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Adela

ANCIANA CIEGA.jpg

Angel tenía poco de su nombre. Desde muy pequeño se dedicó a robar; hijo de ladrón, nieto de ladrón, pocas salidas le quedó, la diferencia es que él disfrutaba con ello. No le importaba matar, violar, o maltratar, ya fuera hombre, mujer o niño, con tal de adorar a su dios, una bolsa de monedas. Nadie quería ser su socio, se había peleado con todos los golfos de Sevilla, y le tenían miedo, era grande y fuerte, igual de hábil con los puños que con la falca, y nunca se podía estar seguro de que no te la clavara por la espalda.

Tenía una especial habilidad para encontrar un buen botín, se escondía por los rincones oscuros haciéndose pasar por un mendigo o un borracho, y la gente no reparaba en él. Así afinaba el oído, y se enteraba de un incauto al que robar, o una mercancía digna de ser asaltada, o de un solitario pagador cuya bolsa estaba a rebosar.
Un día de febrero llegó un vapor de esos modernos al puerto. Venía de Cuba, y de allí solían venir cosas valiosas. Como siempre merodeó, sin mucho éxito, hasta que vio un grupo de estibadores bajando varios baúles. Uno de ellos era enorme, y lo llevaban torpemente entre tres dando golpes. El capataz que lo vio vocifero desde tierra.


-¡Más suavidad animales!, me han dicho que tuviera especial cuidado con ese baúl, que lleva cosas valiosas. Como se rompan os quiebro las costillas.


Angel sonrió, ya tenía lo que buscaba. Cargaron todo en varias carretas y se adentraron en la ciudad. Les siguió con disimulo hasta una casa colonial de gran tamaño. Durante dos días indagó y vigiló la casa. Parece ser que pertenecía a Adolfo Castillejo, importador de cacao afincado en Cuba, que murió de extrañas fiebres hacía años. Su viuda, Adela, se hartó de la vida isleña y decidió regresar a su tierra. Todo indicaba que tenía una hermosa fortuna.
No vio ningún movimiento en la casa, y aprovechando la luna nueva,saltó la verja a media noche y forzó la puerta trasera. Se mantuvo durante un rato parado, tenía que acostumbrar la vista a la oscuridad y no tropezar con nada. No podía encender un candil ni una vela, se podría ver desde afuera y levantar sospechas. Cuando empezó a distinguir algo se movió despacio y sigiloso buscando a la anciana. En la casa estaba casi todo embalado, tendría que perder mucho tiempo en buscar la plata, pues imaginaba que las joyas y el dinero ya estarían escondidos. Eso se lo sacaría antes de estrangularla. Llegó al salón, donde se encontraba el gran baúl.Pudo la curiosidad con él y se acercó, tenía unas enormesbisagras, y unos robustos cierres para dos grandes candados, además de robustas correas de cuero, parecía que el que lo hizo no quería que se escapase lo que estuviera dentro. Con cuidado abrió la tapadera y una exclamación de asombro se escapó de su boca, estaba lleno de arena hasta su mitad, así les pesaba a los estibadores, era más largo que un hombre, y bastante ancho, eso eran muchos kilos de peso. Lo que no entendía era por que se traía arena de Cuba. Cogió un puñado y se lo acerco a la nariz, ¡Dios!, olía a gato muerto, como un cementerio con tumbas muy recientes. Tiró la tierra y se dijo que ya estaba bien de hacer el idiota, en el suelo se veían rastros de ella, por lo que se imaginó que lo que contuviera lo arrastraron por la casa. Siguió las huellas hasta una pequeña puerta, se veía el resplandor de unas oscilantes velas. Aplicó el oído y un ligero murmullo, un soniquete parecido a un rezó, salía de su interior. Muy despacio abrió la puerta, en el centro de la sala se encontraba una mujer con un turbante blanco, tenía una gallina en la mano a la que acababa de decapitar mientras esparcía su sangre sobre varios objetos y mascullaba unas frases incomprensibles. Asombrado de tan inesperada visión, dio dos pasos hacia delante y una de las maderas crujió. La mujer levanto la vista y esbozó una sonrisa.


-Ya era hora, llevó dos días esperándolo.

No sabía que hacer. Lo normal es que la víctima se pusiera a chillar y en sus ojos se leyera el pánico. Era una sensación que le encantaba y de la que siempre disfrutaba mucho, pero que fuera la victima la que sonriera jamás. Dio un paso para atrás, pero con una velocidad increíble para una anciana, pegó un salto poniéndose de pie y le disparó un pequeño dardo con una cerbatana que escondía en un bolsillo. Se quitó de inmediato la pequeña aguja del cuello, pero las piernas le empezaron a temblar y cayó de bruces contra el suelo, era incapaz de mover ni un solo musculo del cuerpo. Adela, con más facilidad de lo que se cabía esperar, subió el cuerpo inerte del gigantón en una carretilla. Este, que aunque inmóvil totalmente consciente, no podía creer que pudiera con él, era mucha diferencia de peso. Abrió una puerta al fondo y le fue arrastrando por un pasillo que descendía en una pequeña rampa entre la penumbra de unos débiles candiles. Abrió una gruesa puerta, más propia de una cárcel que de una casa, que daba a una amplia sala más iluminada. Se oían unos gruñidos como de fiera, susurrantes, ansiosos, imagino un horrible perro y el pánico se aferró a su corazón.

-Veo en sus ojos que ya le entró el miedo, ji, ji, ji. Cuando le vi en el muelle merodeando comprendí que era mi hombre, ji, ji, ji, usted seguía a mis baúles y yo le seguía a usted, ji, ji, ji.


Sin entender nada intentó moverse, pero apenas pudo algo la boca.


-Es usted tan grandote que el efecto del veneno dura menos que en otros. Es magnífico, en un momento paraliza todos los músculos, manteniendo con vida al envenenado, ji, ji, ji, la cantidad de diabluras que que pueden hacer con él, ji, ji, ji.


Siguió intentándolo con tan poco éxito como antes.


-Perdone mi falta de educación, soy Adela Castillejo, viuda de Adolfo Castillejo ji, ji, ji, disculpe, esto siempre me hizo gracia. Nos casamos siendo muy jóvenes, y nos desplazamos a Cuba. Allí entró a nuestro servicio Carmen, que realmente se llamaba Ioa, era hija de una hechicera yoruba, que practicaba el vudú y que fue capturada y vendida como esclava, aunque sus dueños siempre terminaban muertos,ji, ji, ji, nos llevábamos muy bien. Al principio la vida con mi marido era maravillosa, era muy fogoso y yo, ji, ji, ji, le acompañaba en esa pasión, pero el tiempo pasaba, yo no tenía hijos, mi cuerpo se iba deteriorando y mi marido seguía igual de fogoso. Entonces empezó a frecuentar las habitaciones de las criadas. Yo rabiaba, pero por lo menos no se enteraba nadie. En aquella época Ioa me empezó a explicar en que consistía el vudú y lo que era capaz de conseguir, pero me dio mucho miedo, yo fui criada en un estricto cristianismo, y me alejé de ella. Pasaron unos años, y mi Adolfo pasó de las habitaciones del servicio a las de señoritas de la alta sociedad. Mi rabia casi me vuelve loca, y me puse en manos de Ioa. Tenía mucho miedo, pero la verdad es que fue muy divertido.


Angel, con mucho esfuerzo consiguió mover un dedo de la mano y ligeramente el cuello, se dijo que tenía que disimular para que no se diera cuenta esa loca de que los efectos pasaban. Estaba deseando partirla el cuello.


-En aquellos tiempos estaba con Antonia de Guzman, una zorrilla casada con un hombre mayor. El pobre llevaba con resignación la cornamenta con que siempre le adornaba su esposa. En una fiesta de cumpleaños que dio me aseguré, haciéndome la despistada, de coger unos cuantos pelos del cepillo que encontré en su habitación. Lo que me puede reír al verla una semana más tarde con toda la cara llena de verrugones y llorando sobre mi hombro la desgracia.

Otra vez sonaron los sigilosos gruñidos y el pánico volvió, movió un poco el pie y por primera vez en muchos años pidió auxilio a su Santo patrón para que le ayudara.


-Fue la primera de muchas, a cada una la castigaba con lo que sabía que más le podía doler. Adolfo ya ni me hablaba, no sabía que es lo que pasaba, pero sospechaba que yo tenía algo que ver, no era posible que a todas sus amantes les pasara alguna desgracia. Una noche las campanas tocaron alarma, la cabaña de Ioa ardía con ella dentro. Enseguida comprendí que era obra de Adolfo, y que yo sería la siguiente en morir, así que tomé una decisión. Adolfo cayó enfermo, y durante muchos meses su cuerpo se debilito y apenas podía caminar. Ningún médico supo diagnosticar cual era el problema,ninguna medicina resulto efectiva, hasta que murió. Ya siempre sería solo para mi, no lo volvería a compartir.


Movió el brazo, que pegó un golpetazo contra la carretilla y se incorporó ligeramente, en pocos minutos le retorcería el cuello a la vieja.


-Ji,ji, ji, esta usted hecho un hombretón, casi se ha recuperado. Mejor,hoy tiene mucho hambre.


Se volvió y avanzó hasta otra gruesa puerta que había en el fondo.


-A mi edad los huesos crujen con tanta humedad y echaba de menos mi Sevilla. Decidí que ya era hora de volver. Confió que haya muchos como usted, mi Adolfo necesita comer todas las lunas llenas carne fresca.


Angel se pudo incorporar tambaleándose, dio un paso hacia delante que casi le lleva al suelo. Decidió esperar un minuto para asegurar las fuerzas. Estaba deseando acabar con la perorata de esa mujer, de la que nada entendía ni la importaba, había perdido su oportunidad de pedir ayuda. Adela descorrió la barra de hierro que cerraba la puerta.


-¡Adolfo!,ya tienes aquí tu comida. Ya te dije que esta vez sería suculento. Perdona por haberte dejado solo gatos en el viaje, pero si desaparece alguien del barco hubieran sospechado.


Al descorrer la puerta Angel casi muere en ese instante del susto, sus ojos intentaron salirse de su órbita, y por primera vez en su vida se orinó del miedo. Con extraño paso se le acercaba un muerto de carne corrupta y aliento fétido, eso era lo que gruñía tras la madera.


-Perdone por mi falta de educación. Le presento a Adolfo, mi marido, es un zombi. Ale cariño, ya puedes comer.


Avanzó hacia él con sus pupilas sin vida. Soltó dos puñetazos que impactaron de lleno en la cara del monstruo, pero no consiguió nada, era muy fuerte y él estaba todavía muy débil. Le aferró por los hombros y le sujetó contra la pared mientras abría su boca y enseñaba unos pequeños dientes separados y afilados. El miedo recorría sus venas haciéndole temblar todo el cuerpo, su baba caía descontrolada por la comisura de los labios y su corazón galopaba de manera dolorosa. En ese momento apareció la cabeza de Adela por detrás de su marido.


-Ji,ji, ji, perdone, pero no lo puedo evitar, me encanta ver la cara de pánico que pone la comida de Adolfo, ji, ji, ji.


En ese momento sintió una dentellada en su cuello, y notó como la vida le abandonaba con un suspiro.
 

MARIPOSA NEGRA

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jajaja me gusto de principio a fin es un excelente relato, pero no puedo dejar de reconocer el magnifico trabajo de Maru al interpretarlo en la radio aplauso a los dos y mi admiración, besos
 
Wowwww...impresionante relato!!! Qué manera de escribir Javier se ve que los relatos de este tipo te caen como anillo al dedo ¡Maravilloso!!!. Felicitaciones amigo por estas terrorificas letras plasmadas magníficamente, aplausos reputación y un gran saludo poeta

 

Maese Josman

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Javier, muy buena prosa, la verdad que es cierto que te atrapa poco a poco y quedas expectante hasta el final. Me encanto, siento no pasar antes.
Un abrazo amigo mío. José Manuel.
 

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