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Un día que la tristeza

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Un día que la tristeza me llenaba el corazón
lentamente se me acercó un abuelo muy bajito
con arrugas en la frente y semblante bonachón,
que al ver cómo me sentía de mi estado se apiadó.


Me dio muy sabios consejos hablándome con ternura
y sus palabras sonaban como música en mi oído
resultándome entrañable oír frases tan hermosas
colmadas de bellas citas llenas de buena intención
con un aire cadencioso en el timbre de su voz.


Al verme tan preocupado, puso la mano en mi hombro
para paliar la amargura de mi soledad interior.
Tenía un halo de luz mágica, de dulzura y de candor
y escuché lo que decía como una dulce canción.


Cuando me vio más tranquilo poco a poco se alejó
caminando lentamente de repente se volvió
y me dijo “Dios te guarde, te deseo que disfrutes
en tu vida venidera de paz y de mucho amor”.


Paz y amor le contesté, gracias por tu comprensión,
cual si mis palabras fueran como si fuera un adiós.
Cuando se perdió a lo lejos ya tuve la sensación
de que mi tristeza se iba y la dicha me inundó.


Fue la bondad de aquel hombre que de pronto apareció
que en sus dulces comentarios llenó de paz y sosiego,
de ternura, de cariño y de consideración
el hueco que yo tenía en mi triste corazón.


Pequeñito en apariencia pero lleno de esperanza
y la paz que él emanaba fue entrando poquito a poco
en mi cabeza y desde entonces su embrujo,
y todo lo que me dijo es lo que luego ocurrió.


Antonio Jurado - España
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