Carmen Cano
Miembro Conocido
Recuerdo perfectamente el día de mi muerte, era una tarde cualquiera de un mes perdido en el calendario, posiblemente es que los días más comunes son los que desencadenan en los acontecimientos más extraordinarios, esos que cambian nuestra vida para siempre.
Ese día no hubo nada extraordinario, las mismas miradas vacías de siempre, los mismos coches taponando las arterias que dan vida a la ciudad creando el caos de todos los días en hora punta, los mismos parques vacíos... la misma vida.
El reloj que marcaba la hora se detuvo, retorciendo el segundero en una psicodélica espiral de sucesiones de momentos suspendidos en el éter inánime del tiempo.
Un grito, un lamento, un suspiro, un silencio... y morí, convirtiéndome en una sombra más de las que pueblan las ciudades, los pueblos, los caminos de la vida, una sombra de las que pueblan el mundo.
Las mismas caras, los mismos gestos, los mismo ojos que ya no ven, eso es lo que pasa cuando dejas de vivir para tan solo sobrevivir entre las sombras de eso que alguien llamó normalidad.
Recuerdo aún con más alegría el día que volví a la vida, ese día no fue una madre entre dolores la que me trajo al mundo, no, ese día no era día de fiesta, ni se reunieron los familiares a festejar el momento, ese día tan solo estabas tú, tan solo estaba tu palabra y tu pluma para devolverle el color a mis días, tan solo estaba el calor de tu mirada y el silencio roto por un pequeño latido que anunciaba una nueva vida.
"Bendita suerte la mía" hubiese gritado al viento de creer en la suerte, pero nunca he sido de las que dejan las cosas al azar, así que prefiero gritar tu nombre, encadenarlo a mi tiempo y sonreír, porque ahora sé que es posible vivir después de morir.
Ese día no hubo nada extraordinario, las mismas miradas vacías de siempre, los mismos coches taponando las arterias que dan vida a la ciudad creando el caos de todos los días en hora punta, los mismos parques vacíos... la misma vida.
El reloj que marcaba la hora se detuvo, retorciendo el segundero en una psicodélica espiral de sucesiones de momentos suspendidos en el éter inánime del tiempo.
Un grito, un lamento, un suspiro, un silencio... y morí, convirtiéndome en una sombra más de las que pueblan las ciudades, los pueblos, los caminos de la vida, una sombra de las que pueblan el mundo.
Las mismas caras, los mismos gestos, los mismo ojos que ya no ven, eso es lo que pasa cuando dejas de vivir para tan solo sobrevivir entre las sombras de eso que alguien llamó normalidad.
Recuerdo aún con más alegría el día que volví a la vida, ese día no fue una madre entre dolores la que me trajo al mundo, no, ese día no era día de fiesta, ni se reunieron los familiares a festejar el momento, ese día tan solo estabas tú, tan solo estaba tu palabra y tu pluma para devolverle el color a mis días, tan solo estaba el calor de tu mirada y el silencio roto por un pequeño latido que anunciaba una nueva vida.
"Bendita suerte la mía" hubiese gritado al viento de creer en la suerte, pero nunca he sido de las que dejan las cosas al azar, así que prefiero gritar tu nombre, encadenarlo a mi tiempo y sonreír, porque ahora sé que es posible vivir después de morir.
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