María Ibañez
Miembro Conocido
Todo el mundo se acostumbra
a viajar entre hojas de acero
al compás del ruido vespertino
cabalgando entre días interminables
que a todas luces
muestran sus orillas amarillentas.
Yo también me he acostumbrado
al sonido diario de la vida
a encontrar resignación en la rutina
parece injusta esta ironía
cuando se lee del otro lado del espejo
porque si, cualquiera diría
que la vida se navega en armonía
cuando no caen piedras de hielo en el tejado
y que al que le duele la soledad
le basta una palmadita en el orgullo
para sonreír sin compasión.
¿Y qué sabe el mundo de lo injusto?
Más sabe el mudo del dolor
de guardarse un grito adormecido
y las manos vacías de caricias
de la envidia que le da ser solo un testigo.
Juego a ser un ser humano
me callo, me duermo a la hora de costumbre
y aporto cabalmente
con mi cuota de felicidad forzada
mientras agito mi bandera blanca
le digo en voz baja a la vida
implacable carcelera
tú ganas me rindo,
hoy solo soy una sombra más.
a viajar entre hojas de acero
al compás del ruido vespertino
cabalgando entre días interminables
que a todas luces
muestran sus orillas amarillentas.
Yo también me he acostumbrado
al sonido diario de la vida
a encontrar resignación en la rutina
parece injusta esta ironía
cuando se lee del otro lado del espejo
porque si, cualquiera diría
que la vida se navega en armonía
cuando no caen piedras de hielo en el tejado
y que al que le duele la soledad
le basta una palmadita en el orgullo
para sonreír sin compasión.
¿Y qué sabe el mundo de lo injusto?
Más sabe el mudo del dolor
de guardarse un grito adormecido
y las manos vacías de caricias
de la envidia que le da ser solo un testigo.
Juego a ser un ser humano
me callo, me duermo a la hora de costumbre
y aporto cabalmente
con mi cuota de felicidad forzada
mientras agito mi bandera blanca
le digo en voz baja a la vida
implacable carcelera
tú ganas me rindo,
hoy solo soy una sombra más.