Sigifredo Silva
Miembro Conocido
Emigrante (relato)
Aquella madrugada estaba cubierta de bruma, la temperatura había descendido de manera significativa a tal punto que aquellos jóvenes, que iban a comenzar su odisea a bordo de una patera en un mar bravío y desconocido, tenían sus cuerpos cubiertos con plásticos y sacos de lona que habían comprado en diferentes sitios; el dinero no les alcanzaba para adquirir algo mejor.
Era una veintena de osados seres humanos de piel poco favorable por una sociedad que discrimina, que por unos buenos euros costo de la embarcación, deberían atravesar el Mediterráneo para llegar, según ellos, a la tierra de la esperanza.
Sin conocimiento alguno de navegación, solo con unas cuantas instrucciones que les había dado el comerciante que les vendió la rústica nave, si así se le puede llamar quien trafica con la ilusión humana, partieron de un lugar cualquiera de las costas africanas.
Entre los intrépidos jóvenes dispuestos a hacer la audaz e incierta travesía se encontraban hombres, mujeres e incluso varios menores de edad, todos ellos de diferentes países africanos que habían iniciado varias semanas atrás su recorrido desde diferentes puntos de Africa: Senegal, Malí, Libia, Sur de Argelia, Túnez, etc., recorriendo desiertos y atravesando montañas en condiciones extremas, dependiendo de traficantes inescrupulosos, antes de llegar al sitio de común encuentro para zarpar rumbo a las costas europeas.
Al cabo de unos cuantos días de navegación en esa embargación, de medianas dimensiones, se comenzaron a sentir los efectos de ese mar impetuoso: fatiga, vómito, alucinación, palidez, sudoración y lo peor, estado de inconciencia por escasez de agua potable y falta de comida; una verdadera tragedia en medio de una inmensa masa de agua salada.
Los más fuertes resistieron esa prueba inclemente, pero los más frágiles fueron quedando en el camino siendo comida apetitosa de los animales carnívoros que pululan en el mar.
Después de tantos sufrimientos, lágrimas, hambre y desesperación, alcanzaron a llegar a la tierra de la esperanza, de la civilización y de la democracia por antonomasia, solo seis valientes emigrantes, entre ellos Abdenajib, un menor de edad, y su madre, como también Adam, que como un enviado, hizo de capitán brindando en todo momento apoyo espiritual al grupo.
-"Quiero estudiar y aprender"- dijo, en su inocencia, Abdenajib a las autoridades, quien fue separado de su madre y enviado a un campo de refugiados para menores.
Después de que se jugaron sus vidas tendrán que esperar la toma de decisiones que a nivel político decida ese país de acogida al que llegaron, incluyendo la detención en un centro de refugiados en condiciones poco recomendables y con la angustias de ser deportados por indocumentados.
Sigifredo Silva
Lausanne, 23.06.2015
Aquella madrugada estaba cubierta de bruma, la temperatura había descendido de manera significativa a tal punto que aquellos jóvenes, que iban a comenzar su odisea a bordo de una patera en un mar bravío y desconocido, tenían sus cuerpos cubiertos con plásticos y sacos de lona que habían comprado en diferentes sitios; el dinero no les alcanzaba para adquirir algo mejor.
Era una veintena de osados seres humanos de piel poco favorable por una sociedad que discrimina, que por unos buenos euros costo de la embarcación, deberían atravesar el Mediterráneo para llegar, según ellos, a la tierra de la esperanza.
Sin conocimiento alguno de navegación, solo con unas cuantas instrucciones que les había dado el comerciante que les vendió la rústica nave, si así se le puede llamar quien trafica con la ilusión humana, partieron de un lugar cualquiera de las costas africanas.
Entre los intrépidos jóvenes dispuestos a hacer la audaz e incierta travesía se encontraban hombres, mujeres e incluso varios menores de edad, todos ellos de diferentes países africanos que habían iniciado varias semanas atrás su recorrido desde diferentes puntos de Africa: Senegal, Malí, Libia, Sur de Argelia, Túnez, etc., recorriendo desiertos y atravesando montañas en condiciones extremas, dependiendo de traficantes inescrupulosos, antes de llegar al sitio de común encuentro para zarpar rumbo a las costas europeas.
Al cabo de unos cuantos días de navegación en esa embargación, de medianas dimensiones, se comenzaron a sentir los efectos de ese mar impetuoso: fatiga, vómito, alucinación, palidez, sudoración y lo peor, estado de inconciencia por escasez de agua potable y falta de comida; una verdadera tragedia en medio de una inmensa masa de agua salada.
Los más fuertes resistieron esa prueba inclemente, pero los más frágiles fueron quedando en el camino siendo comida apetitosa de los animales carnívoros que pululan en el mar.
Después de tantos sufrimientos, lágrimas, hambre y desesperación, alcanzaron a llegar a la tierra de la esperanza, de la civilización y de la democracia por antonomasia, solo seis valientes emigrantes, entre ellos Abdenajib, un menor de edad, y su madre, como también Adam, que como un enviado, hizo de capitán brindando en todo momento apoyo espiritual al grupo.
-"Quiero estudiar y aprender"- dijo, en su inocencia, Abdenajib a las autoridades, quien fue separado de su madre y enviado a un campo de refugiados para menores.
Después de que se jugaron sus vidas tendrán que esperar la toma de decisiones que a nivel político decida ese país de acogida al que llegaron, incluyendo la detención en un centro de refugiados en condiciones poco recomendables y con la angustias de ser deportados por indocumentados.
Sigifredo Silva
Lausanne, 23.06.2015