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Un mundo en la mirada

Carmen Cano

Miembro Conocido
Ojos Tristes 26.jpg

Cuentan que había una vez un mundo pequeñito, tan pequeñito, que solía pasar desapercibido, lo habitaban seres diminutos pero de gran corazón, era un mundo tan pequeño, tan pequeño que cabía en una sonrisa, un mundo de colores e ilusión, un mundo que su sol era una mirada y que la mayor maldad era perder el tiempo para echar una siestecita.

Los habitantes de ese mundo vivían felices, sin pensar si existían otros mundos, otras civilizaciones u otros seres. Tan solo disfrutaban la felicidad del momento.

Hasta que un día de repente todo cambió, ese mundo pequeñito se volvió frío y gris, sus habitantes no sonreían, ni siquiera tenían ganas de dormir. Llamaron a todos los sabios del reino a ver si alguno lograba descifrar aquel enigma, a ver si algún sabio pensador lograba acertar el porqué de aquella situación. Pensaron y pensaron y volvieron a pensar, pero nada, nadie sabía qué estaba ocurriendo.

Uno de los hombres más valientes de aquel reino, decidió entonces tomar el curso del río y salir a explorar el mundo exterior, algo intrépido, raro… lo tacharon de loco, ni siquiera sabían si había mundo exterior.

Así fue como lió un pequeño hatillo con todas sus pertenencias, se despidió de todas las personas que amaba y emprendió su travesía; siguió río abajo hasta que salió de aquel mundo tan pequeño, navegó y navegó por perfiles suaves y rosados, color de melocotón, formas dulces que iban maravillando a aquel pequeño hombrecito que se preguntaba cómo habían podido vivir en su mundo pequeñito sin querer saber lo que había tras los cristales.

Se fue enamorando del paisaje que encontró en su recorrido, hasta que deslizando en aquel torrente llegó a unas formas diferentes a las que había encontrando a su paso, eran contornos rojizos, suaves, dulces... pero carecían de expresión, tal fue su sorpresa al encontrarse en aquel lugar, que sin pensarlo el hombrecito bajó de su barca y depositó suavemente un beso.

Así fue como los labios volvieron a sonreír, y los ojos volvieron a ver de colores ese mundo pequeñito.

Porque el mundo cabe en una mirada, hay pestañeos que dibujan universos y hay almas que son sanadas con un beso.
 
Última edición:
Magnífico relato lleno de profundas verdades románticas y una ternura inconmensurable. Una prosa exquisitamente fluida y de muy veraz contenido. Felicitaciones poeta Carmen Cano por esta bellisima obra, se le saluda atte.
 

Maese Josman

********
Paisana,
precioso cuento
y de una gran dulzura,
bien llevado desde el inicio
y con un lenguaje muy apropiado
a la vez fácil de leer,
una delicia para mayores y niños.
Un abrazote manchego
jejejejejeje,
y un beso de caramelo.

Tu amigo
José Manuel.
 
A veces, no vemos más allá de nuestras narices, más allá de lo que tenemos delante...
La vida puede ser maravillosa si dejamos de temer a lo desconocido. Hay vida más allá de la vida misma, sólo hemos de apartar el velo que nos ciega y adentrarnos en la aventura.
Es un bonito cuento que no deja de ser todo él una moraleja fantástica.
Carmen, te agradezco el mensaje, y sabes por qué.
Besos, y fuerte abrazo.
 
Ver el archivo adjunto 2176

Cuentan que había una vez un mundo pequeñito, tan pequeñito, que solía pasar desapercibido, lo habitaban seres diminutos pero de gran corazón, era un mundo tan pequeño, tan pequeño que cabía en una sonrisa, un mundo de colores e ilusión, un mundo que su sol era una mirada y que la mayor maldad era perder el tiempo para echar una siestecita.

Los habitantes de ese mundo vivían felices, sin pensar si existían otros mundos, otras civilizaciones u otros seres. Tan solo disfrutaban la felicidad del momento.

Hasta que un día de repente todo cambió, ese mundo pequeñito se volvió frío y gris, sus habitantes no sonreían, ni siquiera tenían ganas de dormir. Llamaron a todos los sabios del reino a ver si alguno lograba descifrar aquel enigma, a ver si algún sabio pensador lograba acertar el porqué de aquella situación. Pensaron y pensaron y volvieron a pensar, pero nada, nadie sabía qué estaba ocurriendo.

Uno de los hombres más valientes de aquel reino, decidió entonces tomar el curso del río y salir a explorar el mundo exterior, algo intrépido, raro… lo tacharon de loco, ni siquiera sabían si había mundo exterior.

Así fue como lió un pequeño hatillo con todas sus pertenencias, se despidió de todas las personas que amaba y emprendió su travesía; siguió río abajo hasta que salió de aquel mundo tan pequeño, navegó y navegó por perfiles suaves y rosados, color de melocotón, formas dulces que iban maravillando a aquel pequeño hombrecito que se preguntaba cómo habían podido vivir en su mundo pequeñito sin querer saber lo que había tras los cristales.

Se fue enamorando del paisaje que encontró en su recorrido, hasta que deslizando en aquel torrente llegó a unas formas diferentes a las que había encontrando a su paso, eran contornos rojizos, suaves, dulces... pero carecían de expresión, tal fue su sorpresa al encontrarse en aquel lugar, que sin pensarlo el hombrecito bajó de su barca y depositó suavemente un beso.

Así fue como los labios volvieron a sonreír, y los ojos volvieron a ver de colores ese mundo pequeñito.

Porque el mundo cabe en una mirada, hay pestañeos que dibujan universos y hay almas que son sanadas con un beso.
CARMITA

¡Qué dulzura de relato!

Tus letras, ¡maravillosa mirada!
que nos hacen sonreír.

Abrazos y besos desde mi balcón quiteño,
lleno de geranios multicolores,

Guillermo.

 

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