Jurcan Uriarte Pontleca
Miembro Conocido
EL POETA... NO HA MUERTO
No escribe ya más poemas.
Aquél, que en cada palabra
y todo lo que veía,
le daba enfoque a su alma,
convirtiéndolo en poesía.
Pero… ¿Qué habrá sucedido?
¿Sus musas lo abandonaron,
y muy solo lo dejaron
a expensas del olvido?.
Algún pesar lo hizo preso.
Desde entonces lo olvidaron
y por culpa de esa ausencia
no escribe ya un solo verso.
Quizás, nadie entendería
que un sinamor borraría
algún sentimiento intenso.
Que del pasado y presente
se traduciría en poesía.
Pero el poeta... no ha muerto.
Ni una letra ha plasmado.
Simplemente, ha callado.
De su pluma se ha alejado
refugiándose al olvido.
Su palabra enmudeció.
Pluma y papel, arrumbados.
Se ignora lo acontecido,
ya las aves a su paso
hasta su trino han perdido.
Qué razón sería causante
del silencio exuberante
que al poeta invadió.
Tal vez un amor lejano,
o algún presagio profano
de su ser se apoderó.
Algún hechizo maligno
atrofió tiempo y palabra
y por eso enmudeció.
Pero… el poeta, no ha muerto,
tal vez ha buscado paz.
Aunque su ánimo esté yerto,
no puede callar… ¡jamás!
Faltará la musa aquella:
La de chispeante sonrisa,
sutil como leve brisa y
maravillosamente bella.
La que al bardo inspiraba,
y le seguía donde fuera.
Con invocar su presencia
se transportaba al Eterno,
logrando, que el frio invierno
se tornara primavera.
Pero... no ha muerto el poeta.
Simplemente… ya no escribe.
De sus letras nos inhibe.
Ya no tiene inspiración.
Posiblemente una pena
le marchitó el alma plena,
y también… el corazón.
No escribe ya más poemas.
Aquél, que en cada palabra
y todo lo que veía,
le daba enfoque a su alma,
convirtiéndolo en poesía.
Pero… ¿Qué habrá sucedido?
¿Sus musas lo abandonaron,
y muy solo lo dejaron
a expensas del olvido?.
Algún pesar lo hizo preso.
Desde entonces lo olvidaron
y por culpa de esa ausencia
no escribe ya un solo verso.
Quizás, nadie entendería
que un sinamor borraría
algún sentimiento intenso.
Que del pasado y presente
se traduciría en poesía.
Pero el poeta... no ha muerto.
Ni una letra ha plasmado.
Simplemente, ha callado.
De su pluma se ha alejado
refugiándose al olvido.
Su palabra enmudeció.
Pluma y papel, arrumbados.
Se ignora lo acontecido,
ya las aves a su paso
hasta su trino han perdido.
Qué razón sería causante
del silencio exuberante
que al poeta invadió.
Tal vez un amor lejano,
o algún presagio profano
de su ser se apoderó.
Algún hechizo maligno
atrofió tiempo y palabra
y por eso enmudeció.
Pero… el poeta, no ha muerto,
tal vez ha buscado paz.
Aunque su ánimo esté yerto,
no puede callar… ¡jamás!
Faltará la musa aquella:
La de chispeante sonrisa,
sutil como leve brisa y
maravillosamente bella.
La que al bardo inspiraba,
y le seguía donde fuera.
Con invocar su presencia
se transportaba al Eterno,
logrando, que el frio invierno
se tornara primavera.
Pero... no ha muerto el poeta.
Simplemente… ya no escribe.
De sus letras nos inhibe.
Ya no tiene inspiración.
Posiblemente una pena
le marchitó el alma plena,
y también… el corazón.
Última edición: