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El optimista con mala suerte

Era uno de esos días en que al sol parece que le faltan fuerzas para salir. Sin estar oscuro, hay una cierta neblina que llena la mañana de tonos grises y los ojos nunca consiguen enfocar bien por que deslumbra la vista. José, cabizbajo salía de la clínica. Las sospechas del médico se confirmaban, tenía una cirrosis. Nunca había bebido alcohol, a la segunda cerveza se le revolvía el estómago, y su alimentación se basaba más en verduras, legumbres y frutas que en carnes, incluso estaba unos kilos por debajo de su peso; por eso no entendía su dolencia. Algún conocido le había hablado de las terribles consecuencias de la enfermedad, pero seguro que en su caso sería leve, estaba convencido de ello. Miró con fastidio al cielo mientras entornaba los ojos, deseaba ver el sol radiante en un cielo azul y despejado, lo necesitaba para su moral. Él siempre pensó que moriría como su madre, hacía apenas seis meses, de un cáncer, no sabía por qué, pero tenía ese palpito. Sufrió mucho con la muerte de su madre, fueron unos meses muy duros, y la soledad le castigó. Hacía unos meses que su mujer le había abandonado, decía estar harta de su inutilidad, y todo por que llevaba un par de años en el paro. Había recorrido todas las empresas de su sector con resultados negativos. Sabía que tarde o temprano le llamarían, pues tenía muy buenas sensaciones de algunos jefes de personal, notó una afinidad que le gustaba. Estaba deseando que ocurriera, para que volviera Nuria a casa. Él la seguía queriendo, daba igual que le considerara un fracasado, y no tenía la menor duda que ella también lo amaba. Lo primero era superar ese pequeño obstáculo del hígado, los médicos habían puesto una cara de honda preocupación y le hablaban entre susurros y palabras reflexivas, pero estaba acostumbrado, a su madre le dieron cinco meses de vida a lo sumo y duró el doble.
Iba meditando en sus pensamientos cuando un fuerte dolor le afectó al brazo izquierdo, subiéndole hasta el pecho. Por un momento no le salía el grito que se le atascó en la garganta, y cuando lo hizo se desplomó sobre el asfalto. La gente se arremolinó a su alrededor entre voces y llamadas de teléfono. Una sirena se oyó a lo lejos, y se fue acercando entre luces y estruendo. Se abrió un hueco entre la gente y aparecieron unos sanitarios con sus uniformes amarillos y unos maletines. José notó como le rasgaban la camisa. Hacia unos minutos que solo sentía un frio como el hielo en todo el cuerpo y un mareo que le hacía perder la conciencia por momentos. En unos segundos de lucidez reconoció al médico del Samur “me van a salvar”resonó en su cabeza. El sanitario le aplicó al cuerpo las dos paletas del desfibrilador y cuando apretó los conectores nada pasó. “Probemos otra vez” dijo, pero el condenado aparato no funcionó. Pasaron al masaje manual y la respiración forzada, pero no parecía que mejorara, poco a poco lo iban perdiendo. El cielo se despejó y el sol empezó a brillar con fuerza después de una semana de neblinas, “por fin mejora el tiempo” balbuceo José con cierta alegría. El aire le entraba despacio, le entraba entre cortos estertores que se hacían más largos en cada respiración. Con su última pizca de conciencia miró a la nada y pensó “al menos iré al cielo” y su corazón paró sin remedio.
 

SANDRA BLANCO

Administradora - JURADO
Era uno de esos días en que al sol parece que le faltan fuerzas para salir. Sin estar oscuro, hay una cierta neblina que llena la mañana de tonos grises y los ojos nunca consiguen enfocar bien por que deslumbra la vista. José, cabizbajo salía de la clínica. Las sospechas del médico se confirmaban, tenía una cirrosis. Nunca había bebido alcohol, a la segunda cerveza se le revolvía el estómago, y su alimentación se basaba más en verduras, legumbres y frutas que en carnes, incluso estaba unos kilos por debajo de su peso; por eso no entendía su dolencia. Algún conocido le había hablado de las terribles consecuencias de la enfermedad, pero seguro que en su caso sería leve, estaba convencido de ello. Miró con fastidio al cielo mientras entornaba los ojos, deseaba ver el sol radiante en un cielo azul y despejado, lo necesitaba para su moral. Él siempre pensó que moriría como su madre, hacía apenas seis meses, de un cáncer, no sabía por qué, pero tenía ese palpito. Sufrió mucho con la muerte de su madre, fueron unos meses muy duros, y la soledad le castigó. Hacía unos meses que su mujer le había abandonado, decía estar harta de su inutilidad, y todo por que llevaba un par de años en el paro. Había recorrido todas las empresas de su sector con resultados negativos. Sabía que tarde o temprano le llamarían, pues tenía muy buenas sensaciones de algunos jefes de personal, notó una afinidad que le gustaba. Estaba deseando que ocurriera, para que volviera Nuria a casa. Él la seguía queriendo, daba igual que le considerara un fracasado, y no tenía la menor duda que ella también lo amaba. Lo primero era superar ese pequeño obstáculo del hígado, los médicos habían puesto una cara de honda preocupación y le hablaban entre susurros y palabras reflexivas, pero estaba acostumbrado, a su madre le dieron cinco meses de vida a lo sumo y duró el doble.
Iba meditando en sus pensamientos cuando un fuerte dolor le afectó al brazo izquierdo, subiéndole hasta el pecho. Por un momento no le salía el grito que se le atascó en la garganta, y cuando lo hizo se desplomó sobre el asfalto. La gente se arremolinó a su alrededor entre voces y llamadas de teléfono. Una sirena se oyó a lo lejos, y se fue acercando entre luces y estruendo. Se abrió un hueco entre la gente y aparecieron unos sanitarios con sus uniformes amarillos y unos maletines. José notó como le rasgaban la camisa. Hacia unos minutos que solo sentía un frio como el hielo en todo el cuerpo y un mareo que le hacía perder la conciencia por momentos. En unos segundos de lucidez reconoció al médico del Samur “me van a salvar”resonó en su cabeza. El sanitario le aplicó al cuerpo las dos paletas del desfibrilador y cuando apretó los conectores nada pasó. “Probemos otra vez” dijo, pero el condenado aparato no funcionó. Pasaron al masaje manual y la respiración forzada, pero no parecía que mejorara, poco a poco lo iban perdiendo. El cielo se despejó y el sol empezó a brillar con fuerza después de una semana de neblinas, “por fin mejora el tiempo” balbuceo José con cierta alegría. El aire le entraba despacio, le entraba entre cortos estertores que se hacían más largos en cada respiración. Con su última pizca de conciencia miró a la nada y pensó “al menos iré al cielo” y su corazón paró sin remedio.


Una historia muy triste,es que la muerte llega sin aviso y cuando menos la esperamos,muy bien llevado el relato Javi,excelentes tus letras,un gusto leerte,gracias por compartir,un beso grande.
 
Era uno de esos días en que al sol parece que le faltan fuerzas para salir. Sin estar oscuro, hay una cierta neblina que llena la mañana de tonos grises y los ojos nunca consiguen enfocar bien por que deslumbra la vista. José, cabizbajo salía de la clínica. Las sospechas del médico se confirmaban, tenía una cirrosis. Nunca había bebido alcohol, a la segunda cerveza se le revolvía el estómago, y su alimentación se basaba más en verduras, legumbres y frutas que en carnes, incluso estaba unos kilos por debajo de su peso; por eso no entendía su dolencia. Algún conocido le había hablado de las terribles consecuencias de la enfermedad, pero seguro que en su caso sería leve, estaba convencido de ello. Miró con fastidio al cielo mientras entornaba los ojos, deseaba ver el sol radiante en un cielo azul y despejado, lo necesitaba para su moral. Él siempre pensó que moriría como su madre, hacía apenas seis meses, de un cáncer, no sabía por qué, pero tenía ese palpito. Sufrió mucho con la muerte de su madre, fueron unos meses muy duros, y la soledad le castigó. Hacía unos meses que su mujer le había abandonado, decía estar harta de su inutilidad, y todo por que llevaba un par de años en el paro. Había recorrido todas las empresas de su sector con resultados negativos. Sabía que tarde o temprano le llamarían, pues tenía muy buenas sensaciones de algunos jefes de personal, notó una afinidad que le gustaba. Estaba deseando que ocurriera, para que volviera Nuria a casa. Él la seguía queriendo, daba igual que le considerara un fracasado, y no tenía la menor duda que ella también lo amaba. Lo primero era superar ese pequeño obstáculo del hígado, los médicos habían puesto una cara de honda preocupación y le hablaban entre susurros y palabras reflexivas, pero estaba acostumbrado, a su madre le dieron cinco meses de vida a lo sumo y duró el doble.
Iba meditando en sus pensamientos cuando un fuerte dolor le afectó al brazo izquierdo, subiéndole hasta el pecho. Por un momento no le salía el grito que se le atascó en la garganta, y cuando lo hizo se desplomó sobre el asfalto. La gente se arremolinó a su alrededor entre voces y llamadas de teléfono. Una sirena se oyó a lo lejos, y se fue acercando entre luces y estruendo. Se abrió un hueco entre la gente y aparecieron unos sanitarios con sus uniformes amarillos y unos maletines. José notó como le rasgaban la camisa. Hacia unos minutos que solo sentía un frio como el hielo en todo el cuerpo y un mareo que le hacía perder la conciencia por momentos. En unos segundos de lucidez reconoció al médico del Samur “me van a salvar”resonó en su cabeza. El sanitario le aplicó al cuerpo las dos paletas del desfibrilador y cuando apretó los conectores nada pasó. “Probemos otra vez” dijo, pero el condenado aparato no funcionó. Pasaron al masaje manual y la respiración forzada, pero no parecía que mejorara, poco a poco lo iban perdiendo. El cielo se despejó y el sol empezó a brillar con fuerza después de una semana de neblinas, “por fin mejora el tiempo” balbuceo José con cierta alegría. El aire le entraba despacio, le entraba entre cortos estertores que se hacían más largos en cada respiración. Con su última pizca de conciencia miró a la nada y pensó “al menos iré al cielo” y su corazón paró sin remedio.
JAVIER

¡Qué fatal!

Un fortísimo abrazo,

Guillermo.
 

Luis Gerardo

Miembro Conocido
Estimado Javier Tomas, excelso trabajo narrativo,
la vida tiene sus incongruencias, suele darle
menos a quién más lo merece y viceversa,
le envío saludos.
 

amada

Moderadora del Foro Compartiendo Tristezas
Morir así, sin mas¡¡¡...muchos anhelamos esa muerte....esa que no se espera. Muy bien llevado tu relato, adiviné el final...pero bueno....es la vida....lo único que tenemos seguro...morir. Saludos mi querido poeta...un abrazo.
 

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