Jorge Toro
Miembro Conocido
Condensadas gotitas en los páramos fríos,
de a poco se aglutinan y forman un hilillo,
que cargando con otros minúsculos rocíos
van yendo cuesta abajo por un mismo pasillo.
Sumando en su caída hilillos similares;
de pronto se transforman en pequeño torrente,
que raudo se desplaza por entre matorrales
y toma presuroso la ruta descendente.
Entonces, de improviso, se torna revoltoso,
y salta juguetón bajando la montaña,
rodando entre las piedras, con un correr sinuoso,
conforma mil cascadas y las pendientes baña.
Rápido se entremezcla con corrientes hermanas
y entre miles espumas se convierte en su igual;
entonces engrosado recorre las sabanas,
y vaga esplendoroso con aire señorial.
De forma paulatina recambia su apariencia
y al paso que navega transmuta sus colores,
tornándose en un pardo de viscosa presencia
que guarda en sus entrañas difuntos resplandores.
Rodando, ya cansado, absorto en la molicie,
explaya sus bostezos formando cenagales,
y en un tránsito lento por la vasta planicie,
arrima lentamente hacia sus funerales.
Impasible a la euforia de su tiempo lejano,
asume somnoliento la busca de su ocaso,
la mar acogedora, que le acerca su mano,
para al final tragarlo en terminante abrazo.
Concluye su trayecto y obtiene sepultura,
igual que tantos ríos en el inmenso mar,
mas la inicial gotita, -gracias a la ventura-,
súbita se evapora y vuelve a condensar.
En un nuevo lugar desciende renovada,
para recomenzar su singular camino,
un largo devenir de más de una jornada
que le regrese al mar, su terminal destino….
Muchas veces encuentro, que somos cual rocío,
gotitas en el mundo refundidas con miles,
apenas proveídos de un parcial albedrío,
viajando hacia la muerte por diversos carriles.
Un mismo cementerio nos está destinado,
e idéntico final, para ninguno ajeno:
habremos de tornar al sitio señalado;
la madre tierra igual nos guardará en su seno…
de a poco se aglutinan y forman un hilillo,
que cargando con otros minúsculos rocíos
van yendo cuesta abajo por un mismo pasillo.
Sumando en su caída hilillos similares;
de pronto se transforman en pequeño torrente,
que raudo se desplaza por entre matorrales
y toma presuroso la ruta descendente.
Entonces, de improviso, se torna revoltoso,
y salta juguetón bajando la montaña,
rodando entre las piedras, con un correr sinuoso,
conforma mil cascadas y las pendientes baña.
Rápido se entremezcla con corrientes hermanas
y entre miles espumas se convierte en su igual;
entonces engrosado recorre las sabanas,
y vaga esplendoroso con aire señorial.
De forma paulatina recambia su apariencia
y al paso que navega transmuta sus colores,
tornándose en un pardo de viscosa presencia
que guarda en sus entrañas difuntos resplandores.
Rodando, ya cansado, absorto en la molicie,
explaya sus bostezos formando cenagales,
y en un tránsito lento por la vasta planicie,
arrima lentamente hacia sus funerales.
Impasible a la euforia de su tiempo lejano,
asume somnoliento la busca de su ocaso,
la mar acogedora, que le acerca su mano,
para al final tragarlo en terminante abrazo.
Concluye su trayecto y obtiene sepultura,
igual que tantos ríos en el inmenso mar,
mas la inicial gotita, -gracias a la ventura-,
súbita se evapora y vuelve a condensar.
En un nuevo lugar desciende renovada,
para recomenzar su singular camino,
un largo devenir de más de una jornada
que le regrese al mar, su terminal destino….
Muchas veces encuentro, que somos cual rocío,
gotitas en el mundo refundidas con miles,
apenas proveídos de un parcial albedrío,
viajando hacia la muerte por diversos carriles.
Un mismo cementerio nos está destinado,
e idéntico final, para ninguno ajeno:
habremos de tornar al sitio señalado;
la madre tierra igual nos guardará en su seno…
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