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El angel caido

A pesar de ser una mañana de primavera, el aire entraba frío por mis pulmones con una sensación incomoda, parecía que pequeños cristalitos me arañaban el pecho. Me subí el cuello del abrigo, ligero para esa temperatura, pero seguro que excesivo al mediodía cuando el sol estuviera en lo alto del cielo y demostrara lo que escapaz de hacer.
Paseaba sin rumbo, las personas con las que me cruzaba me resultaban ajenas, parecían no verme, y yo tampoco tenía mucho interés en verlas a ella, así que era una relación perfecta. Me fui desviando hacia un parque que estaba medio vacío, a esas horas casi todo el mundo esta trabajando. La hierba lucía blanca de la helada matutina, pero la floresta demostraba que la primavera había entrado con fuerza, aunque no esa destemplada mañana.
Tenía un hermoso lago en el que nadaban una buena colección de patos, gansos y cisnes, ajenos al ajetreo urbano que les rodeaba a pocos metros de allí. Seguí su orilla, un precioso puente de madera lo cruzaba en un estrechamiento, y sobre él una adorable niña de rizos rojizos como el fuego saltaba y brincaba sujeta a la barandilla, entusiasmada por el espectáculo. Entonces lo vi, ese maldito ángel caído, con su elegante abrigo y el pañuelo de seda al cuello, su barba bien perfilada, esos ojos negros y profundos capaces depenetrar en el más grueso hormigón y el bastón de cabeza blanca. No tenía ni la más pequeña duda, me miraba directamente dibujando una pérfida sonrisa. La niña pegó otro de sus saltos, y él, sin el más mínimo miramiento, la empujó. Mi garganta se rompió en un grito al ver como la pequeña caía a las oscuras aguas. Eché acorrer, pero mis piernas parecían de plomo y apenas conseguía avanzar. La poca gente que transitaba parecía no darse cuenta de la situación a pesar de mis gritos. Tardé mucho en llegar al puente,pero no dudé en saltar. Ese lago estaba a punto de congelación. Me sumergí en sus impenetrables aguas sin conseguir ver absolutamente nada. Buceaba con la esperanza de tocar el cuerpo de la niña y poderla rescatar, pero el aire se agotaba de mis pulmones sin conseguirlo. Exhausto y sin más aguante intenté salir, pero mis brazadas no me llevaban a la superficie, si no que me hundían más. Mi boca se abrió con ansiedad por la necesidad de encontrar aire que me devolviera algo de vida, pero en vez de eso se llenó de agua. Mi pecho parecía estallar mientras perdía de vista la brillante luz de ese sol de primavera que nunca más me calentaría...Me incorporé en la cama empapado por el sudor, sujetándome el pecho con una mano para aliviarme el terrible dolor que lo machacaba e intentando que el corazón no se saliese de él. ¡Otra maldita pesadilla! Ya llevaba más de dos semanas que no conseguía dormir una noche entera sin que me acecharan. Me di una ducha caliente, pero nada desayuné, tenía el estómago revuelto y me veía incapaz de digerir ni un café. Me fui al trabajo con más ojeras que el día anterior, ya me preguntaban todos si estaba enfermo.


Las malditas barras de la reja se me clavaban sin piedad en la clavícula, produciendo un dolor insoportable. Los tendones del antebrazo se me montaban por el gran esfuerzo que estaba haciendo al sujetar por los tobillos a esa pobre mujer. El ángel caído la había atado a ese carrito que iba directo hacia la enorme sierra circular que cortaba grandes troncos. Conseguí llegar hasta la verja de seguridad e introducir ambos brazos entre sus barrotes, al doblar la cinta para enfilar el último tramo hasta la sierra la conseguí agarrar de los tobillos, pero aunque el carrito iba resbalando, la cinta se empeñaba en llevárselo para delante y yo no tenía fuerzas para sacarlo de su rail. Me empeñaba en sujetarla, aunque sabía que solo un milagro podría salvarla del fatídico destino que la aguardaba. Sus gritos me hacían sacar fuerzas de la flaqueza, pero el dolor me recordaba que estaba llegando al límite, si no lo había pasado hace tiempo.Ya no sentía las manos, y sin ser capaz de controlarlas, se me escapó. Caí al suelo, eso me hizo librarme del espectáculo, pero el ruido de los huesos al ser serrados y la sangre con que fui salpicado me enseñó la triste realidad...Salté de la cama, no me fui al suelo de milagro. No pude contener el vómito, todavía sentía la sangre caliente resbalando por mi rostro.


-¿Cree que es normal doctor?
-Puede deberse a muchos motivos, el estrés, la ansiedad, el miedo, e incluso a una enfermedad, pero lo que no puede es seguir sin dormir y despertándose en ese estado de nerviosismo, puede producirle un infarto. Le voy a recetar unas pastillas, le dejarán un poco atontado, pero aproveche estos días que vienen de fiesta para recuperar horas de sueño, que le ayuden a relajarse. Cuando sus nervios se asienten buscaremos cual es el problema.


Me daba un poquito de miedo tomarlas, pero el jueves, después de otra noche horrible, decidí hacer caso al doctor. El efecto fue inmediato. La primera pastilla me la tomé con el desayuno y la crispación acumulada se esfumó, bajé a dar una vuelta y todo me pareció más tranquilo, más colorido. Tras la comida me tomé otra y un agradable cansancio se apoderó de mí. Antes de quedarme dormido bajé a un centro comercial, que a pesar de ser fiesta abría sus puertas, y anduve buscando unas zapatillas. Tenía que hacer tiempo para acostarme a una hora razonable. Cené y me tomé la otra pastilla, luchaba contra mis parpados intentando ver una película ,pero el intento era vano, así que poco después de las diez estaba ya en mi cama.
Un rayo de luz me hirió el iris, giré mi cabeza incrustándola en la almohada. Cuando pude dominar esa horrible sensación miré el reloj.¡Las doce! ¡Eran las doce de la mañana! ¡Había dormido catorce horas sin un solo sueño! Una sonrisa, un tanto boba, se me dibujó en la cara. ¡Que felicidad!. Decidí saltarme la pastilla del desayuno, no quería juntarlas tanto, y bajé a correr un poco por el parque, hacía tanto que no encontraba las ganas para hacerlo...Comí ligero y salí de casa sin hacer la digestión. Me fui directo al museo de cera, no es que me gustara mucho, pero tenía que pasar la tarde de aquel viernes sin dormirme y repetir la experiencia del día anterior. Estaba en la cama a la misma hora, y me desperté a las once, con la sensación placentera del descanso y la tranquilidad. Bajé a comprar algo de comida y me propuse ir al cine esa tarde. Era otra de esas cosas que tanto me gustaban y que, sin saber como, había dejado de hacer. Busqué una película al azar, me daba igual, y con un gran bol de palomitas y un refresco gigante pasé la mejor tarde que recordaba desde hacía mucho tiempo. Cuando llegué a mi casa ni cené, me tomé la pastilla y me fui a dormir. La noche fue tan buena como las dos anteriores, pero me desperté antes, mi reloj marcaba las ocho en punto. Me pareció normal, eran muchas horas de sueño las que acumulaba en ese puente y mi cuerpo ya se encontraba totalmente recuperado. Desayuné con apetito y me bajé a dar una vuelta. Me sorprendió lo vacía que estaba la calle. Hacía una mañana algo nublada, aunque el sol pujaba con fuerza por salir entrelas nubes. Me dejé llevar por la ciudad sin poner atención a mi rumbo, mis pasos los marcaba el capricho o la curiosidad. Llevaba un buen rato caminando cuando topé con una larga valla de bonitos forjados y espesa vegetación, la seguí preguntándome que tesoro guardaría tras sus verjas. Después de una esquina se perdía por un callejón sin mayor interés, pero me apetecía seguirla. Al final del mismo encontré una pequeña puerta abierta. No lo pude evitar, asomé la cabeza y ante mi se levantó un fabuloso jardín. Carecía de cartel alguno, siempre podría alegar que me pareció un parque público, y me metí. Si ya por fuera parecía grande, por dentro era enorme. Una buena cantidad de estatuas se repartían por todo el recinto que se formaba en un laberinto florido. Nunca había oído hablar de algo parecido en mitad de la ciudad. El tiempo se estaba estropeando, el viento empezaba a arreciar y el cielo se tornaba negro, pero me daba igual, estaba ensimismado ante tanta belleza. Un pequeño gemido me distrajo de mis pensamientos. Oteé mi alrededor sin ver nada. De nuevo sonó, y me dirigí hacia él, sin saber seguro de donde procedía. Tomé un pasillo de altas arizónicas que desembocó en una pequeña plaza, donde una estatua, a la que no presté atención, la presidía. A sus pies, un niño de corta edad, gemía mientras escondía su cabeza entre sus rodillas. Pensé que se había perdido, y me acerqué con intención de consolarle, pero antes de decirle nada un gruñido ronco, profundo, me hizo girar mientras mi corazón me daba un vuelco. Tres enormes perros negros me miraban a poca distancia. Sus gargantas producían un ruido que estremecía el alma. Cogí al niño en brazos y empecé a retroceder lentamente. Los animales seguían mis pasos sin perder ni un centímetro. Apoyé mi espalda contra las arizónicas y entonces me fijé en la cara de la estatua. ¡ERA ÉL! ¡EL MALDITO ANGEL CAÍDO!¡Con sus redondos ojos negros profundos, su barba perfilada y arreglada, con su pañuelo de seda al cuello, su elegante abrigo y ese bastón con cabeza blanca! El niño levantó su cabeza y profirió una carcajada. Le miré horrorizado. Su cara era inhumana, con los ojos ensangrentados y su piel corrompida. Clavó sus dientes en mi clavícula sacándome un alarido de dolor. Tropecé, caí sobre mi espalda sin poder evitar que los canes se abalanzaran hambrientos, desgarrándome la carne con sus mordiscos. Me agitaba de dolor y desesperación, pero era incapaz de deshacerme de ellos. Gritaba y gritaba entre lágrimas sin esperar más socorro que una muerte rápida, pero el dolor era tan vivo que dudaba de que llegara en algún momento.


-¡Doctor Angel! ¡Doctor Angel!
-¿Que pasa Elisa?
-El enfermo de la 327 está convulsionando y gritando como un poseso.
-¿El suicida?
-¡Ese!


Salieron corriendo para la habitación donde los enfermeros intentaban sujertarle, parecía que se fuera a partir. En uno de esas convulsiones sonó un quejido apagado, como un susurro, y cayó sobre su cama sin vida. Nada se pudo hacer por él. El corazón sufrió una parada fulminante sin posibilidad de recuperarlo. El doctor Angel firmó el acta de defunción, y acabado el turno, se fue a cambiar. Colgó en la taquilla su involuta bata blanca. Se lavó manos y cara, atusándose su barba perfectamente recortada, poniéndose a continuación su elegante abrigo y su pañuelo de seda al cuello. Sacó su bastón, con la cabeza de blanco marfil, y salió a la calle. El aire fresco de la noche le acarició con suavidad y sintió una agradable sensación que amortiguó su pena, la muerte de Manuel le había afectado, se lo estaba pasando tan bien...es la ventaja de ser un ángel caído, que podía torturar a esos infelices moribundos incluso antes de llegar al infierno. Suspiró, menos mal que en el hospital nunca le faltarían candidatos, a la mañana siguiente escogería uno. Sus pasos se perdieron por la noche, como se pierden las pesadillas cada mañana...¿o no?.
 

MARIPOSA NEGRA

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jajajajajaja eres macabro y me encantaaaaaaaaaaaaa jajaja, excelente relato Javi, pone los pelos de punta, luego te cuento mis pesadilla para ver que tantas reconoces jajaja, un enorme placer leerte, besos
 

SANDRA BLANCO

Administradora - JURADO
A pesar de ser una mañana de primavera, el aire entraba frío por mis pulmones con una sensación incomoda, parecía que pequeños cristalitos me arañaban el pecho. Me subí el cuello del abrigo, ligero para esa temperatura, pero seguro que excesivo al mediodía cuando el sol estuviera en lo alto del cielo y demostrara lo que escapaz de hacer.
Paseaba sin rumbo, las personas con las que me cruzaba me resultaban ajenas, parecían no verme, y yo tampoco tenía mucho interés en verlas a ella, así que era una relación perfecta. Me fui desviando hacia un parque que estaba medio vacío, a esas horas casi todo el mundo esta trabajando. La hierba lucía blanca de la helada matutina, pero la floresta demostraba que la primavera había entrado con fuerza, aunque no esa destemplada mañana.
Tenía un hermoso lago en el que nadaban una buena colección de patos, gansos y cisnes, ajenos al ajetreo urbano que les rodeaba a pocos metros de allí. Seguí su orilla, un precioso puente de madera lo cruzaba en un estrechamiento, y sobre él una adorable niña de rizos rojizos como el fuego saltaba y brincaba sujeta a la barandilla, entusiasmada por el espectáculo. Entonces lo vi, ese maldito ángel caído, con su elegante abrigo y el pañuelo de seda al cuello, su barba bien perfilada, esos ojos negros y profundos capaces depenetrar en el más grueso hormigón y el bastón de cabeza blanca. No tenía ni la más pequeña duda, me miraba directamente dibujando una pérfida sonrisa. La niña pegó otro de sus saltos, y él, sin el más mínimo miramiento, la empujó. Mi garganta se rompió en un grito al ver como la pequeña caía a las oscuras aguas. Eché acorrer, pero mis piernas parecían de plomo y apenas conseguía avanzar. La poca gente que transitaba parecía no darse cuenta de la situación a pesar de mis gritos. Tardé mucho en llegar al puente,pero no dudé en saltar. Ese lago estaba a punto de congelación. Me sumergí en sus impenetrables aguas sin conseguir ver absolutamente nada. Buceaba con la esperanza de tocar el cuerpo de la niña y poderla rescatar, pero el aire se agotaba de mis pulmones sin conseguirlo. Exhausto y sin más aguante intenté salir, pero mis brazadas no me llevaban a la superficie, si no que me hundían más. Mi boca se abrió con ansiedad por la necesidad de encontrar aire que me devolviera algo de vida, pero en vez de eso se llenó de agua. Mi pecho parecía estallar mientras perdía de vista la brillante luz de ese sol de primavera que nunca más me calentaría...Me incorporé en la cama empapado por el sudor, sujetándome el pecho con una mano para aliviarme el terrible dolor que lo machacaba e intentando que el corazón no se saliese de él. ¡Otra maldita pesadilla! Ya llevaba más de dos semanas que no conseguía dormir una noche entera sin que me acecharan. Me di una ducha caliente, pero nada desayuné, tenía el estómago revuelto y me veía incapaz de digerir ni un café. Me fui al trabajo con más ojeras que el día anterior, ya me preguntaban todos si estaba enfermo.


Las malditas barras de la reja se me clavaban sin piedad en la clavícula, produciendo un dolor insoportable. Los tendones del antebrazo se me montaban por el gran esfuerzo que estaba haciendo al sujetar por los tobillos a esa pobre mujer. El ángel caído la había atado a ese carrito que iba directo hacia la enorme sierra circular que cortaba grandes troncos. Conseguí llegar hasta la verja de seguridad e introducir ambos brazos entre sus barrotes, al doblar la cinta para enfilar el último tramo hasta la sierra la conseguí agarrar de los tobillos, pero aunque el carrito iba resbalando, la cinta se empeñaba en llevárselo para delante y yo no tenía fuerzas para sacarlo de su rail. Me empeñaba en sujetarla, aunque sabía que solo un milagro podría salvarla del fatídico destino que la aguardaba. Sus gritos me hacían sacar fuerzas de la flaqueza, pero el dolor me recordaba que estaba llegando al límite, si no lo había pasado hace tiempo.Ya no sentía las manos, y sin ser capaz de controlarlas, se me escapó. Caí al suelo, eso me hizo librarme del espectáculo, pero el ruido de los huesos al ser serrados y la sangre con que fui salpicado me enseñó la triste realidad...Salté de la cama, no me fui al suelo de milagro. No pude contener el vómito, todavía sentía la sangre caliente resbalando por mi rostro.


-¿Cree que es normal doctor?
-Puede deberse a muchos motivos, el estrés, la ansiedad, el miedo, e incluso a una enfermedad, pero lo que no puede es seguir sin dormir y despertándose en ese estado de nerviosismo, puede producirle un infarto. Le voy a recetar unas pastillas, le dejarán un poco atontado, pero aproveche estos días que vienen de fiesta para recuperar horas de sueño, que le ayuden a relajarse. Cuando sus nervios se asienten buscaremos cual es el problema.


Me daba un poquito de miedo tomarlas, pero el jueves, después de otra noche horrible, decidí hacer caso al doctor. El efecto fue inmediato. La primera pastilla me la tomé con el desayuno y la crispación acumulada se esfumó, bajé a dar una vuelta y todo me pareció más tranquilo, más colorido. Tras la comida me tomé otra y un agradable cansancio se apoderó de mí. Antes de quedarme dormido bajé a un centro comercial, que a pesar de ser fiesta abría sus puertas, y anduve buscando unas zapatillas. Tenía que hacer tiempo para acostarme a una hora razonable. Cené y me tomé la otra pastilla, luchaba contra mis parpados intentando ver una película ,pero el intento era vano, así que poco después de las diez estaba ya en mi cama.
Un rayo de luz me hirió el iris, giré mi cabeza incrustándola en la almohada. Cuando pude dominar esa horrible sensación miré el reloj.¡Las doce! ¡Eran las doce de la mañana! ¡Había dormido catorce horas sin un solo sueño! Una sonrisa, un tanto boba, se me dibujó en la cara. ¡Que felicidad!. Decidí saltarme la pastilla del desayuno, no quería juntarlas tanto, y bajé a correr un poco por el parque, hacía tanto que no encontraba las ganas para hacerlo...Comí ligero y salí de casa sin hacer la digestión. Me fui directo al museo de cera, no es que me gustara mucho, pero tenía que pasar la tarde de aquel viernes sin dormirme y repetir la experiencia del día anterior. Estaba en la cama a la misma hora, y me desperté a las once, con la sensación placentera del descanso y la tranquilidad. Bajé a comprar algo de comida y me propuse ir al cine esa tarde. Era otra de esas cosas que tanto me gustaban y que, sin saber como, había dejado de hacer. Busqué una película al azar, me daba igual, y con un gran bol de palomitas y un refresco gigante pasé la mejor tarde que recordaba desde hacía mucho tiempo. Cuando llegué a mi casa ni cené, me tomé la pastilla y me fui a dormir. La noche fue tan buena como las dos anteriores, pero me desperté antes, mi reloj marcaba las ocho en punto. Me pareció normal, eran muchas horas de sueño las que acumulaba en ese puente y mi cuerpo ya se encontraba totalmente recuperado. Desayuné con apetito y me bajé a dar una vuelta. Me sorprendió lo vacía que estaba la calle. Hacía una mañana algo nublada, aunque el sol pujaba con fuerza por salir entrelas nubes. Me dejé llevar por la ciudad sin poner atención a mi rumbo, mis pasos los marcaba el capricho o la curiosidad. Llevaba un buen rato caminando cuando topé con una larga valla de bonitos forjados y espesa vegetación, la seguí preguntándome que tesoro guardaría tras sus verjas. Después de una esquina se perdía por un callejón sin mayor interés, pero me apetecía seguirla. Al final del mismo encontré una pequeña puerta abierta. No lo pude evitar, asomé la cabeza y ante mi se levantó un fabuloso jardín. Carecía de cartel alguno, siempre podría alegar que me pareció un parque público, y me metí. Si ya por fuera parecía grande, por dentro era enorme. Una buena cantidad de estatuas se repartían por todo el recinto que se formaba en un laberinto florido. Nunca había oído hablar de algo parecido en mitad de la ciudad. El tiempo se estaba estropeando, el viento empezaba a arreciar y el cielo se tornaba negro, pero me daba igual, estaba ensimismado ante tanta belleza. Un pequeño gemido me distrajo de mis pensamientos. Oteé mi alrededor sin ver nada. De nuevo sonó, y me dirigí hacia él, sin saber seguro de donde procedía. Tomé un pasillo de altas arizónicas que desembocó en una pequeña plaza, donde una estatua, a la que no presté atención, la presidía. A sus pies, un niño de corta edad, gemía mientras escondía su cabeza entre sus rodillas. Pensé que se había perdido, y me acerqué con intención de consolarle, pero antes de decirle nada un gruñido ronco, profundo, me hizo girar mientras mi corazón me daba un vuelco. Tres enormes perros negros me miraban a poca distancia. Sus gargantas producían un ruido que estremecía el alma. Cogí al niño en brazos y empecé a retroceder lentamente. Los animales seguían mis pasos sin perder ni un centímetro. Apoyé mi espalda contra las arizónicas y entonces me fijé en la cara de la estatua. ¡ERA ÉL! ¡EL MALDITO ANGEL CAÍDO!¡Con sus redondos ojos negros profundos, su barba perfilada y arreglada, con su pañuelo de seda al cuello, su elegante abrigo y ese bastón con cabeza blanca! El niño levantó su cabeza y profirió una carcajada. Le miré horrorizado. Su cara era inhumana, con los ojos ensangrentados y su piel corrompida. Clavó sus dientes en mi clavícula sacándome un alarido de dolor. Tropecé, caí sobre mi espalda sin poder evitar que los canes se abalanzaran hambrientos, desgarrándome la carne con sus mordiscos. Me agitaba de dolor y desesperación, pero era incapaz de deshacerme de ellos. Gritaba y gritaba entre lágrimas sin esperar más socorro que una muerte rápida, pero el dolor era tan vivo que dudaba de que llegara en algún momento.


-¡Doctor Angel! ¡Doctor Angel!
-¿Que pasa Elisa?
-El enfermo de la 327 está convulsionando y gritando como un poseso.
-¿El suicida?
-¡Ese!


Salieron corriendo para la habitación donde los enfermeros intentaban sujertarle, parecía que se fuera a partir. En uno de esas convulsiones sonó un quejido apagado, como un susurro, y cayó sobre su cama sin vida. Nada se pudo hacer por él. El corazón sufrió una parada fulminante sin posibilidad de recuperarlo. El doctor Angel firmó el acta de defunción, y acabado el turno, se fue a cambiar. Colgó en la taquilla su involuta bata blanca. Se lavó manos y cara, atusándose su barba perfectamente recortada, poniéndose a continuación su elegante abrigo y su pañuelo de seda al cuello. Sacó su bastón, con la cabeza de blanco marfil, y salió a la calle. El aire fresco de la noche le acarició con suavidad y sintió una agradable sensación que amortiguó su pena, la muerte de Manuel le había afectado, se lo estaba pasando tan bien...es la ventaja de ser un ángel caído, que podía torturar a esos infelices moribundos incluso antes de llegar al infierno. Suspiró, menos mal que en el hospital nunca le faltarían candidatos, a la mañana siguiente escogería uno. Sus pasos se perdieron por la noche, como se pierden las pesadillas cada mañana...¿o no?.

Siiiiii sos muy macabro jjajajjaja a mi también me encanto,genial tu relato como siempre,un gusto leerte,gracias por compartir y te dejo dos besos por los dos que me dejaste en mi poema jjajjaja besitos.
 
¿No seras el escritor de The Zombies", verdad?
Coincido con las compañeras...
¡Macabras y bellas letras!
Un fuerte abrazo
 
Poeta Javier, quisiera decir que me impresionas o que no hubiese esperado esto de ti, pero he leído anteriormente una obra tuya de calidad indiscutible, así que solo me queda odiarte un poco jeje(es broma), por tener pesadilla mucho más macabras que las mías, un saludo desde el más acá.
 

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