del fulminante rayo.
Un sueño que recorre una bruma helada,
el niño se despierta y busca el pan negado,
pero el niño ha crecido y los adultos no comen.
No comen los que ya no creen en hadas.
Los látigos resuenan sin cesar
gritando su lamento en paredes desconchadas,
pero la avaricia es sorda
y al hombre bueno no se le permite escuchar.
De repente, aquí y allá resuena algún latido,
dos corazones se buscan en medio de la miseria.
Un joven corazón resuena en esperanza
y lame las heridas del viejo herido.
Pero el odio está sediento de agonía,
una agonía absurda, lúgubre y ansiosa.
Los perros de la guerra vagan ya sin dueño
y el gris es el color del nuevo día.
En un mundo gris no se sueña,
en un mundo gris no se come,
en un mundo gris no hay esperanzas ni alegría
y por supuesto, no hay lugar para la vida.
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