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“MI VECINDAD” (recuerdo de ese ayer)



“MI VECINDAD” (recuerdos de ese ayer)








--Pasé casualmente por ahí. Sentí mucha tristeza al mirar aquella vecindad, la cual conocía a la perfección, ¡Estaba en ruinas!. ¿Cómo era posible? Me parece que apenas, ayer fue cuando llegamos a habitar una de sus viviendas. Siento como si no hubiera transcurrido el tiempo--- aun recuerdo como parte de ella estaba reconstruida ---, razón por la cual, me invadieron esos recuerdos y acudieron a mi mente las experiencias vividas en una de las etapas más maravillosas de mi vida, mi adolescencia. En esa vecindad pasé la mayor parte de mi vida --- esa adolescencia y parte de mi juventud ---. Posteriormente mi vida dio un giro, tuve que emigrar hacia otro lugar, pero aunque deje de vivir en esa vecindad, tenía motivos para regresar constantemente a la que fue “mi vecindad” --así la voy a denominar en todo el resto de mis memorias --, porque ahí quedaron mi madre, mi padre y mis hermanos, razón de sobra para frecuentarla todo el tiempo.

Ahí conocí a mucha gente --a mis vecinos--, personas que también habitaban “mi vecindad” y que se caracterizaban cada uno por algún detalle, que tal vez para otra persona no son significativas, pero para los que vivimos esas etapas de la vida tienen un valor inmenso. Todo tiene un entorno. Sobre todo por tratarse de una vecindad, --para mí, la mejor, así como mis “vecinos”--. Los recuerdos que dejaron por su forma de ser y de vivir, dejaron una huella profunda para quienes lo supimos apreciar, porque yo formaba parte de esa vecindad. Recuerdo vagamente “mi vecindad”: A la entrada se apreciaba la construcción rústica de las viviendas del lado izquierdo, la cual estaba formada por cuartos (viviendas), que tenían rasgos de haber sido construida empíricamente, muchos años atrás, ya que se apreciaban, viejas y semiderruidas, tal vez por el paso del tiempo o las inclemencias del mismo. Del lado derecho, --a partir de la entrada--, ya se podía apreciar la construcción más reciente de unas viviendas y departamentos más actualizados, --estamos hablando de los años 50 del siglo pasado--.

Estas nuevas viviendas se apreciaban nuevas, acabadas de construir, más amplias y modernas, más completas en servicios es decir: con su sala, recámara, cocina, baño y azotehuela. Las viviendas de más adelante, tenían las características semejantes a las de lado izquierdo de la entrada, en contraste con las viviendas del fondo, que también estaban recién construidas, solamente que éstas se componían de un cuarto y una pequeña estancia que la hacía de cocina, para más señas, en el interior 21, era la que habité con mi familia. A estas viviendas se les construyó, en su interior, un bracero de ladrillo cubierto con cemento rojo, tipo poblano, el cual abarcaba de pared a pared, aproximadamente de un metro y medio de ancho y ochenta o un metro de alto, con sus respectivas hornillas de unos treinta o cuarenta centímetros, y quedaba un hueco que daba hasta el piso. Éste servía de perrera, además de albergar al gato, a la gallina y a una rata blanca, lo cual causó novedad entre los que habitábamos la vecindad, ya que mi hermano menor logró que estos animales convivieran juntos, incluso, comían lo mismo y en la misma bandeja.

En esta vecindad, vagamente recuerdo cuando Mario acondicionó una pequeña tienda, --conocía el negocio, ya que trabajaba como dependiente en la tienda del ferrocarril, conocida como “Cooperativa”--, Mario era hijo de Juanita, quien además tenía otros hijos, como Alfonso, Magdalena –la comadre Magda--, así como los hijos de ésta. Estas señoras se dedicaban a barrer los frentes de algunas casas, lo que era pagado por cuenta y costo de sus respectivos propietarios. Para ese entonces, la Ciudad de Puebla lucía y era reconocida, entre otras cosas, por la limpieza de sus calles.

Habitaban esta vecindad –en lo que se refiere a las viviendas que ya existían y que estaban a punto de derrumbarse--, varias personas, una de ellas era Lucinita y su esposo don Carlos, quienes tenían a sus hijos: Inés, Zenaida (mi primer ahijada), Reynaldo y Flora. Mario se casó por la iglesia con Inesita; --ellos deciden emigrar hacia otros rumbos--. Ambos pusieron como ejemplo que el amor lo puede todo.

De este mismo lado de “mi vecindad”, bien que recuerdo a Bedita y su esposo, también de nombre don Carlos, --ellos nunca tuvieron familia--; más adelante la señora Mary, mamá de Armando, quien posteriormente se casaría con la Güera. No podría ignorar a don Pedrito, hombre aparentemente rudo, su fisonomía era tosca, de apodo “el Gorila”, pero con un corazón tierno; fue trabajador de la fábrica de cemento, padre de Genoveva, Malena y Mago, la más pequeña. Viudo por cierto, pero hacía el papel de padre y madre, además de tener un gusto y sazón para cocinar, que el mejor chef envidiaría.
En lo que corresponde al lado derecho de “mi vecindad”, a la entrada, habitaba la señora Eva, mujer atractiva, esposa de un chofer que paraba su transporte de carga cada fin de semana; más adelante, el siguiente departamento era habitado por unos obreros de la industria textil, muy común en ese entonces que un grupo de obreros rentaran una vivienda; eran originarios de algunas poblaciones del Estado de Tlaxcala, regularmente de Zacatelco. El departamento siguiente era habitado por doña Marina, y su esposo, don Mariano y sus dos pequeñas hijas, bonitas por cierto: Leonor y Narda; posteriormente la familia creció, en virtud de que la señora Marina enviudó y rehizo su vida con don Luís, ya que éste también enviudó años después.

Del lado derecho, hasta el fondo de la referida vecindad, habitaba Chofi, casada con don Lupe. Ellos empiezan a darle colorido a este lugar; en lo que respecta a lo artístico y con su guitarra, por cierto, la primer guitarra que sonó en “mi vecindad”, don Lupe se ponía a entonar canciones, rancheras regularmente cada fin de semana, o sea, los sábados y los domingos, “mi vecindad”, era escenario de espectáculos propios del populacho citadino, ya que se ingerían bebidas alcohólicas (se chupaba), se cantaba, se bailaba y de cuando en cuando surgía una pequeña “bronca”, pues no podemos negar que era parte del folclor que nos caracteriza como mexicanos.
Aun recuerdo que la guitarra terminó colgada y arrumbada en un rincón en la que Chofi guardaba yerbas medicinales.

Del lado izquierdo, llega a ocupar la vivienda un matrimonio joven: Gloria y don Isabel, a quien cariñosa y posteriormente se le llamó tío Chabelo. Esta pareja ya tenía por hijos a dos pequeños: Angel, el primogénito, a quien pese a su corta edad, le toco ser niñero de su hermano menor, Gonzalo, porque curiosamente la señora Gloria le ataba a Angel un rebozo de color gris, de uso común y con él cargaba en sus espaldas a su hermano Gonzalo, --posteriormente la familia creció y dicha familia también cambió de rumbo--.

Al frente de “mi vecindad”, en las viviendas del fondo no podría pasar por alto a don Licho, quien en su oportunidad y en una fecha memorable amenizó la vecindad con música de todos los tiempos. Para sorpresa de todos, era integrante de un conjunto musical conocido en el medio artístico en aquel entonces como “Hermanos Aguilar”.



Es difícil recordar a todos los personajes que desfilaron por “mi vecindad”, aun tengo presente a las personas “encargadas” de este lugar, no podían pasar desapercibidas su corte humilde y sencillo. En estas personas recaía la responsabilidad y el mantenimiento de la vecindad, tenían por nombre Margarita, Mema, don Serafín y la hija de ésta, Obdulia. Pero más difícil es coordinar las etapas de cada uno de los personajes que habitaron “mi vecindad”, ya que unos llegaban y otros se mudaban a otros lugares.

.Por esas fechas llegaron a habitar “mi vecindad”, la señora Aurelia, con sus hijos: María, Blandina, Aurelia, Máxima y Lucina, tratándose de las mujeres, Roberto y Benito, los varones.
De los personajes más característicos vagamente recuerdo a “El Tilico”, joven galán de quien ignoraba su nombre, pero qué importaba, ya que pese a ser alto y demasiado flacucho – haciendo gala a su apodo--, la mayor parte de las jovencitas de la vecindad andaban “voladas” por él, pero éste solamente tenía ojos para Piedad, aquella morenita flacucha. Otras de las familias que desfilaron por esa, “mi vecindad”, fueron la señora Irenita, con sus hijas: Lidia, Martha, y José Luís, Pilar. De las familias que también saltan a mi memoria son: Elvirita, esposa de don José, persona que se dedicaba a la elaboración del calzado cosido a mano --quien de rato en rato mandaba a alguno de los hijos a traer su pulque en una botella de vidrio--, persona a quien le podía faltar todo, menos su pulque para entregarse por completo al trabajo. De esta familia recordamos cariñosamente a sus hijos: Humberto, Leonel, Efraín (El Pato), Honorio, Francisco e Ignacio, tratándose de los varones; en lo que respecta a las mujeres: Cecilia, Silvia y Guadalupe.

De ese mismo lado de esta popular vecindad, habitó la señora Julita, persona que destilaba simpatía y respeto, casada con don Luís, persona encargada de la carga y descarga del petróleo crudo (combustóleo), que prestigiada empresa tenía instalada en la contra-esquina donde se ubicaba “mi vecindad”. Don Luís era un individuo que también inspiraba respeto, pues su apariencia física era la de un sansón. Dentro de las características de esta persona recordamos que, además de fortachón, la mayor parte de su cuerpo era invadida por el vello, lo que podemos decir simplemente peludo o velludo. Pese a su apariencia y a su afición por las bebidas embriagantes, porque era cliente asiduo de las cantinas ubicadas en un perímetro no menos de cien a doscientos metros a la redonda de nuestra vecindad, –las cuales mencionaremos en su oportunidad--. Cuando esta persona se encontraba ebrio, llegaba a la vecindad y bufando como toro miraba a su alrededor, posiblemente perdido o desorientado gritaba: ¡Juliaaaa! ¡Juliaaaa! --ella, su esposa--, salía de inmediato y pese a que apariencia física era todo lo contrario a él --ya que era delgada y menudita y aparentemente delicada--, ¡pero cuidado!, cuando don Luís llegaba a ponerse pesado, ella lo sometía jalándole del vello que se le asomaba en el pecho --ya que su camisa regularmente la traía siempre semiabierta--, entonces él contestaba con cierto gesto de dolor: y de manera dulce: “ya madrecita”, “sí madrecita”, y como si fuera un chamaco de tres o cuatro años se dejaba conducir hasta el interior de su vivienda.

De los pasajes más característicos, dentro de las vivencias en “mi vecindad”, ahora en ruinas, en la que personajes que como don “Lupe”, habían encendido el gusanillo de la bohemia o del arte escondido de cantar hasta entonces, artistas había, pero no se habían dado a conocer; esto sucedió hasta que llegó a vivir a esta vecindad Bibianita y don Agustín, quienes traían a “Toño”, el mayor de los hijos, Angela, era la mediana y Lupita, la más pequeña. Poco después llega doña Natalia con sus hijos: Pepe, el más grande y de oficio peluquero, Toña le seguía en edad, después Rodolfo –a quien le pusimos de apodo “El Negro”--, y por último la menor de todas, cuyo nombre se me escapa a la memoria. De Pepe, nadie sabía ni se imaginaba que dominaba la guitarra, sobre todo el requinto, Toño tenía una voz timbrada y tuvo que dominar las maracas, esto fue lo que los identificó y con el auxilio de un tercer elemento, por cierto ajeno a la vecindad formaron un trío, al cual, provisionalmente le denominaron “Trío Fascinación”. Fue desde entonces cuando incursionaron en el oficio de trovadores. (antes de dedicarse a trovador Toño participó más de una ocasión en un programa patrocinado por el Gobierno del Estado: “Puebla en Marcha”).

A raíz de este brote bohemio, como no existía complejo alguno, en “mi vecindad”, surgió un grupo de aprendices a artistas, encontrando un lugar peculiar para su escoleta --nada menos que a la mitad del patio de la vecindad junto donde se encontraban los excusados, (w. c.)--, casi pegado a ellos; la estancia que contenían los lavaderos --construcción hecha a base de ladrillo y concreto--, tenía un espacio superior donde cabían perfectamente varios muchachos, entre ellos Rodolfo “El Negro” y Rafael “El Chato”. El primero le enseñaba al segundo lo que en guitarra había aprendido de su hermano Pepe, y cuando medianamente había dominado el tono (acorde), les presumía a los demás diciendo “a’í les va este tono, ¿cómo lo quieren, con adorno o sin adorno”.

Esta situación se repetía noche tras noche, ya que el ensayo se prolongaba hasta casi la madrugada, lo cual se aprovechaba para llevar alguna serenata o las clásicas “mañanitas”, para alguien, ya que sobraban las elegidas y los motivos.
Aunado a estas aptitudes artísticas, tuve en “mi vecindad”, el folclor de la música y canciones. Juanita, la clásica mujer que se ganaba la vida lavando ajeno para satisfacer sus necesidades, empleaba parte se su tiempo elaborando colchas de pedacería de tela, lo cual daba un colorido especial a la cama más sencilla. Juanita habitaba una vivienda a la mitad de la vecindad, del lado derecho, quien en compañía de sus hijos: Ángel “El Camarón”, Carmela y la más pequeña de ellas, fueron parte medular de esta vecindad. Rafaela peleaba constantemente con “El Chato”, mientras que la mamá de ella decía: --“Déjelos Maguito, se ve que van a ser buenos esposos”- De los hijos de Juanita, “El Camarón”, de oficio urdidor (en la industria textil), era aficionado al pulque y regularmente todas las tardes, al llegar a la vecindad, “todo cuete” – como vulgarmente se dice:--, sacaba una silla pequeña, un bote cuadrado de lámina (de grasa vegetal), y sentado a la mitad del patio, se ponía a cantar a todo lo que daba su pecho, acompañándose con las percusiones que emitía el bote de lámina. Lo maravilloso de esto es que no había malicia, “mi vecindad”, era como un ejemplo de quienes queríamos y podíamos vivir en armonía, todos y cada quien con sus carencias, pero éstas se disfrazaban con el ambiente que todos le inyectábamos al diario trajín de la vida, esa rutina que tiene como mensaje que el mañana será mejor y lo fue; que lo ha sido y lo será, porque “mi vecindad” fue la excepción.

Posiblemente hubo muchas vecindades, pero no como la mía. Pese a todo el rigor de la vida, con sus altas y sus bajas, “mi vecindad”, tuvo una etapa, así como nosotros, los que habitamos dicho lugar. Hoy, que casualmente pasé por ese lugar, me dio un vuelco el corazón al ver “mi vecindad” convertida en ruinas.

Todavía me pareció escuchar, una voz entonando esa canción que decía “--¡ay mi Querétaro lindo!, lo llevo en el corazón…”, lo cual era común, casi a diario y por las tardes; anunciándose que ya había llegado. Era mi padre, mecánico automotriz a quien casi todo Puebla conocía, a quien cariñosamente le decían “El Chale”. (Pedro Vicente Calderón Bautista).
Es triste ver las ruinas. ¿Ruinas? ¿Por qué ruinas? Si lo que viví, aprendí, disfruté o padecí en “mi vecindad”, lo llevo aquí adentro, muy dentro de mi pensamiento y mi corazón. Eso no puede quedar reducido a ruinas. ¡Posiblemente sí!, cuando yo muera.

Por CLARA CALDERÓN NEGRETE.

Nota: Estos personajes son reales, algunos aun figuran dentro de nuestra sociedad, otros ya descansan en paz. No hay afán alguno en lesionarlos moralmente, ya que los acontecimientos aquí narrados pueden variar en tiempo, forma y características, por lo tanto, ruego una disculpa si algo no encaja en esta manera sana de rememorar acontecimientos, valiosos para quien lo escribió. El domicilio de lo que antes fue una vecindad está ubicado en Calle 9 Norte No. 2210. Puebla de los Ángeles. Cualquier otro parecido es pura coincidencia. c.c.n. 01 (222) 220-52-45 y/o 01 (222) 236-70-90 (Puebla, México/agosto/2005).
 
Última edición:
Volver a la vecindad donde se vivió la infancia y la adolescencia es dificil pues pueden pasar 2 cosas: 1) como avos, encontrarla en ruinas, deteriorada, es triste y otra como me pasó a mi, encontré a mi viejo barrio avanzado, modernizado. Ambas son feas, porque uno quiere encontrarse con lo mismo que vivió en esa época y más si fue feliz.
Mi barrio también tenía tenía sus personajes y nos conociamos casi todos. Ahora hay edificios modernos donde ni se conocen entre los vecinos.
Muy nostálgica y emotiva prosa que me trajo a la memoria mi barrio de "villa de crespo en la ciudad de Buenos Aires" donde viví hasta los 25 años.
Besos
PD saludos a tu genia hermana Clarita!
 
Mi encantadora Marce, efectivamente en maravilloso rememorar acontecimientos vívidos de nuestra infancia. Jurcan le ha rascado parte de otros tantos más aconteciemientos, como los primeros amores en el caso de "PARA QUÉ), inscrito aquí. Pues los primeros amores dejan huella y ... Ni modo, la vida tiene que seguir... Gracias por leerme...
 

SANDRA BLANCO

Administradora - JURADO
Cuantos recuerdos Jurcan que bonito relato ,lo transporta a uno a esas noches de música y serenatas entre tantas personas unidas, no solo por el espacio físico sino también por una vida diaria y cuanto dolor regresar y darse cuenta que el tiempo paso que ya nada es lo mismo y que los recuerdos siguen allí,una prosa hermosa y sentida,bellos recuerdos compartes a través de tus palabras,un gusto leerte,gracias por compartir,un beso grande.
 
Gracias SANDRA. Desde mi niñez tuve ciertas inquitudes (modestia aparte), yo sí reuní aquello que de "músico, poeta y loco , todos tenemos un poco", dicen que lo último se me pasó. Es fin heme aquí fastidiándolos. Gracias por escucharme...
 
Mi encantadora Marìa del Mar Ponce López. Es un honor saber que me leiste. Esta prosa fue posible gracias a los datos proporcionados por mi hermana Carita Calderón Negrete y nunca se imaginó que un cumpleaños le obsequiría estas letras que también se publicaron en el Diario local "El Sol de Puebla", Gracias, muchas gracias...
 

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