JAVIER TOMAS
Sub Administrador
El frío suelo calaba sus huesos. Temblaba sin poder evitarlo, su desnudo cuerpo sobre el terrazo y el intenso miedo lo hacía indomable. Le faltaba el aire, respiraba en pequeños saltos entrecortados por la boca sin atreverse a hacer ruido. Cualquier pequeño sonido que llegara del al otro lado de la puerta le hacía encogerse y su roja espalda dolía como cuando la correa de cuero chasqueaba sobre su piel. Por el ventanuco entraba una ligera claridad lunar, no era muy intensa, pero suficiente para que pudiera ver su rostro en el espejo. A pesar de lo sombrío de la imagen se distinguían las secas lágrimas que corrían por sus mejillas coronados por unos ojos inflamados y rojos. Ya tenía 13 años, pero llevaba mucho tiempo aguantando las palizas de su padrastro. Nunca le demostró ni una pizca de cariño, pero cuando bebía volcaba toda su ira contra él. Su madre se sometía a la voluntad de su esposo, justificando sus actos mientras curaba sus heridas , nunca lo entendió. Esa imagen, su desnudez, su indefensión, le hizo sentir asco, asco por él, por su padrastro, por su madre. Su miedo se convirtió en amargura sintiendo un fuerte dolor en lo más profundo de su alma. Escupió, como si fuera un veneno, con rabia. Empezó a notar un intenso calor en los labios, como si la saliva fuera sopa hirviendo. Se fue extendiendo por toda la cabeza, hasta el punto que se le humedecieron los ojos por la intensa sensación. Siguió bajando el calor hasta el corazón, y allí se convirtió en lava. Le dolía, pero curiosamente, no le importaba. Se oyeron unos torpes pasos que tropezaron con la mesilla que había delante de su puerta. En vez de acurrucarse en una esquina como siempre se puso enfrente a la puerta. Se oyó el sonido del cerrojo que usaba para tenerle encerrado. Se abrió la puerta y la desaliñada y grasienta imagen del agresor apareció en el quicio con el cinturón en su mano. Sin pensarlo tomó aire y se lanzó contra él dándole un fuerte empujón. A pesar de la gran diferencia de peso, la indignación que le hizo sacar fuerzas de la nada, y la poca estabilidad del borracho, le hizo caer como si fuera un árbol talado hacia atrás. En la caída sonó un fuerte golpe, la mesita se partió como si fuera de cartón. Sonó un agudo grito, su madre salió corriendo por el pasillo para arrodillarse al lado de su marido, le intentaba despertar dándole golpes con sus manos en el pecho y alaridos en su cara. Una gran mancha viscosa crecía en suelo. El chico se quedó mirando la escena, y lejos de enfriar su furia aumentó. Su madre nunca lloró así por él, ni tan siquiera sufrió con ese dolor tan evidente. Miró a su alrededor y vio la lamparilla de su mesilla, con pie de alabastro. Arrancó el cable de un solo golpe y sacó la pantalla sin quitar la vista de su madre. Sujetó con fuerza el pie y se dirigió hacia ella sin pensar nada. Cuando se cría a alguien como una bestia, como tal se comporta. La sangre empapó todo el pasillo.
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