JAVIER TOMAS
Sub Administrador
No rompía aún la mañana cuando ya estaba caminando. Me adentré en el bosque con el vehículo tanto como pude, a riesgo de destrozar los bajos y quedarme atorado en cualquier rincón.
La luz empezaba a brotar por el encinar, levantando los arrullos de las tórtolas. Con la claridad se empezaba a distinguir las gotas de rocío, que como pequeñas perlas, desprendían destellos anunciando el nuevo día. El intenso olor a tierra mojada y a jara me embargaban los sentidos, secuestrándome de la realidad, mientras gorriones y verderones volaban alocadamente, con el fragor del desayuno, sobre mi cabeza.
No podía retrasar más mi decisión. Hubiese querido tumbarme, dejar pasar los minutos sin pensar, dando sorbos al momento, poco a poco,pero era imposible, y lo sabía.
Seguí andando por un sendero enmarcado con margaritas y amapolas, que me llevó a un manantial rodeado de helechos y brillante musco agarrado a las rocas, donde las mariposas, alegres, movían sus alas produciendo todo un mundo de color..
El agua fresca del manantial caía serpenteante hasta un arroyo cristalino y fluir sereno que se abría paso entre hayas. Decidí seguirlo. Me llevó hasta un pequeño castañar de viejos troncos, muchos partidos por un rayo y renacidos, de manera milagrosa, a pesar de la profunda herida.
No quería parar, me costaba dejar tanta belleza. Un par de conejos saltaron con el ruido de mis pisadas, moviendo graciosamente sus orejas, antes de empezar a correr. Unas pequeñas águilas las veían,mientras planeaban, con la envidia del glotón.
Deambulaba sin saber que buscaba, cuando tropecé con unas trepadoras que colgaban de un árbol; en mi intento por no caer me agarré a estas, abriendo un pequeño hueco por donde lo vi. Un otero dominado por un risco, donde un retorcido pino, que desde su juventud lucho contra viento, hielos y lluvia por vivir, clavaba sus raíces en la dura roca, con un intento desesperado por buscar alimento. A sus pies se abría una profunda grieta donde una persona podría caer y nunca volver a salir. La vistas eran majestuosas, dominaba todo el valle, donde las montañas iban dibujando sus siluetas en la lejanía en contraluz con el sol. No lo dudé más, volví acelerando el paso hacia el coche. Estaba mucho mas lejos de lo que recordaba. Cuando llegué jadeaba del esfuerzo, y aún me quedaba mucho por hacer.
Abrí el maletero y allí estaba como la dejé, maniatada y amordazada, con los ojos desorbitados y las aletas de la nariz moviéndose exageradamente, intentando respirar todo el aire del bosque. No era capaz de relajarse ni en una quietud así.
-Cariño,¿te acuerdas que me dijiste unas dos mil veces que querías vivir en un sitio con vistas maravillosas? ¡Pues te he encontrado el sitio ideal y más barato que donde tú decías!.
Siempre pensaba en ella, en el fondo soy un sentimental. Me la eche al hombro y volví mis pasos hacia la grieta, pero ella no apreciaba mi esfuerzo y preocupación, se resistía con fuerza. ¡De desagradecidos esta el mundo!.
La luz empezaba a brotar por el encinar, levantando los arrullos de las tórtolas. Con la claridad se empezaba a distinguir las gotas de rocío, que como pequeñas perlas, desprendían destellos anunciando el nuevo día. El intenso olor a tierra mojada y a jara me embargaban los sentidos, secuestrándome de la realidad, mientras gorriones y verderones volaban alocadamente, con el fragor del desayuno, sobre mi cabeza.
No podía retrasar más mi decisión. Hubiese querido tumbarme, dejar pasar los minutos sin pensar, dando sorbos al momento, poco a poco,pero era imposible, y lo sabía.
Seguí andando por un sendero enmarcado con margaritas y amapolas, que me llevó a un manantial rodeado de helechos y brillante musco agarrado a las rocas, donde las mariposas, alegres, movían sus alas produciendo todo un mundo de color..
El agua fresca del manantial caía serpenteante hasta un arroyo cristalino y fluir sereno que se abría paso entre hayas. Decidí seguirlo. Me llevó hasta un pequeño castañar de viejos troncos, muchos partidos por un rayo y renacidos, de manera milagrosa, a pesar de la profunda herida.
No quería parar, me costaba dejar tanta belleza. Un par de conejos saltaron con el ruido de mis pisadas, moviendo graciosamente sus orejas, antes de empezar a correr. Unas pequeñas águilas las veían,mientras planeaban, con la envidia del glotón.
Deambulaba sin saber que buscaba, cuando tropecé con unas trepadoras que colgaban de un árbol; en mi intento por no caer me agarré a estas, abriendo un pequeño hueco por donde lo vi. Un otero dominado por un risco, donde un retorcido pino, que desde su juventud lucho contra viento, hielos y lluvia por vivir, clavaba sus raíces en la dura roca, con un intento desesperado por buscar alimento. A sus pies se abría una profunda grieta donde una persona podría caer y nunca volver a salir. La vistas eran majestuosas, dominaba todo el valle, donde las montañas iban dibujando sus siluetas en la lejanía en contraluz con el sol. No lo dudé más, volví acelerando el paso hacia el coche. Estaba mucho mas lejos de lo que recordaba. Cuando llegué jadeaba del esfuerzo, y aún me quedaba mucho por hacer.
Abrí el maletero y allí estaba como la dejé, maniatada y amordazada, con los ojos desorbitados y las aletas de la nariz moviéndose exageradamente, intentando respirar todo el aire del bosque. No era capaz de relajarse ni en una quietud así.
-Cariño,¿te acuerdas que me dijiste unas dos mil veces que querías vivir en un sitio con vistas maravillosas? ¡Pues te he encontrado el sitio ideal y más barato que donde tú decías!.
Siempre pensaba en ella, en el fondo soy un sentimental. Me la eche al hombro y volví mis pasos hacia la grieta, pero ella no apreciaba mi esfuerzo y preocupación, se resistía con fuerza. ¡De desagradecidos esta el mundo!.