JAVIER TOMAS
Sub Administrador
ESTA HISTORIA CONTIENE SEXO EXPLICITO. SOLO PARA ADULTOS
EL HOTEL
Iba de camino al hotel, y ya estaba excitado. No lo podía evitar, y de hecho, era visible. Esa mujer me volvía loco, me hacía perder el sentido del tiempo...y la prudencia. Sabía el riesgo que me suponía esta relación, pero quizás por eso la deseaba más.
Entré al hotel y me fui directamente a la escalera, la cual, se me hacía demasiado larga, empujándome a subir los escalones de dos en dos. Al coger el segundo tramo puede ver como el recepcionista me miraba con una sonrisa irónica en su cara, era claro que notaba mi urgencia, igual que las veces anteriores.
Llegué a la puerta, la 69, la idea fue de ella, le hizo gracia que nuestro nido de amor fuera tan...erótico. Noté que la puerta estaba solo entornada y empujé con sigilo. Ahí estaba, en la penumbra de la habitación se vislumbraba su figura, envuelta en el humo de su cigarro. Cerré la puerta y se levantó, en su torneado cuerpo solo llevaba un juego de lencería rosa pálido con encajes que destacaba su brillante moreno. Me acerqué despacio, recreándome en su, cada vez más clara, figura. Sus pechos brotaban como dos granadas maduras a punto de reventar, suspendidos por sus rizos morenos, que como cascada, los enmarcaban. Sus ojos negros y brillantes despedían fuego a pesar de la oscuridad. Con un guiño me invitó a acercarme. Despacio, muy despacio, me empezó a desabrochar la camisa, mientras acariciaba mi piel con sus labios, suavemente, como susurros. Los pelos de la nuca se me erizaron; sin querer solté un jadeo, ella respondió con una ligera risa que ahogó para darme un ligero mordisco en mi estómago. Al jadeo siguió una pequeña protesta que la hizo reír más. Le agarré la melena con fuerza, intentó zafarse, pero la levanté y la besé, casi hasta ahogarla, era tal el deseo que mi desenfrenó pudo a mi razón. Me dio un fuerte empujón que me hizo trastabillar para atrás, y sentarme en la mesa del pequeño salón. Con la centelleante mirada de la lujuria me desabrocho el cinturón y el botón del pantalón, que cayó dejando a la vista un slip incapaz de sujetar mi erección. La levanté, y volteando la tumbé sobre la mesa, mientras mi boca recorría su cuerpo, intentando absorber su esencia, y mis dedos se deshacían de la poca ropa que la cubría. Sus flujos saturaban mi paladar,mientras que sus gritos de placer cubrían hasta el último rincón de la habitación, haciendo temblar las delicadas cortinas que cubrían sus ventanas. Cuando la penetré, los adornos de la mesa saltaron como si tuvieran resortes, impulsadas por el fuerte movimiento de esta. El sudor empezaba a cubrir mi frente, ayudado por el violento movimiento y el intenso calor que desprendía mi interior. Ella se retorcía, arqueando la espalda en una curva imposible. Nuestra mirada, como un imán, se cruzaban y nos impulsaba a acelerar nuestros movimientos a un ritmo endiablado. Mis músculos se tensaban como cuerdas de arco ante la sensación de llegar al paraíso, ella me acompañaba en el tiempo, siempre estábamos sincronizados. Como un tren llegando a su destino, nuestros movimientos fueron relajándose hasta que mi cuerpo se desplomó sobre el suyo. Apretaba mi cabeza sobre su pecho, donde oía un corazón desbocado, y el flujo de la respiración aún intensa. Solo habíamos empezado, aún nos quedaban varias horas de intenso sexo. Mientras recuperaba el resueño una pregunta saltó a mi mente: ¿Como no iba a seguir con esta mujer?, a pesar del peligro, de tenernos que esconder para nuestros encuentros, de llamadas disimuladas y citas fustradas. Levanté mi cabeza y la miré, intentando afianzar mi convicción. Enseguida comprendí que por su cabeza pasaban las mismas preguntas, ambos sonreímos, y noté que nuestro tren volvía a arrancar, silbando y con sus motores gruñendo a plena potencia. ¿Como iba yo a dejar a esta mujer?.
EL HOTEL
Iba de camino al hotel, y ya estaba excitado. No lo podía evitar, y de hecho, era visible. Esa mujer me volvía loco, me hacía perder el sentido del tiempo...y la prudencia. Sabía el riesgo que me suponía esta relación, pero quizás por eso la deseaba más.
Entré al hotel y me fui directamente a la escalera, la cual, se me hacía demasiado larga, empujándome a subir los escalones de dos en dos. Al coger el segundo tramo puede ver como el recepcionista me miraba con una sonrisa irónica en su cara, era claro que notaba mi urgencia, igual que las veces anteriores.
Llegué a la puerta, la 69, la idea fue de ella, le hizo gracia que nuestro nido de amor fuera tan...erótico. Noté que la puerta estaba solo entornada y empujé con sigilo. Ahí estaba, en la penumbra de la habitación se vislumbraba su figura, envuelta en el humo de su cigarro. Cerré la puerta y se levantó, en su torneado cuerpo solo llevaba un juego de lencería rosa pálido con encajes que destacaba su brillante moreno. Me acerqué despacio, recreándome en su, cada vez más clara, figura. Sus pechos brotaban como dos granadas maduras a punto de reventar, suspendidos por sus rizos morenos, que como cascada, los enmarcaban. Sus ojos negros y brillantes despedían fuego a pesar de la oscuridad. Con un guiño me invitó a acercarme. Despacio, muy despacio, me empezó a desabrochar la camisa, mientras acariciaba mi piel con sus labios, suavemente, como susurros. Los pelos de la nuca se me erizaron; sin querer solté un jadeo, ella respondió con una ligera risa que ahogó para darme un ligero mordisco en mi estómago. Al jadeo siguió una pequeña protesta que la hizo reír más. Le agarré la melena con fuerza, intentó zafarse, pero la levanté y la besé, casi hasta ahogarla, era tal el deseo que mi desenfrenó pudo a mi razón. Me dio un fuerte empujón que me hizo trastabillar para atrás, y sentarme en la mesa del pequeño salón. Con la centelleante mirada de la lujuria me desabrocho el cinturón y el botón del pantalón, que cayó dejando a la vista un slip incapaz de sujetar mi erección. La levanté, y volteando la tumbé sobre la mesa, mientras mi boca recorría su cuerpo, intentando absorber su esencia, y mis dedos se deshacían de la poca ropa que la cubría. Sus flujos saturaban mi paladar,mientras que sus gritos de placer cubrían hasta el último rincón de la habitación, haciendo temblar las delicadas cortinas que cubrían sus ventanas. Cuando la penetré, los adornos de la mesa saltaron como si tuvieran resortes, impulsadas por el fuerte movimiento de esta. El sudor empezaba a cubrir mi frente, ayudado por el violento movimiento y el intenso calor que desprendía mi interior. Ella se retorcía, arqueando la espalda en una curva imposible. Nuestra mirada, como un imán, se cruzaban y nos impulsaba a acelerar nuestros movimientos a un ritmo endiablado. Mis músculos se tensaban como cuerdas de arco ante la sensación de llegar al paraíso, ella me acompañaba en el tiempo, siempre estábamos sincronizados. Como un tren llegando a su destino, nuestros movimientos fueron relajándose hasta que mi cuerpo se desplomó sobre el suyo. Apretaba mi cabeza sobre su pecho, donde oía un corazón desbocado, y el flujo de la respiración aún intensa. Solo habíamos empezado, aún nos quedaban varias horas de intenso sexo. Mientras recuperaba el resueño una pregunta saltó a mi mente: ¿Como no iba a seguir con esta mujer?, a pesar del peligro, de tenernos que esconder para nuestros encuentros, de llamadas disimuladas y citas fustradas. Levanté mi cabeza y la miré, intentando afianzar mi convicción. Enseguida comprendí que por su cabeza pasaban las mismas preguntas, ambos sonreímos, y noté que nuestro tren volvía a arrancar, silbando y con sus motores gruñendo a plena potencia. ¿Como iba yo a dejar a esta mujer?.