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¡Qué solos... madre qué solos!

Mercedes Bou Ibáñez

Miembro Conocido
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En un rincón tirado
de la sala oscura
vencido y cansado,
con su gorra de fieltro
raída por el uso
solloza el abuelo.

La mirada perdida,
el pitillo apagado,
recuerda su vida,
antaño un buen mozo
colmado de amores,
hoy solo un engorro.

A su lado el piano
aquel que un día fuera
obediente a su mano,
hoy tan solo un bulto
ruidoso y con eco
informal y adusto.

Sus ojos al cielo
llorando suplican
que rasgue ya el velo
y corte la cuerda
que le une a este mundo
en el que ya no cuenta.

Una lágrima escapa
de sus ojos grises
la emoción le empapa
pensando en Manuela
ella se fue a tiempo
y evitó esta condena.

Él se quedó solo
en casa de una nuera,
tratado como un cholo
falto de cariño,
al igual que un perro
vulgar y cansino.

De qué me sirvió
tener tantos hijos,
piensa en su interior,
perdiendo la vida
luchando por ellos
y ni uno se arrima
a ver a este viejo
que solo suplica
algo de respeto
y un poco de estima.

Al ir viendo esto
un grito del alma
me estremece el cuerpo,
¡Qué solos...
ay, qué solos madre,
se quedan los viejos!

Hoy me dio por recordar
antiguos cuentos añejos,
y a Gustavo remedar
en alguno de sus versos;
¡Qué solos madre... qué solos,
qué solos,
se van quedando los viejos!

Aunque él hablaba de muertos
pero ¡ay, madre al fin y al cabo
siempre son los mismos cuentos;
¡Qué solos madre, qué solos,
qué solos...

que nos quedamos los viejos.
 

Azalea Diaz

Miembro Conocido
Muy triste pero tan cierto todo lo que dices en tu hermoso poema, Mercedes, un hermoso declamado y la música muy apropiada para para estas preciosas letras. Me ericé al escucharlo. Un enorme placer pasar por tu espacio. Un saludo cordial.
 
Ver el archivo adjunto 7779


En un rincón tirado
de la sala oscura
vencido y cansado,
con su gorra de fieltro
raída por el uso
solloza el abuelo.

La mirada perdida,
el pitillo apagado,
recuerda su vida,
antaño un buen mozo
colmado de amores,
hoy solo un engorro.

A su lado el piano
aquel que un día fuera
obediente a su mano,
hoy tan solo un bulto
ruidoso y con eco
informal y adusto.

Sus ojos al cielo
llorando suplican
que rasgue ya el velo
y corte la cuerda
que le une a este mundo
en el que ya no cuenta.

Una lágrima escapa
de sus ojos grises
la emoción le empapa
pensando en Manuela
ella se fue a tiempo
y evitó esta condena.

Él se quedó solo
en casa de una nuera,
tratado como un cholo
falto de cariño,
al igual que un perro
vulgar y cansino.

De qué me sirvió
tener tantos hijos,
piensa en su interior,
perdiendo la vida
luchando por ellos
y ni uno se arrima
a ver a este viejo
que solo suplica
algo de respeto
y un poco de estima.

Al ir viendo esto
un grito del alma
me estremece el cuerpo,
¡Qué solos...
ay, qué solos madre,
se quedan los viejos!

Hoy me dio por recordar
antiguos cuentos añejos,
y a Gustavo remedar
en alguno de sus versos;
¡Qué solos madre... qué solos,
qué solos,
se van quedando los viejos!

Aunque él hablaba de muertos
pero ¡ay, madre al fin y al cabo
siempre son los mismos cuentos;
¡Qué solos madre, qué solos,
qué solos...

que nos quedamos los viejos.
Magnífico poema que es tan certero en cada uno de sus versos, los hijos se olvidan de quienes les dieron la vida, amparo y cariño y la soledad abruma a toda la tercera edad. Felicitaciones poeta por su magistral y muy dolorosa poesía, saludos Daniel
 
Recuerdo a mi abuelita María, ya tenía ella 102 años cuando yo 16, un gran terremoto en chile, ese de 1985; organizaba las cosas desde su cama sentada y en calma: —Alicia, baja el reloj de péndulo, —sujeta la tele mi niño, yo obediente la bajé al piso, mientras la tembladera empezaba a impedir sostenerse en pie. Nuevamente me acerco a su cama, tomo sus manos blancas, flacas, llenas de manchas y muy frías. —Abuelita, le digo, — estamos todos bien.
Ella nunca dejó de ser la matriarca, la reina de mi niñez y la contadora de cuentos de las historias de su juventud.
No en todas las familias se olvidan de sus abuelos, va sobre todo en los valores que te inculcaron de niño.
Gracias poetiza, por traerme el recuerdo de mi abuelita María.
 

Mercedes Bou Ibáñez

Miembro Conocido
Recuerdo a mi abuelita María, ya tenía ella 102 años cuando yo 16, un gran terremoto en chile, ese de 1985; organizaba las cosas desde su cama sentada y en calma: —Alicia, baja el reloj de péndulo, —sujeta la tele mi niño, yo obediente la bajé al piso, mientras la tembladera empezaba a impedir sostenerse en pie. Nuevamente me acerco a su cama, tomo sus manos blancas, flacas, llenas de manchas y muy frías. —Abuelita, le digo, — estamos todos bien.
Ella nunca dejó de ser la matriarca, la reina de mi niñez y la contadora de cuentos de las historias de su juventud.
No en todas las familias se olvidan de sus abuelos, va sobre todo en los valores que te inculcaron de niño.
Gracias poetiza, por traerme el recuerdo de mi abuelita María.
Muchas gracias Francisco, ciertamente lo que dice el poema, ocurrir, ocurre, pero no es lo normal, por norma hay mucha más gente buena que mala, de no ser así, el mundo ya hubiese llegado a su fin.
 

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