La madre de Juan, siempre le decía: Cuando seas mayor, te llevaré al final del arco iris.
Juan iba creciendo y de vez en cuando, preguntaba…
-¿Ya soy mayor? ¿que hay allí? ¿donde manan los colores?
-No hijo, no, aún tienes que terminar los estudios, encontrar trabajo, conocer el amor...
Juan soñaba con ese día en el que todo quedaría esclarecido. Vería como eran las columnas donde se apoyaba, la fabrica de los colores, los andamios, los ríos de la lluvia...
Así pasaron muchos años y ni Juan ni su madre se acordaban de llegar tan lejos, hasta que en un hermoso día de primavera, brillaba en el cielo un enorme arco iris y ella le preguntó:
-¿Quieres que vayamos al final del arco iris?. Ya hace tiempo que eres adulto y lo habíamos olvidado.
Juan le miró, recordó los cientos de arcos que había visto en su vida y que en algunas ocasiones había prometido visitar con sus hijos, sonrió, la abrazó y dijo:
-Mamá, ya no es mi deseo; No espero llegar al final de la cimbra que al cielo sostiene, quiero quedar debajo y gozar de sus colores, donde los brillos son mate, donde el azul es azul y entre todos hacen blanco, yo quiero que me cubra y que me guíe, quiero mirarle contigo recordando todas las caricias que tu me diste mientras crecía, esperando llegar tan alto. Eso es lo que me importa.
Juan se fue a buscar un prisma de cristal y le explicó como se descomponía la luz blanca al pasar por él y como las gotas de la lluvia jugaban con la luz del sol y se comportaban como tal. Ella no había estudiado pero lo comprendió o así se lo hizo creer a Juan. Se puso a jugar con el cristal mientras se sentía orgullosa de que su hijo supiera todas esas cosas
-Ahora podrás tener un arco iris cada vez que te acuerdes de mi. Dijo Juan.
Juan iba creciendo y de vez en cuando, preguntaba…
-¿Ya soy mayor? ¿que hay allí? ¿donde manan los colores?
-No hijo, no, aún tienes que terminar los estudios, encontrar trabajo, conocer el amor...
Juan soñaba con ese día en el que todo quedaría esclarecido. Vería como eran las columnas donde se apoyaba, la fabrica de los colores, los andamios, los ríos de la lluvia...
Así pasaron muchos años y ni Juan ni su madre se acordaban de llegar tan lejos, hasta que en un hermoso día de primavera, brillaba en el cielo un enorme arco iris y ella le preguntó:
-¿Quieres que vayamos al final del arco iris?. Ya hace tiempo que eres adulto y lo habíamos olvidado.
Juan le miró, recordó los cientos de arcos que había visto en su vida y que en algunas ocasiones había prometido visitar con sus hijos, sonrió, la abrazó y dijo:
-Mamá, ya no es mi deseo; No espero llegar al final de la cimbra que al cielo sostiene, quiero quedar debajo y gozar de sus colores, donde los brillos son mate, donde el azul es azul y entre todos hacen blanco, yo quiero que me cubra y que me guíe, quiero mirarle contigo recordando todas las caricias que tu me diste mientras crecía, esperando llegar tan alto. Eso es lo que me importa.
Juan se fue a buscar un prisma de cristal y le explicó como se descomponía la luz blanca al pasar por él y como las gotas de la lluvia jugaban con la luz del sol y se comportaban como tal. Ella no había estudiado pero lo comprendió o así se lo hizo creer a Juan. Se puso a jugar con el cristal mientras se sentía orgullosa de que su hijo supiera todas esas cosas
-Ahora podrás tener un arco iris cada vez que te acuerdes de mi. Dijo Juan.
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