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Meditando sobre violencia en un jardín edénico

«El calabozo está entreabierto, creo; y despide un aroma sumamente delicioso…»



Las cadenas se escuchan desde lejos, la vida se hace una larga hilera de cicatrices, piedras y barro. El hombruno resoplido de una madre cansada de vivir, pero obligada a seguir, hace de esta situación coyuntural un espectáculo bizarro; el enojo está mutilado por la sorpresa, la casi sempiterna sorpresa, el surrealismo es el presente.

En la era en que el caos es una nueva forma de paz, muchos oramos escondidos del sol y de la neblina, oramos perdiendo de a poco la fe; sin embargo, tenemos que brillar, tenemos que aparentar alegría y prosperidad. La ilusión de la evolución nos toca como un cable pelado, y ese corto circuito no nos despierta, nos duele; pero no podemos dejar de aparentar paz y bienestar; tenemos que soportar para guardar la serenidad que hemos comprado a plazos.

Una cometa vuela, el viento la hace bailar, lejos de las copas de los árboles, lejos de la risa grata de los niños, lejos, con las alas de los pájaros que son más confiados que hace 20 años, pero también más cínicos. Al menos los niños aún ríen, aún tienen esa magia que los hace pueriles ángeles en esta tierra hórrida; pero la anemia los vuelve como antes de que exista la televisión a color: a blanco y negro. Que le estamos haciendo a sus juegos, a sus minutos, a sus días…

Sudamérica, el edén, ahora, y en alta definición se desangra, nadie puede negar que la moneda que circula es roja, es negra, es de oro, es verde y blanca; los gritos, la guerra subyugada a la apariencia pacífica, corroe y hace explotar como en las festividades de año nuevo, muchas madrugadas, muchas miradas, mucha decepción. Las banderas a media asta, así como las llamas casi extintas, se reflejan en los ojos de la juventud que, en ese nuevo modo de ver el mundo, escribe en sus equipos móviles el beligerante idioma renovado de la insatisfacción.

Los gobiernos desestabilizados desde su centro mismo, saboteados desde su propia estructura, maniatados por la corrupción generalizada, por la precaria, que bien podría decirse, paupérrima política de descriterios. La avaricia es un legado nada grato, lo peor de todo es que crece y daña tanto como un arma de destrucción masiva.

Los medios de comunicación son un chiste, cuentan chistes, y su humor negro es tal que ni siquiera se puede decir que es negro, es ambiguamente gris y su superficie es tan real como la publicidad de una cadena de comida rápida. No se publica nada que no sea «politicamente correcto», solo se edita el caos, la superficialidad, el vano análisis político y las entrevistas a personajes insulsos, mercenarios de la palabra.

Solo queda decir que su existencia es solo un vehículo para la transmisión de nocivos griteríos regulados por la ambición y el subdesarrollo endémico.

Y esa es el arma definitiva para rematar de una vez por todas, y de forma sádica, el poco espíritu combativo de los habitantes de esta suerte de súper corral borreguil en que han convertido al mundo, sobre todo a los habitantes de esta tierra bendita llena de vegetación e incongruencias tan profundas; con esa desidia inyectada las 24 horas del día, llena de colores y de intoxicantes ruidos ramplones.

La información que es manejada en las cadenas televisivas, radiales y en las redes; contienen algo más que intenciones distractoras, es el medio que contagia esta enfermedad llamada indiferencia, esta suerte de hipocresía cínica como el lenguaje de una verdad a medias; el idioma de la bestialidad; y por tanto concretiza el accionar brutal de la idiotización.

Quién se encarga de vomitar tales males, nadie lo sabe, nadie contesta, lo único que podemos hacer es aguantar y respirar; si es que se puede, ya que las mascarillas interrumpen la libre oxigenación, y nuestro cerebro necesita mucho del aire. Si no gritamos, si no tomamos al toro por las astas, nos van a quitar incluso el derecho a sobrevivir, ya que ya nos quitaron, de a pocos, la vida como tal…

Citando al magnífico Vallejo: “Hermanos, hay muchísimo que hacer” y lamentando desde ya este presente que duele de una forma tal que ni siquiera dan ganas de gritar: “basta”. Nunca como antes, esa frase es tan válida y verdadera, tan supremamente cierta como el hambre que mata, no pasivamente, como antes, sino que mata con el cinismo y con la venia de los amos esclavistas más exitosos de toda la historia humana, ocultos detrás de los letreros y la publicidad engañosa, escondidos en la ruina y el control mental, amos de la cárcel sin infraestructura, amos, mas no dueños, aún no, no dejemos que se apropien de nuestra mente.

Dónde iremos a parar, si no partimos de una vez; hay que dejar el sedentarismo. Pongámonos a pensar, a usar esa capacidad de análisis que aún no nos quitan del todo; es cuestión de vida o muerte, literalmente hablando. Se los pido gritando, enfático; se los pido porque tiene que haber respuesta, la respuesta de todos nosotros, esa reacción nos hará seguir, nos hará continuar, nos hará, finalmente, luchar.



Continuará...
 

Severino Esteve

Miembro Conocido
«El calabozo está entreabierto, creo; y despide un aroma sumamente delicioso…»



Las cadenas se escuchan desde lejos, la vida se hace una larga hilera de cicatrices, piedras y barro. El hombruno resoplido de una madre cansada de vivir, pero obligada a seguir, hace de esta situación coyuntural un espectáculo bizarro; el enojo está mutilado por la sorpresa, la casi sempiterna sorpresa, el surrealismo es el presente.

En la era en que el caos es una nueva forma de paz, muchos oramos escondidos del sol y de la neblina, oramos perdiendo de a poco la fe; sin embargo, tenemos que brillar, tenemos que aparentar alegría y prosperidad. La ilusión de la evolución nos toca como un cable pelado, y ese corto circuito no nos despierta, nos duele; pero no podemos dejar de aparentar paz y bienestar; tenemos que soportar para guardar la serenidad que hemos comprado a plazos.

Una cometa vuela, el viento la hace bailar, lejos de las copas de los árboles, lejos de la risa grata de los niños, lejos, con las alas de los pájaros que son más confiados que hace 20 años, pero también más cínicos. Al menos los niños aún ríen, aún tienen esa magia que los hace pueriles ángeles en esta tierra hórrida; pero la anemia los vuelve como antes de que exista la televisión a color: a blanco y negro. Que le estamos haciendo a sus juegos, a sus minutos, a sus días…

Sudamérica, el edén, ahora, y en alta definición se desangra, nadie puede negar que la moneda que circula es roja, es negra, es de oro, es verde y blanca; los gritos, la guerra subyugada a la apariencia pacífica, corroe y hace explotar como en las festividades de año nuevo, muchas madrugadas, muchas miradas, mucha decepción. Las banderas a media asta, así como las llamas casi extintas, se reflejan en los ojos de la juventud que, en ese nuevo modo de ver el mundo, escribe en sus equipos móviles el beligerante idioma renovado de la insatisfacción.

Los gobiernos desestabilizados desde su centro mismo, saboteados desde su propia estructura, maniatados por la corrupción generalizada, por la precaria, que bien podría decirse, paupérrima política de descriterios. La avaricia es un legado nada grato, lo peor de todo es que crece y daña tanto como un arma de destrucción masiva.

Los medios de comunicación son un chiste, cuentan chistes, y su humor negro es tal que ni siquiera se puede decir que es negro, es ambiguamente gris y su superficie es tan real como la publicidad de una cadena de comida rápida. No se publica nada que no sea «politicamente correcto», solo se edita el caos, la superficialidad, el vano análisis político y las entrevistas a personajes insulsos, mercenarios de la palabra.

Solo queda decir que su existencia es solo un vehículo para la transmisión de nocivos griteríos regulados por la ambición y el subdesarrollo endémico.

Y esa es el arma definitiva para rematar de una vez por todas, y de forma sádica, el poco espíritu combativo de los habitantes de esta suerte de súper corral borreguil en que han convertido al mundo, sobre todo a los habitantes de esta tierra bendita llena de vegetación e incongruencias tan profundas; con esa desidia inyectada las 24 horas del día, llena de colores y de intoxicantes ruidos ramplones.

La información que es manejada en las cadenas televisivas, radiales y en las redes; contienen algo más que intenciones distractoras, es el medio que contagia esta enfermedad llamada indiferencia, esta suerte de hipocresía cínica como el lenguaje de una verdad a medias; el idioma de la bestialidad; y por tanto concretiza el accionar brutal de la idiotización.

Quién se encarga de vomitar tales males, nadie lo sabe, nadie contesta, lo único que podemos hacer es aguantar y respirar; si es que se puede, ya que las mascarillas interrumpen la libre oxigenación, y nuestro cerebro necesita mucho del aire. Si no gritamos, si no tomamos al toro por las astas, nos van a quitar incluso el derecho a sobrevivir, ya que ya nos quitaron, de a pocos, la vida como tal…

Citando al magnífico Vallejo: “Hermanos, hay muchísimo que hacer” y lamentando desde ya este presente que duele de una forma tal que ni siquiera dan ganas de gritar: “basta”. Nunca como antes, esa frase es tan válida y verdadera, tan supremamente cierta como el hambre que mata, no pasivamente, como antes, sino que mata con el cinismo y con la venia de los amos esclavistas más exitosos de toda la historia humana, ocultos detrás de los letreros y la publicidad engañosa, escondidos en la ruina y el control mental, amos de la cárcel sin infraestructura, amos, mas no dueños, aún no, no dejemos que se apropien de nuestra mente.

Dónde iremos a parar, si no partimos de una vez; hay que dejar el sedentarismo. Pongámonos a pensar, a usar esa capacidad de análisis que aún no nos quitan del todo; es cuestión de vida o muerte, literalmente hablando. Se los pido gritando, enfático; se los pido porque tiene que haber respuesta, la respuesta de todos nosotros, esa reacción nos hará seguir, nos hará continuar, nos hará, finalmente, luchar.



Continuará...
Una gran prosa… Y sí, así estamos por el mundo.
Tocas varios temas, pero de fondo veo una gran razón que los sustenta.
Saludos; y agradezco el aporte.
 

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