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Encuentro

Maria Jose

Miembro Conocido
Hacía tiempo que Alberto y Ramón no se encontraban, a pesar de que vivían en la misma ciudad. Eran amigos desde la infancia, vecinos de barrio, habían ido a la misma escuela y también habían sido de la misma quinta en el servicio militar. Estuvieron embarcados en una fragata allá por los años cincuenta cuyo recuerdo para ambos, más que surcar el mar, fueron los mareos y afecciones de reúma que los mantuvieron ingresados en un hospital durante tres meses. Aquellos dos marineritos de agua dulce habían tenido una amistad tan íntegra que más parecían hermanos. Pero con el tiempo uno se casó y formó su familia y el otro emigró a una ciudad del norte de Europa. Entretanto la vida transcurrió con su lucha constante. Éste encuentro casual los llenó de alegría, el tiempo pasado entre la última vez que se vieron y ahora se esfumó como por arte de magia.
-Parece que fue ayer ¡y han pasado cuarenta años...! Tienes que venir a casa, Alberto, vente mañana y comemos juntos.
-Eso está hecho Ramón-

Ramón sacó el mejor mantel que tenía, era el de las ocasiones especiales como la Navidad, sin florituras de acebo ni campanitas bordadas, menos mal que a su María no le gustaban demasiado las cosas recargadas, ella era de estilo neutral y práctica, elegante pero sencilla, así que la mayoría de sus cosas eran polivalentes y combinadas con gusto conjugaban con todas las ocasiones.
Sacó la botella de vino que le tocó en una rifa del supermercado y que guardaba como presintiendo que sería para ser descorchada en un momento especial, compró doscientos gramos de un buen jamón serrano, un tanto de queso que la charcutera le cortó en triangulitos, un poco de bonito salado, tápenas, almendras y un pollo que metió al horno y no dejó de mirar durante todo el tiempo que duró el asado. Si se quemaba no había dinero para reponerlo.
Alberto rebuscó entre las perchas que bailaban en la barra de su armario, tres camisas con sus respectivos pantalones y una chaqueta con grandes solapas eran su fondo de armario. Lo bueno es que la chaqueta combinaba con cualquiera de los pantalones, lo malo, que aquella, aparte de antigua, se le había quedado pequeña, hacía tiempo que no la usaba pero su mujer nunca la tiró pensando que las modas vuelven y podría serle útil en alguna ocasión especial, y él tampoco la tiró porque ella nunca la quiso tirar, pero claro, la mujer no contó con que el diámetro de aquella cintura con los años se expandería , pero no había otra así que la llevaría desabotonada. De camino a casa de Ramón se detuvo en una confitería y compró una bandejita de pasteles.
La fiesta, en un martes, entró en casa. Volvieron a ser los dos chavales de antes, qué importaba que lo que le quedaba para terminar de pasar el mes a Ramón fuera calderilla, qué importaba que Alberto se sintiera aprisionado en su única y escasa chaqueta cuyas solapas de un momento a otro parecía que iban a emprender el vuelo, y qué importaba nada a cambio de verse uno en el otro con la mirada alegre y el sentimiento impagable de volverse a estrechar en los brazos de un amigo.
 
Hacía tiempo que Alberto y Ramón no se encontraban, a pesar de que vivían en la misma ciudad. Eran amigos desde la infancia, vecinos de barrio, habían ido a la misma escuela y también habían sido de la misma quinta en el servicio militar. Estuvieron embarcados en una fragata allá por los años cincuenta cuyo recuerdo para ambos, más que surcar el mar, fueron los mareos y afecciones de reúma que los mantuvieron ingresados en un hospital durante tres meses. Aquellos dos marineritos de agua dulce habían tenido una amistad tan íntegra que más parecían hermanos. Pero con el tiempo uno se casó y formó su familia y el otro emigró a una ciudad del norte de Europa. Entretanto la vida transcurrió con su lucha constante. Éste encuentro casual los llenó de alegría, el tiempo pasado entre la última vez que se vieron y ahora se esfumó como por arte de magia.
-Parece que fue ayer ¡y han pasado cuarenta años...! Tienes que venir a casa, Alberto, vente mañana y comemos juntos.
-Eso está hecho Ramón-

Ramón sacó el mejor mantel que tenía, era el de las ocasiones especiales como la Navidad, sin florituras de acebo ni campanitas bordadas, menos mal que a su María no le gustaban demasiado las cosas recargadas, ella era de estilo neutral y práctica, elegante pero sencilla, así que la mayoría de sus cosas eran polivalentes y combinadas con gusto conjugaban con todas las ocasiones.
Sacó la botella de vino que le tocó en una rifa del supermercado y que guardaba como presintiendo que sería para ser descorchada en un momento especial, compró doscientos gramos de un buen jamón serrano, un tanto de queso que la charcutera le cortó en triangulitos, un poco de bonito salado, tápenas, almendras y un pollo que metió al horno y no dejó de mirar durante todo el tiempo que duró el asado. Si se quemaba no había dinero para reponerlo.
Alberto rebuscó entre las perchas que bailaban en la barra de su armario, tres camisas con sus respectivos pantalones y una chaqueta con grandes solapas eran su fondo de armario. Lo bueno es que la chaqueta combinaba con cualquiera de los pantalones, lo malo, que aquella, aparte de antigua, se le había quedado pequeña, hacía tiempo que no la usaba pero su mujer nunca la tiró pensando que las modas vuelven y podría serle útil en alguna ocasión especial, y él tampoco la tiró porque ella nunca la quiso tirar, pero claro, la mujer no contó con que el diámetro de aquella cintura con los años se expandería , pero no había otra así que la llevaría desabotonada. De camino a casa de Ramón se detuvo en una confitería y compró una bandejita de pasteles.
La fiesta, en un martes, entró en casa. Volvieron a ser los dos chavales de antes, qué importaba que lo que le quedaba para terminar de pasar el mes a Ramón fuera calderilla, qué importaba que Alberto se sintiera aprisionado en su única y escasa chaqueta cuyas solapas de un momento a otro parecía que iban a emprender el vuelo, y qué importaba nada a cambio de verse uno en el otro con la mirada alegre y el sentimiento impagable de volverse a estrechar en los brazos de un amigo.
MARÍA JOSÉ

¡Qué confortante abrazo de amistad!

Abrazos y besos de mi balcón
de geranios multicromáticos,

Guillermo.
 

Pandora

Miembro Conocido
Ay que bonito está, amistades así hoy en día pocas hay .
Recuerdos y sentimientos al pasar de los años compartir con un amigo se vuelve familia .
Felicidades por su trabajo muy bonito .
Abrazos.
 

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