Rafael Llamas Jiménez
Miembro Conocido
LAS GACHAS DE LA ABUELA
Que no se apaguen nunca las ascuas del brasero
de aquella humilde infancia que tuve cuando niño,
en la mesa camilla de enaguas de cariño
cobijo de los fríos que nos traía enero.
Aquella vieja vara de olivo y el sombrero,
las gachas de la abuela, también aquel pestiño
y aquellas aceitunas de salmuera y aliño,
ni aquel trigal tan rubio después del aguacero.
¡Qué buenos esos guisos! ¡Qué grande la cazuela!
Jamás aquella vida podrá ser olvidada,
ni el mozo con su quinta, tampoco la mozuela.
Que no se apague nunca la luz de la mirada
de aquel noble chiquillo jugando en la plazuela
bajo una luna grande de trigo y de cebada.
Autor: Rafael Llamas Jiménez
Que no se apaguen nunca las ascuas del brasero
de aquella humilde infancia que tuve cuando niño,
en la mesa camilla de enaguas de cariño
cobijo de los fríos que nos traía enero.
Aquella vieja vara de olivo y el sombrero,
las gachas de la abuela, también aquel pestiño
y aquellas aceitunas de salmuera y aliño,
ni aquel trigal tan rubio después del aguacero.
¡Qué buenos esos guisos! ¡Qué grande la cazuela!
Jamás aquella vida podrá ser olvidada,
ni el mozo con su quinta, tampoco la mozuela.
Que no se apague nunca la luz de la mirada
de aquel noble chiquillo jugando en la plazuela
bajo una luna grande de trigo y de cebada.
Autor: Rafael Llamas Jiménez