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El samurái y las tres virtudes

Yan

Miembro Conocido
El samurái y las tres virtudes

Una tarde Osahi caminaba por una ruta solitaria. El viento llegaba del norte refrescando su rostro endurecido por el sol; sus pasos cortaban el silencio como la katana que llevaba a su espalda. A orillas del camino nacían grandes árboles del destino perfumando la atmósfera y los cabellos largos y negros de Osahi. A poca distancia encontró un manantial de agua fresca y cristalina, rodeado de bambúes y flores silvestres y cuando se disponía a lavar su rostro, apareció una luz densa al otro extremo del manantial. Osahi se inmutó al ver aquel despliegue luminoso que encegueció sus ojos; la luz lentamente fue tornándose en una bella forma femenina. Osahi tomó su espada de samurái y se dispuso a marchar impulsado por el temor, pero una voz fina, quieta y dulce lo invitó a detenerse. Osahi giró hacia la luz que ahora era una silueta de esbelta figura; dos esmeraldas componían sus ojos; de rubí, sus labios y de diamante, sus manos; sus largos cabellos caían a sus pies de porcelana antigua; su dentadura de oro derramaba brillo sobre las aguas dormidas del manantial. Osahi bebió un poco de ellas para tranquilizar los temblores que sacudían su cuerpo; al calmarse detalló con precisión la diosa que estaba frente a él, con una corona de loto que no tocaba su cabeza, se suspendía en el aire y de la cual se desprendían pequeñas mariposas plateadas. De sus hombros colgaban dos serpientes con ojos de cristal y piel de begonia. De repente el cielo fue asaltado por Raijin, dios de los truenos y rayos, desatando una fuerte tormenta que acabó con la serenidad del manantial. Osahi, atemorizado y sin entender lo que sucedía, se guarneció entre unos juncos que amenazaban caerse por la ventisca. Del manantial emergió de manera sorpresiva la diosa Amanozako, de terrible temperamento, pero de una impresionante belleza. Tenía largos brazos tatuados con los siete pecados capitales: la soberbia, la envidia, la gula, la ira, la avaricia, la pereza y la lujuria; de sus redondos pechos desnudos brotaban la escasez y el hambre y de su vientre pendían los estandartes de la guerra que separaba con sangre los cielos de la tierra. Nadie era capaz de contrariarla. Sus brazos la hacían dueña de la maldad y la arrogancia. Amanozako era la destructora de las tres virtudes que devoraba con insaciable apetito: la verdad, que hace a los hombres libres; la honestidad, que habita en el espíritu que el hombre libre procura y el amor, que alimenta al hombre en su búsqueda de la libertad. Luego de una batalla entre Raijin y Amanozako, el orden fue retornando y lentamente el sol salió con cautela. Osahi con resquemor miraba a su alrededor; Amanozako permanecía inmóvil y Azumi, la diosa de la dentadura de oro y custodia de las almas, observaba con sus ojos de esmeralda a Osahi. La quietud volvió bajo un silencio tétrico. Las serpientes que colgaban de los hombros de Azumi comenzaron a descender serpenteando sus lenguas. Amanozako extendió los estandartes de su vientre rodeando el manantial para evitar que las serpientes se acercaran transformadas en dos enormes Daiitokus, dioses de la victoria, que defenderían las tres virtudes que Amanozako pretendía destruir. Osahi tomó su katana y su wakizashi, y con valentía se dispuso a enfrentar a Amanozako. Azumi envolvió en sus manos de diamante una esfera de luz lanzándola sobre el alma de Osahi para protegerlo de la furia que expulsaría de sus fauces Amanozako. Cada Daiitoku, con seis brazos y seis piernas, se apostaron a un lado de Osahi para formar un escudo que detendría la crueldad de Amanozako. Solo el coraje y el espíritu guerrero del samurái podían evitar que el mundo quedara sin las tres virtudes. Con una bocanada de luz que Azumi despidió de su boca la espada de Osahi refulgió como un espejo. De la cabeza de Amanozako salían gruesos hilos de odio, muerte e ingratitud; Osahi con su espada y las manos de los Daiitokus cortaron los hilos; Amanozako bramaba de rabia; Azumi intensificaba su luz: la tierra se estremecía y una manada de ciervos acudió para ayudar a Osahi en su lucha por salvar las tres virtudes destinadas a morir por la maldad de Amanozako. Azumi animaba a los ciervos colocándoles cintas de luz en sus cuernos. Osahi, descendiente de los siete samuráis, se despojó de su hakama, indumentaria tradicional de su estirpe, ciñó sus armas y montó sobre un ciervo para adentrarse con valor al manantial y acabar con Amanozako. El enfrentamiento se inició cuando Amanozako, en un destello de frenesí, rozó el rostro de Osahi con sus garras puntiagudas; Osahi cayó con una herida en la mejilla. Pronto se incorporó a la lucha blandiendo su espada que se reflejaba en el agua y cercenó los senos de Amanozako. Los Daiitokus, aprovechando la debilidad de la diosa, se abalanzaron sobre su cabeza, pero con sus garras mortales Amanozako los aniquiló. Azumi en su desesperación decidió desafiar a la malévola diosa sumergiéndose en el manantial con su ejército de luces. Osahi clavó la espada en los pechos de Amanozako y Azumi con un aguijón de coraje la decapitó. La tarde se apremió a desaparecer con triunfante alegría. El manantial lucía encantador y hermoso como la tumba de la villana Amanozako. Un viento cálido anunció la llegada del dios Emiru quien sanaba a los heridos en combate y a muchos los zafaba de los brazos de la muerte de manera misteriosa. Curó la mejilla de Osahi y le dio vida a los Daiitokus; luego partió feliz. Azumi sonrió al sentir de nuevo en sus hombros las dos serpientes de ojos de cristal y piel de begonia. Osahi vistió con honor su hakama, se terció la katana, guardó su wakizashi y continuó su camino por la senda perfumada de árboles del destino, con la certeza de que el mundo seguiría envuelto en el manto de la libertad, la honestidad y el amor. Azumi se fue desvaneciendo en la medida que Osahi se alejaba; envió una mariposa de luz que acompañaría a Osahi por la senda de la libertad, por la senda del samurái.
 

SANDRA BLANCO

Administradora - JURADO
El samurái y las tres virtudes

Una tarde Osahi caminaba por una ruta solitaria. El viento llegaba del norte refrescando su rostro endurecido por el sol; sus pasos cortaban el silencio como la katana que llevaba a su espalda. A orillas del camino nacían grandes árboles del destino perfumando la atmósfera y los cabellos largos y negros de Osahi. A poca distancia encontró un manantial de agua fresca y cristalina, rodeado de bambúes y flores silvestres y cuando se disponía a lavar su rostro, apareció una luz densa al otro extremo del manantial. Osahi se inmutó al ver aquel despliegue luminoso que encegueció sus ojos; la luz lentamente fue tornándose en una bella forma femenina. Osahi tomó su espada de samurái y se dispuso a marchar impulsado por el temor, pero una voz fina, quieta y dulce lo invitó a detenerse. Osahi giró hacia la luz que ahora era una silueta de esbelta figura; dos esmeraldas componían sus ojos; de rubí, sus labios y de diamante, sus manos; sus largos cabellos caían a sus pies de porcelana antigua; su dentadura de oro derramaba brillo sobre las aguas dormidas del manantial. Osahi bebió un poco de ellas para tranquilizar los temblores que sacudían su cuerpo; al calmarse detalló con precisión la diosa que estaba frente a él, con una corona de loto que no tocaba su cabeza, se suspendía en el aire y de la cual se desprendían pequeñas mariposas plateadas. De sus hombros colgaban dos serpientes con ojos de cristal y piel de begonia. De repente el cielo fue asaltado por Raijin, dios de los truenos y rayos, desatando una fuerte tormenta que acabó con la serenidad del manantial. Osahi, atemorizado y sin entender lo que sucedía, se guarneció entre unos juncos que amenazaban caerse por la ventisca. Del manantial emergió de manera sorpresiva la diosa Amanozako, de terrible temperamento, pero de una impresionante belleza. Tenía largos brazos tatuados con los siete pecados capitales: la soberbia, la envidia, la gula, la ira, la avaricia, la pereza y la lujuria; de sus redondos pechos desnudos brotaban la escasez y el hambre y de su vientre pendían los estandartes de la guerra que separaba con sangre los cielos de la tierra. Nadie era capaz de contrariarla. Sus brazos la hacían dueña de la maldad y la arrogancia. Amanozako era la destructora de las tres virtudes que devoraba con insaciable apetito: la verdad, que hace a los hombres libres; la honestidad, que habita en el espíritu que el hombre libre procura y el amor, que alimenta al hombre en su búsqueda de la libertad. Luego de una batalla entre Raijin y Amanozako, el orden fue retornando y lentamente el sol salió con cautela. Osahi con resquemor miraba a su alrededor; Amanozako permanecía inmóvil y Azumi, la diosa de la dentadura de oro y custodia de las almas, observaba con sus ojos de esmeralda a Osahi. La quietud volvió bajo un silencio tétrico. Las serpientes que colgaban de los hombros de Azumi comenzaron a descender serpenteando sus lenguas. Amanozako extendió los estandartes de su vientre rodeando el manantial para evitar que las serpientes se acercaran transformadas en dos enormes Daiitokus, dioses de la victoria, que defenderían las tres virtudes que Amanozako pretendía destruir. Osahi tomó su katana y su wakizashi, y con valentía se dispuso a enfrentar a Amanozako. Azumi envolvió en sus manos de diamante una esfera de luz lanzándola sobre el alma de Osahi para protegerlo de la furia que expulsaría de sus fauces Amanozako. Cada Daiitoku, con seis brazos y seis piernas, se apostaron a un lado de Osahi para formar un escudo que detendría la crueldad de Amanozako. Solo el coraje y el espíritu guerrero del samurái podían evitar que el mundo quedara sin las tres virtudes. Con una bocanada de luz que Azumi despidió de su boca la espada de Osahi refulgió como un espejo. De la cabeza de Amanozako salían gruesos hilos de odio, muerte e ingratitud; Osahi con su espada y las manos de los Daiitokus cortaron los hilos; Amanozako bramaba de rabia; Azumi intensificaba su luz: la tierra se estremecía y una manada de ciervos acudió para ayudar a Osahi en su lucha por salvar las tres virtudes destinadas a morir por la maldad de Amanozako. Azumi animaba a los ciervos colocándoles cintas de luz en sus cuernos. Osahi, descendiente de los siete samuráis, se despojó de su hakama, indumentaria tradicional de su estirpe, ciñó sus armas y montó sobre un ciervo para adentrarse con valor al manantial y acabar con Amanozako. El enfrentamiento se inició cuando Amanozako, en un destello de frenesí, rozó el rostro de Osahi con sus garras puntiagudas; Osahi cayó con una herida en la mejilla. Pronto se incorporó a la lucha blandiendo su espada que se reflejaba en el agua y cercenó los senos de Amanozako. Los Daiitokus, aprovechando la debilidad de la diosa, se abalanzaron sobre su cabeza, pero con sus garras mortales Amanozako los aniquiló. Azumi en su desesperación decidió desafiar a la malévola diosa sumergiéndose en el manantial con su ejército de luces. Osahi clavó la espada en los pechos de Amanozako y Azumi con un aguijón de coraje la decapitó. La tarde se apremió a desaparecer con triunfante alegría. El manantial lucía encantador y hermoso como la tumba de la villana Amanozako. Un viento cálido anunció la llegada del dios Emiru quien sanaba a los heridos en combate y a muchos los zafaba de los brazos de la muerte de manera misteriosa. Curó la mejilla de Osahi y le dio vida a los Daiitokus; luego partió feliz. Azumi sonrió al sentir de nuevo en sus hombros las dos serpientes de ojos de cristal y piel de begonia. Osahi vistió con honor su hakama, se terció la katana, guardó su wakizashi y continuó su camino por la senda perfumada de árboles del destino, con la certeza de que el mundo seguiría envuelto en el manto de la libertad, la honestidad y el amor. Azumi se fue desvaneciendo en la medida que Osahi se alejaba; envió una mariposa de luz que acompañaría a Osahi por la senda de la libertad, por la senda del samurái.


Wowww Yaneth que hermosa historia,es un relato precioso que habla de la valentía del ser para defender su libertad enalteciendo el alma,me encantoooooo gracias querida amiga por compartir tu mágico arte,un beso grande.
 

Yan

Miembro Conocido
Saludos mi querida Sandrita agradecida por el honor. Gracias mi linda. Besos con todo mi cariño.
 

Yan

Miembro Conocido
Saludos mi querido Eduardo, gracias por la bella gentileza. Besos con mucho cariño.
 

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