¡Oh Dios!
cuán ciegos hiciste mis ojos,
opacos para no ver tanto amor,
cuán torpe mis entendederas
para no distinguir su luz
¡Oh Dios!
tenía el cielo ante mi
y busqué el tesoro en la llanura,
en las lejanas montañas azules
cegándome con sedas y tules
pero solo había reflejos
falsos ídolos y deidades brillantes
que me impedían pisar el suelo
y el gozar de tu mortal belleza.
¡Oh Dios!
así, yo me maldigo
por haber gastado el tiempo,
el que ahora apenas queda,
pero si consigo tu perdón
y también el del divino
corregiré el desatino
y me dedicaré a hacerte feliz
y hacer alegre el destino.
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