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Encuentros

Año 1998

Una sensación de tristeza
me invadió ayer por completo,
un encuentro, para sorpresa,
me ha dejado triste e inquieto.

Me encontré con Pedro José,
ya pasados años sin verlo;
y, sinceramente, no sé
cómo pude reconocerlo.

Lo encontré por casualidad
en un lóbrego restaurante;
en el centro de la ciudad,
donde me detuve un instante.

Le miré y, pasmado, dudoso,
sospeché estar confundido;
era su cabello canoso,
y tenía el rostro afligido.

Preocupado por su figura,
raudo me acerqué a su lado,
saludé y su mano insegura
me extendió como contrariado.

Le pedí tomar un asiento,
aceptó, con nula emoción,
y me dijo: "Sólo un momento
voy de prisa en esta ocasión”.

Por supuesto estaba más viejo,
asimismo estamos ahora,
pero desnudaba el reflejo
de una pena devastadora.

No le pregunté sobre nada
esperando que me contara,
pero oí su voz apocada
y profusa angustia en su cara.

Como pudo hacerlo me habló,
falto de cualquier energía,
luego su dicción se apagó
y eludió su vista la mía.

Para más, se puso de pie
dijo “suerte” por despedida
y pasmado, inerme aprecié,
gran afán para su partida.

Quise palmearle en el hombro,
y me levanté del sillón,
sin embargo, para mi asombro,
se marchó sin darme la opción.

Se alejó, sin duda apurado,
como rehuyendo el lugar,
cabizbajo, triste, afectado,
presuroso en su caminar.

Me quedé allí, pensativo,
soportando un raro estupor,
¿Cómo comprender el motivo
para su acidez y dolor?

* * *

Alterné con él de estudiante…
por entonces era un portento,
un doncel de juicio brillante
y tajante en cada argumento.

Era persistente y vital,
de sonrisa abierta, garbosa,
un retórico excepcional,
con habilidad asombrosa.

Albergaba innúmeros sueños
en su espalda rígida y fuerte,
siempre diligente y risueño,
a su lado andaba la suerte.

Era un luchador con denuedo,
paladín carente de escudo,
un desentendido del miedo,
valeroso, pero no rudo.

Mas ayer al verlo partir,
tan distinto a aquél del antaño
no acerté al fin discernir
que le convirtió en un extraño.

¿Quién doblegaría su espina?
¿Qué le sofocó la agudeza?
Hoy, ¿Por qué su cara anodina
y su encarnación de tristeza?

¿Qué pasó con ese eminente,
que camina de ojos al suelo?
Hoy, ¿Por qué no eleva su frente
para ver como antes al cielo?...


Año 2004

Me informaron hace un momento
del final de Pedro José,
tuve un negro presentimiento
y en detalle lo averigüé.

Me mostraron franca aflicción
al nombrar su vida marchita,
y de su total perdición
por una experiencia maldita.

Era Pedro un hombre gozoso,
desposado y con un pequeño,
esmerado padre y esposo
disfrutaba vida de ensueño.

Una negra tarde, bandidos
secuestraron su hijo y esposa,
y empezaron los sinsentidos
de su desventura espantosa.

Sin dudar vendió lo obtenido
para concertar su retorno,
pero fue un esfuerzo perdido
continuaron con el soborno.

Falto ya de todo dinero
créditos obtuvo en el banco
y abrumado en el desespero
vio su vida al pie del barranco.

Más tarde le hicieron saber
de la muerte de su pequeño
y advertían de su mujer
sin un porvenir halagüeño.

Pedro sepultó su cordura
con tan lúgubre derrotero
y a la postre tanta amargura
le borró su afán de guerrero.

Varios años fueron de ruegos,
de Pedro José en su suplicio,
sumergido en desasosiegos,
y clamando algún beneficio.

Se la liberaron un día
y él pensó de nuevo en la vida,
pero no encontró la alegría,
regresó maltrecha y con sida.

La miró extinguirse de a poco,
mustia, infeliz, dolorida,
y no halló, al irse, tampoco
alicientes para su vida.

Ha partido al alba, temprano,
al encuentro de sus amores,
y – aunque juzguen su acto profano-
para bien, mató sus dolores…


 

SANDRA BLANCO

Administradora - JURADO
Año 1998

Una sensación de tristeza
me invadió ayer por completo,
un encuentro, para sorpresa,
me ha dejado triste e inquieto.

Me encontré con Pedro José,
ya pasados años sin verlo;
y, sinceramente, no sé
cómo pude reconocerlo.

Lo encontré por casualidad
en un lóbrego restaurante;
en el centro de la ciudad,
donde me detuve un instante.

Le miré y, pasmado, dudoso,
sospeché estar confundido;
era su cabello canoso,
y tenía el rostro afligido.

Preocupado por su figura,
raudo me acerqué a su lado,
saludé y su mano insegura
me extendió como contrariado.

Le pedí tomar un asiento,
aceptó, con nula emoción,
y me dijo: "Sólo un momento
voy de prisa en esta ocasión”.

Por supuesto estaba más viejo,
asimismo estamos ahora,
pero desnudaba el reflejo
de una pena devastadora.

No le pregunté sobre nada
esperando que me contara,
pero oí su voz apocada
y profusa angustia en su cara.

Como pudo hacerlo me habló,
falto de cualquier energía,
luego su dicción se apagó
y eludió su vista la mía.

Para más, se puso de pie
dijo “suerte” por despedida
y pasmado, inerme aprecié,
gran afán para su partida.

Quise palmearle en el hombro,
y me levanté del sillón,
sin embargo, para mi asombro,
se marchó sin darme la opción.

Se alejó, sin duda apurado,
como rehuyendo el lugar,
cabizbajo, triste, afectado,
presuroso en su caminar.

Me quedé allí, pensativo,
soportando un raro estupor,
¿Cómo comprender el motivo
para su acidez y dolor?

* * *

Alterné con él de estudiante…
por entonces era un portento,
un doncel de juicio brillante
y tajante en cada argumento.

Era persistente y vital,
de sonrisa abierta, garbosa,
un retórico excepcional,
con habilidad asombrosa.

Albergaba innúmeros sueños
en su espalda rígida y fuerte,
siempre diligente y risueño,
a su lado andaba la suerte.

Era un luchador con denuedo,
paladín carente de escudo,
un desentendido del miedo,
valeroso, pero no rudo.

Mas ayer al verlo partir,
tan distinto a aquél del antaño
no acerté al fin discernir
que le convirtió en un extraño.

¿Quién doblegaría su espina?
¿Qué le sofocó la agudeza?
Hoy, ¿Por qué su cara anodina
y su encarnación de tristeza?

¿Qué pasó con ese eminente,
que camina de ojos al suelo?
Hoy, ¿Por qué no eleva su frente
para ver como antes al cielo?...


Año 2004

Me informaron hace un momento
del final de Pedro José,
tuve un negro presentimiento
y en detalle lo averigüé.

Me mostraron franca aflicción
al nombrar su vida marchita,
y de su total perdición
por una experiencia maldita.

Era Pedro un hombre gozoso,
desposado y con un pequeño,
esmerado padre y esposo
disfrutaba vida de ensueño.

Una negra tarde, bandidos
secuestraron su hijo y esposa,
y empezaron los sinsentidos
de su desventura espantosa.

Sin dudar vendió lo obtenido
para concertar su retorno,
pero fue un esfuerzo perdido
continuaron con el soborno.

Falto ya de todo dinero
créditos obtuvo en el banco
y abrumado en el desespero
vio su vida al pie del barranco.

Más tarde le hicieron saber
de la muerte de su pequeño
y advertían de su mujer
sin un porvenir halagüeño.

Pedro sepultó su cordura
con tan lúgubre derrotero
y a la postre tanta amargura
le borró su afán de guerrero.

Varios años fueron de ruegos,
de Pedro José en su suplicio,
sumergido en desasosiegos,
y clamando algún beneficio.

Se la liberaron un día
y él pensó de nuevo en la vida,
pero no encontró la alegría,
regresó maltrecha y con sida.

La miró extinguirse de a poco,
mustia, infeliz, dolorida,
y no halló, al irse, tampoco
alicientes para su vida.

Ha partido al alba, temprano,
al encuentro de sus amores,
y – aunque juzguen su acto profano-
para bien, mató sus dolores…



Que tristeza de relato que llevan tus hermosos versos,cuanto dolor en la vida,como no marchitar la existencia con tremenda sucesión de acontecimientos dolorosos,excelente poema,un gusto leerte,gracias por compartir,un beso grande.
 

José Luis Blázquez

JURADO - MODERADOR de los Foros de Poética Clásica
Un poema enormemente descriptivo, que paso a la fase de votación. Como cosa curiosa, te diré que he tenido la sensación de haberlo leído con anterioridad. Lo más probable es que se trate de algún poema con cierto parecido.

Un abrazo.
 
Que tristeza de relato que llevan tus hermosos versos,cuanto dolor en la vida,como no marchitar la existencia con tremenda sucesión de acontecimientos dolorosos,excelente poema,un gusto leerte,gracias por compartir,un beso grande.
Muchas gracias SANDRA por tus palabras y la reputación que me obsequias.

Para algunos la vida se convierte en una sucesión de desgracias que ocupan todos los espacios de repente...

Un abrazo.
 
Un poema enormemente descriptivo, que paso a la fase de votación. Como cosa curiosa, te diré que he tenido la sensación de haberlo leído con anterioridad. Lo más probable es que se trate de algún poema con cierto parecido.

Un abrazo.
Hola José Luis-

Este poema, aunque sin tanto énfasis en los acentos internos, lo publiqué hace años en otros portales. Quizás lo leíste allí o he sido victima de un vil plagio.

Gracias por tu aprtobación.

Un abrazo.
 

Cisne

Moderadora del Foro Impresionismo y Expresionismo,
Año 1998

Una sensación de tristeza
me invadió ayer por completo,
un encuentro, para sorpresa,
me ha dejado triste e inquieto.

Me encontré con Pedro José,
ya pasados años sin verlo;
y, sinceramente, no sé
cómo pude reconocerlo.

Lo encontré por casualidad
en un lóbrego restaurante;
en el centro de la ciudad,
donde me detuve un instante.

Le miré y, pasmado, dudoso,
sospeché estar confundido;
era su cabello canoso,
y tenía el rostro afligido.

Preocupado por su figura,
raudo me acerqué a su lado,
saludé y su mano insegura
me extendió como contrariado.

Le pedí tomar un asiento,
aceptó, con nula emoción,
y me dijo: "Sólo un momento
voy de prisa en esta ocasión”.

Por supuesto estaba más viejo,
asimismo estamos ahora,
pero desnudaba el reflejo
de una pena devastadora.

No le pregunté sobre nada
esperando que me contara,
pero oí su voz apocada
y profusa angustia en su cara.

Como pudo hacerlo me habló,
falto de cualquier energía,
luego su dicción se apagó
y eludió su vista la mía.

Para más, se puso de pie
dijo “suerte” por despedida
y pasmado, inerme aprecié,
gran afán para su partida.

Quise palmearle en el hombro,
y me levanté del sillón,
sin embargo, para mi asombro,
se marchó sin darme la opción.

Se alejó, sin duda apurado,
como rehuyendo el lugar,
cabizbajo, triste, afectado,
presuroso en su caminar.

Me quedé allí, pensativo,
soportando un raro estupor,
¿Cómo comprender el motivo
para su acidez y dolor?

* * *

Alterné con él de estudiante…
por entonces era un portento,
un doncel de juicio brillante
y tajante en cada argumento.

Era persistente y vital,
de sonrisa abierta, garbosa,
un retórico excepcional,
con habilidad asombrosa.

Albergaba innúmeros sueños
en su espalda rígida y fuerte,
siempre diligente y risueño,
a su lado andaba la suerte.

Era un luchador con denuedo,
paladín carente de escudo,
un desentendido del miedo,
valeroso, pero no rudo.

Mas ayer al verlo partir,
tan distinto a aquél del antaño
no acerté al fin discernir
que le convirtió en un extraño.

¿Quién doblegaría su espina?
¿Qué le sofocó la agudeza?
Hoy, ¿Por qué su cara anodina
y su encarnación de tristeza?

¿Qué pasó con ese eminente,
que camina de ojos al suelo?
Hoy, ¿Por qué no eleva su frente
para ver como antes al cielo?...


Año 2004

Me informaron hace un momento
del final de Pedro José,
tuve un negro presentimiento
y en detalle lo averigüé.

Me mostraron franca aflicción
al nombrar su vida marchita,
y de su total perdición
por una experiencia maldita.

Era Pedro un hombre gozoso,
desposado y con un pequeño,
esmerado padre y esposo
disfrutaba vida de ensueño.

Una negra tarde, bandidos
secuestraron su hijo y esposa,
y empezaron los sinsentidos
de su desventura espantosa.

Sin dudar vendió lo obtenido
para concertar su retorno,
pero fue un esfuerzo perdido
continuaron con el soborno.

Falto ya de todo dinero
créditos obtuvo en el banco
y abrumado en el desespero
vio su vida al pie del barranco.

Más tarde le hicieron saber
de la muerte de su pequeño
y advertían de su mujer
sin un porvenir halagüeño.

Pedro sepultó su cordura
con tan lúgubre derrotero
y a la postre tanta amargura
le borró su afán de guerrero.

Varios años fueron de ruegos,
de Pedro José en su suplicio,
sumergido en desasosiegos,
y clamando algún beneficio.

Se la liberaron un día
y él pensó de nuevo en la vida,
pero no encontró la alegría,
regresó maltrecha y con sida.

La miró extinguirse de a poco,
mustia, infeliz, dolorida,
y no halló, al irse, tampoco
alicientes para su vida.

Ha partido al alba, temprano,
al encuentro de sus amores,
y – aunque juzguen su acto profano-
para bien, mató sus dolores…



Excelente descripción versada que encierra una historia marcada por el dolor de la tragedia. Ya estará en el cielo con sus amores.
Felicitaciones, Jorge.
Un abrazo
Ana
 

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