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Héroe entre tinieblas

La luz le entró como si fuera un puñal. A penas era capaz de ser consciente de que pasaba. Durante unos minutos solo recuperó el ritmo de su respiración. Intentó ver donde estaba, pero su ojo derecho quería salirse de su cara y no veía nada, mientras que el izquierdo lo tenía hundido en el suelo. Esperó un rato más y apoyó su mano para intentar reincorporarse. Fue como si le partieran por la mitad. Su costado; seguro que tenía las costillas rotas. Intentó concentrarse para olvidar el dolor. Se apoyó sobre la otra mano y quedándose casi sin respiración, se puso de rodillas. La cabeza le daba vueltas. Se tocó el ojo hinchado, tenía una enorme deformidad, y el simple roce de sus dedos era muy doloroso. Notó un calor viscoso, sangre. Tenía la boca seca y sabor amargo en ella. Miró su alrededor, docenas de cuerpos yacían sin vida por doquier, entonces empezó a recordar.
Era una mañana brumosa, no hacia frío, pero la humedad calaba los huesos. El conde Fernando de Guzman, señor de Ponferrada, levantó su espada, los sargentos le imitaron y al bajarla todos empezaron a marchar en linea desenvainando sus aceros. Gonzalo tenía miedo de que se le cayera por el temblor de mano y la cruzó entre las piernas. Toda la vida se había preparado para esto, como buen hijo de caballero, pero era su primera batalla. Los caballos intuían el combate resoplando por los belfos aunque el silencio dominara toda la explanada. No se veía casi nada, pero seguro que el enemigo estaba allí. Un grito, un estridente grito, sonó desgarrando el aire y haciendo temer a todos los corazones. Como movida por él, la niebla se disipo. Una terrible horda de celtas apareció ante ellos agitando sus armas. Encima de un carro, estaba una vieja de aspecto tétrico y color cetrino, con la piel como cuero y huesuda cual perro hambriento. Agitaba un pequeño bastón retorcido con el que parecía enervar a los invasores que aullaban y chillaban sin parar. A su lado un gigante fuera de lo normal, que sacaba dos cabezas a todo el mundo, la acompañaba. Gonzalo la observó con miedo, había oído hablar de las peligrosas brujas del norte, cuando de repente, entre toda esa multitud, entre centenares de hombres ávidos de sangre, cruzaron sus miradas; un escalofrío recorrió toda su espalda y el aire huyó de sus pulmones. El conde, primer caballero y defensor del rey de León, gritó algo que se perdió en el ruido ensordecedor pero que todo el mundo entendió. Empezaron al trote, para una vez recorrida la mitad de la distancia, romper a galopar dispuestos a cargar. Sin saber de donde vino, la niebla cubrió otra vez el campo como si nunca se hubiera ido. Los primeros ruidos de armas sonaron acompañados de gritos de dolor. Todavía no había encontrado ningún enemigo con el que cruzar su espada cuando sintió un tremendo golpe en el ojo que le derribaba de su caballo. Cuando llegó al suelo sintió como crujía su costado. Ya no recordaba más.
El aire fresco que soplaba le ayudó a abandonar esa debilidad que le invadía. A su lado encontrón una lanza partida que le hizo de bastón. Al levantarse el paisaje era desolador, un gran cementerio se abría a sus pies, con hombres destrozados como si de una carnicería se tratara. La escena le hizo vomitar.
Con pasos cansados e inseguros se acercó a un árbol solitario que dominaba toda la pradera. Se apoyó e intento quitarse la armadura. Con la punta de la lanza cortó las correas de cuero que sujetaban el peto y las hombreras. Le costó mucho, las costillas aullaban con el mínimo movimiento, pero al resbalarse y caer todo el metal la sensación era de tener alas. Para las grebas, rodilleras y quijote se tuvo que sentar, pero para la loriga no tuvo más remedio que sufrir. Enganchó la manga en una rama e intento escurrirse tirando, sus gritos sin medida hicieron levantar el vuelo a las docenas de cuervos que ya picoteaban los cadáveres. Cuando estaba a punto de sacar la prenda se desmayó. Al despertarse se encontró fuera de la cota de malla, al caer sin sentido terminó de sacarla. Ahora, sin todo ese peso, se encontraba mucho mejor. Se dirigió a donde dejaron todos los pertrechos antes de la batalla y buscó su bolsa. Un centenar de pasos más atrás pasaba un arroyo. Hundió su cabeza en el y bebió hasta que el amargo sabor desapareció. Allí pudo ver, en el reflejo del agua, el tremendo golpe que tenía en la cabeza, le habían dado con una maza encima de la ceja, y ahora se juntaba con el pómulo creando una figura grotesca. De suerte que no le reventaron el cráneo. Durante un buen rato se lavó la herida para que el frío ayudara a bajar la inflamación, luego se aplicó el ungüento de árnica que su familia llevaba preparando desde hace generaciones para las inevitables contusiones de la profesión de caballero. En las costillas hizo la misma operación y sacando un paño limpio del saco se vendó.
Una idea le cruzó la cabeza, recogió sus cosas y volvió al campo debatalla. No podía ser. Solo había muertos leoneses, ni rastro de algún celta. Deambuló un rato entre ellos, y efectivamente no había ninguno. No se lo podía creer. Intentó extraer conclusiones como aprendió de pequeño. La única que sacó es que habían peleado entre si, ninguna otra valía. Ni si quiera encontró algún arma celta. ¿Como era posible?. La bruja, la niebla. Levantó la cara mirando al sol, calentaba mucho. Se agachó y tocó la tierra, seca. Ni una nube en el cielo. No pudo haber niebla. La bruja. Se dirigió hacia la loma donde la vio en el carro. Huellas de ruedas. Ella era real. Miró hacia los lados. La hierba seca intacta, ninguna señal de que miles de hombres la hubieran pisado hace horas. Con su hechizo el reino estaba indefenso, el ejercito invasor tendría poca resistencia. Se puso al cinto, en su espalda, una daga y una espada corta a su derecha, no podría manejar la grande con sus costillas, un odre de agua, su media lanza como bastón y se puso a seguir las huellas. Llegó la noche y el agotamiento le vencía. Buscó un rincón donde acurrucarse y se durmió sin darle tiempo a soñar.
El primer rayo de sol le despertó. El descanso le sentó bien. Por el ojo malo empezaba a ver algo, bajaba la inflamación. Se lo lavó con un poco de agua del odre y se volvió a untar el ungüento en la caray el costado. En poco tiempo se puso en marcha. El estómago le rugía, no tuvo la precaución de coger algo de comida, algo de pan y de carne en salazón, los que quedaron atrás no la iban a necesitar, quizás luego le faltaran las fuerzas.
Avanzaba despacio, sin hacer ruido. El rastro era claro y en ningún momento lo perdió. El día siguió su curso y la noche le alcanzó. Cuando pensaba que tendría que buscar otro rincón donde dormir unas luces brillaron entre el bosque. Se acercó despacio y observó. Era una destartalada choza, seguramente de algún leñador. Un poco más allá había un establo pequeño, y al lado de su puerta un carro. Podría ser el que buscaba. Esperó. La puerta se abrió y salió un enorme gigante. Era el que estaba con la bruja. La cara de niño y su mirada perdida eran inconfundibles. Recogió unos cuantos troncos de leña y volvió a entrar. Gonzalo se escurrió por la linde del bosque hasta situarse en la parte de atrás de la cabaña. Por un agujero qu tenía la madera podrida pudo ver el interior. El conde estaba tendido desnudo sobre una mesa en el centro de la habitación, mientras la vieja le exhortaba frases incoherentes y pintaba su cuerpo con extraños símbolos. Cuatro hombres la ayudaban mientras murmuraban una monótona canción y el gigante, de píe, bloqueaba la puerta. Se veía una profunda herida en el costado del primer caballero. No cabía duda que estaba muerto. ¿Que pretendía?. Intentó pensar con lógica otra vez. No había duda, quería resucitarle para que se le abrieran las puertas de Ponferrada, y al igual que en el campo de batalla, engañar a los defensores haciéndoles ver que los invasores eran de los suyos. No lo podía permitir. Sus padres, sus hermanos, sus amigos, todos vivían allí, si fracasaba morirían al igual que el ejercito defensor. Él era el único superviviente.
Oyó la puerta y se asomó a la esquina. Era el gigantón que salió al establo. Era su oportunidad. Silencioso como un zorro, se situó agazapado en el lateral de la puerta y aguantó la respiración. El celta llevaba un saco entre las manos. Cuando pasó a su lado le chistó. Se volvió mirando con extrañeza a la oscuridad sin ninguna precaución. Gonzalo salió de las sombras y le clavó la media lanza en la garganta. Los ojos se le abrieron como si fuera un búho. Intentó balbucear algo, pero un enorme brote de sangre se lo impidió. Soltó el saco e intento agarrar la lanza para sacársela, pero no le dio tiempo, se desplomó casi sin hacer ruido.
Se apresuró a la puerta de la choza, que permanecía abierta, sacó su espada corta y se lanzó contra los ayudantes. Al primero no le dio tiempo a enterarse de nada, estaba de espaldas y le lanzo una estocada profunda que le penetró por la parte baja de la espalda. La sacó con rapidez y con un movimiento circular hacia el exterior dio un tajó en la garganta al otro. No le mató al momento, pero quedó fuera de combate. Los otros dos miraban con cara de sorpresa lo que pasaba. Gonzalo saltó por encima de un banco hacia otro de ellos. Pudo sacar su espada y parar los primeros tres golpes, pero eran tan fuertes las arremetidas que cayó de espaldas y allí mismo rematado.
El cuarto hombre atacó con furia, pero sin control. En un envite le esquivó hundiendo la espada en su vientre. El leones estaba fatigado, pero entero. Se volvió despacio hacía la bruja mientras un ardor recorría su cuerpo. Vengaría a sus compañero y salvaría a su gente. Ella no parecía tener miedo, más bien su mirada era de reto. Gonzalo levantó su espada y la bajó con toda su fuerza con la intención de partir por la mitad la cabeza de la vieja, pero para su sorpresa, el pequeño bastón retorcido bloqueó el golpe y le devolvió un mandoble que por poco le alcanza. La lucha se arreció, él atacaba e inmediatamente ella le devolvía los golpes con rabia.Las fuerzas le flaqueaban, su costado no le daba tregua, y cada golpe parado era una fuente de dolor. En una de las arremetidas de ella Gonzalo no pudo parar el golpe y su espada salió despedida, ella se abalanzó y le hundió su bastón en el estómago. Se agarró con su mano al cuello de la maldita, y con las últimas fuerzas que le quedaban sacó la daga que colgaba de su espalda y se la clavó en el corazón. Los dos se fueron al suelo. Él sentía que la vida le abandonaba, pero estaba tranquilo. Oyó ruido de voces, de muchas voces, la claridad entró en la cabaña, eran antorchas. Se abalanzaron sobre la bruja y se la llevaron en volandas. Otros que quedaron le empezaron a propinar patadas, no entendía nada. Intentó enfocar la vista y vio ropajes de hombres del rey. Uno de los golpes le hizo rodar y quedar boca arriba. El techo de la choza pareció cambiar, en vez de paja parecía tela, y en las paredes tapices.Empezó a balbucear algo. Uno de los recién llegados se agachó para escucharle. Notó una convulsión. Un brote de sangre por su boca y nariz, y todo se apago.


Los tambores sonaban al unísono. Los soldados marchaban en el gran cortejo fúnebre. Todo Ponferrada lloraba la perdida de su señor, gobernador justo y moderado. La gente se agolpaba en silencio en calles y balcones, esperando darle el último adiós. El muerto iba engalanado con una brillante armadura, rematada con una capa blanca como la nieve, en su mano derecha su espada y en su izquierda su cetro. El féretro lo llevaban sobre sus hombros los caballeros más ancianos del condado, todos menos uno, cuya vergüenza y deshonra por la actuación de su hijo le impedía, tan solo, salir a la calle. Su estirpe estaba condenada.




-Mi señor, el emisario de rey esta aquí.
-Hazle pasar.


Un hombre de porte elegante se dirigió hasta el balcón desde donde Don Alfonso veía los actos.


-Las muestras de dolor son impresionantes. Casi no puedo llegar por la multitud.
-El conde era muy querido por el pueblo, les trajo paz y justicia.
-No entiendo que paso.
-Ni nadie. La batalla contra los celtas transcurrió con normalidad. Aunque eran muchos más peleaban sin orden ninguno, rápido se rompieron sus lineas y se les masacró. Terminado el día se recogieron nuestros muertos y se dejaron los suyos para las alimañas. Cuando se hizo el recuento se dieron cuenta de que faltaban cuatro caballeros, supusieron que los habían raptado para sacarlos información y a la mañana siguiente se enviaron patrullas en su búsqueda sin éxito. Dos días estuvieron allí las tropas acantonadas esperando que los celtas se reagruparan y presentaran de nuevo batalla, pero no aparecieron. El conde ordeno el levantamiento del campamento y cuando se encontraba en su tienda con los cuatro soldados rutinarios de guardia y un ayudante apareció el joven Gonzalo. Cuando llegaron los primeros soldados alarmados por el ruido de espadas solo encontraron al joven con un suspiro de vida y a todos los demás muertos. Lo único que llegaron a oírle pronunciar es “muere maldita bruja, no harás daño a los míos”.
-No tiene sentido. Su familia es de realengo ¿no?.
-Así es.
-¿Y que motivo le llevaría a hacer una cosa tan descabellada?.
-¿Locura?.


Ambos asintieron.


-Lo que me trae aquí es una preocupación del rey. El conde muere sin herederos despues del desgraciado accidente de su hijo hace un año, y es un gran problema. Ha sopesado a que noble le tendría que ofrecer el condado y a decidido que a usted. Ha sido fiel al conde y al monarca, todavía es joven y ya tiene tres hijos varones. Además, ya cuenta con el favor de la mayoría de las familias.
-Para mi sería un honor.
-Pues lo dicho. Pasado el luto vendré de manera oficial y propondré el nombramiento. De momento silencio.
-Así será.


Mientras el emisario salia del salón una sonrisa hipócrita se dibujó en la cara de Don Alfonso. Esperó a que se cerrara la puerta y miró a su derecha. De una esquina oscura salió alguien cubierto por una negra capa. Levantó ligeramente la cara y devolvió la sonrisa. A pesar de la poca luz que le daba se distinguía su piel cetrina y huesuda y un pequeño bastón retorcido en su mano.
 
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SANDRA BLANCO

Administradora - JURADO
La luz le entró como si fuera un puñal. A penas era capaz de ser consciente de que pasaba. Durante unos minutos solo recuperó el ritmo de su respiración. Intentó ver donde estaba, pero su ojo derecho quería salirse de su cara y no veía nada, mientras que el izquierdo lo tenía hundido en el suelo. Esperó un rato más y apoyó su mano para intentar reincorporarse. Fue como si le partieran por la mitad. Su costado; seguro que tenía las costillas rotas. Intentó concentrarse para olvidar el dolor. Se apoyó sobre la otra mano y quedándose casi sin respiración, se puso de rodillas. La cabeza le daba vueltas. Se tocó el ojo hinchado, tenía una enorme deformidad, y el simple roce de sus dedos era muy doloroso. Notó un calor viscoso, sangre. Tenía la boca seca y sabor amargo en ella. Miró su alrededor, docenas de cuerpos yacían sin vida por doquier, entonces empezó a recordar.
Era una mañana brumosa, no hacia frío, pero la humedad calaba los huesos. El conde Fernando de Guzman, señor de Ponferrada, levantó su espada, los sargentos le imitaron y al bajarla todos empezaron a marchar en linea desenvainando sus aceros. Gonzalo tenía miedo de que se le cayera por el temblor de mano y la cruzó entre las piernas. Toda la vida se había preparado para esto, como buen hijo de caballero, pero era su primera batalla. Los caballos intuían el combate resoplando por los belfos aunque el silencio dominara toda la explanada. No se veía casi nada, pero seguro que el enemigo estaba allí. Un grito, un estridente grito, sonó desgarrando el aire y haciendo temer a todos los corazones. Como movida por él, la niebla se disipo. Una terrible horda de celtas apareció ante ellos agitando sus armas. Encima de un carro, estaba una vieja de aspecto tétrico y color cetrino, con la piel como cuero y huesuda cual perro hambriento. Agitaba un pequeño bastón retorcido con el que parecía enervar a los invasores que aullaban y chillaban sin parar. A su lado un gigante fuera de lo normal, que sacaba dos cabezas a todo el mundo, la acompañaba. Gonzalo la observó con miedo, había oído hablar de las peligrosas brujas del norte, cuando de repente, entre toda esa multitud, entre centenares de hombres ávidos de sangre, cruzaron sus miradas; un escalofrío recorrió toda su espalda y el aire huyó de sus pulmones. El conde, primer caballero y defensor del rey de León, gritó algo que se perdió en el ruido ensordecedor pero que todo el mundo entendió. Empezaron al trote, para una vez recorrida la mitad de la distancia, romper a galopar dispuestos a cargar. Sin saber de donde vino, la niebla cubrió otra vez el campo como si nunca se hubiera ido. Los primeros ruidos de armas sonaron acompañados de gritos de dolor. Todavía no había encontrado ningún enemigo con el que cruzar su espada cuando sintió un tremendo golpe en el ojo que le derribaba de su caballo. Cuando llegó al suelo sintió como crujía su costado. Ya no recordaba más.
El aire fresco que soplaba le ayudó a abandonar esa debilidad que le invadía. A su lado encontrón una lanza partida que le hizo de bastón. Al levantarse el paisaje era desolador, un gran cementerio se abría a sus pies, con hombres destrozados como si de una carnicería se tratara. La escena le hizo vomitar.
Con pasos cansados e inseguros se acercó a un árbol solitario que dominaba toda la pradera. Se apoyó e intento quitarse la armadura. Con la punta de la lanza cortó las correas de cuero que sujetaban el peto y las hombreras. Le costó mucho, las costillas aullaban con el mínimo movimiento, pero al resbalarse y caer todo el metal la sensación era de tener alas. Para las grebas, rodilleras y quijote se tuvo que sentar, pero para la loriga no tuvo más remedio que sufrir. Enganchó la manga en una rama e intento escurrirse tirando, sus gritos sin medida hicieron levantar el vuelo a las docenas de cuervos que ya picoteaban los cadáveres. Cuando estaba a punto de sacar la prenda se desmayó. Al despertarse se encontró fuera de la cota de malla, al caer sin sentido terminó de sacarla. Ahora, sin todo ese peso, se encontraba mucho mejor. Se dirigió a donde dejaron todos los pertrechos antes de la batalla y buscó su bolsa. Un centenar de pasos más atrás pasaba un arroyo. Hundió su cabeza en el y bebió hasta que el amargo sabor desapareció. Allí pudo ver, en el reflejo del agua, el tremendo golpe que tenía en la cabeza, le habían dado con una maza encima de la ceja, y ahora se juntaba con el pómulo creando una figura grotesca. De suerte que no le reventaron el cráneo. Durante un buen rato se lavó la herida para que el frío ayudara a bajar la inflamación, luego se aplicó el ungüento de árnica que su familia llevaba preparando desde hace generaciones para las inevitables contusiones de la profesión de caballero. En las costillas hizo la misma operación y sacando un paño limpio del saco se vendó.
Una idea le cruzó la cabeza, recogió sus cosas y volvió al campo debatalla. No podía ser. Solo había muertos leoneses, ni rastro de algún celta. Deambuló un rato entre ellos, y efectivamente no había ninguno. No se lo podía creer. Intentó extraer conclusiones como aprendió de pequeño. La única que sacó es que habían peleado entre si, ninguna otra valía. Ni si quiera encontró algún arma celta. ¿Como era posible?. La bruja, la niebla. Levantó la cara mirando al sol, calentaba mucho. Se agachó y tocó la tierra, seca. Ni una nube en el cielo. No pudo haber niebla. La bruja. Se dirigió hacia la loma donde la vio en el carro. Huellas de ruedas. Ella era real. Miró hacia los lados. La hierba seca intacta, ninguna señal de que miles de hombres la hubieran pisado hace horas. Con su hechiz oel reino estaba indefenso, el ejercito invasor tendría poca resistencia. Se puso al cinto, en su espalda, una daga y una espada corta a su derecha, no podría manejar la grande con sus costillas, un odre de agua, su media lanza como bastón y se puso a seguir las huellas. Llegó la noche y el agotamiento le vencía. Buscó un rincón donde acurrucarse y se durmió sin darle tiempo a soñar.
El primer rayo de sol le despertó. El descanso le sentó bien. Por el ojo malo empezaba a ver algo, bajaba la inflamación. Se lo lavó con un poco de agua del odre y se volvió a untar el ungüento en la caray el costado. En poco tiempo se puso en marcha. El estómago l rugía, no tuvo la precaución de coger algo de comida, algo de pan y de carne en salazón, los que quedaron atrás no la iban a necesitar, quizás luego le faltaran las fuerzas.
Avanzaba despacio, sin hacer ruido. El rastro era claro y en ningún momento lo perdió. El día siguió su curso y la noche le alcanzó. Cuando pensaba que tendría que buscar otro rincón donde dormir unas luces brillaron entre el bosque. Se acercó despacio y observó. Era una destartalada choza, seguramente de algún leñador. Un poco más allá había un establo pequeño, y al lado de su puerta un carro. Podría ser el que buscaba. Esperó. La puerta se abrió y salió un enorme gigante. Era el que estaba con la bruja. La cara de niño y su mirada perdida eran inconfundibles. Recogió unos cuantos troncos de leña y volvió a entrar. Gonzalo se escurrió por la linde del bosque hasta situarse en la parte de atrás de la cabaña. Por un agujero qu tenía la madera podrida pudo ver el interior. El conde estaba tendido desnudo sobre una mesa en el centro de la habitación, mientras la vieja le exhortaba frases incoherentes y pintaba su cuerpo con extraños símbolos. Cuatro hombres la ayudaban mientras murmuraban una monótona canción y el gigante, de píe, bloqueaba la puerta. Se veía una profunda herida en el costado del primer caballero. No cabía duda que estaba muerto. ¿Que pretendía?. Intentó pensar con lógica otra vez. No había duda, quería resucitarle para que se le abrieran las puertas de Ponferrada, y al igual que en el campo de batalla, engañar a los defensoreshaciéndoles ver que los invasores eran de los suyos. No lo podía permitir. Sus padres, sus hermanos, sus amigos, todos vivían allí, si fracasaba morirían al igual que el ejercito defensor. Él era el único superviviente.
Oyó la puerta y se asomó a la esquina. Era el gigantón que salió al establo. Era su oportunidad. Silencioso como un zorro, se situó agazapado en el lateral de la puerta y aguantó la respiración. El celta llevaba un saco entre las manos. Cuando pasó a su lado le chistó. Se volvió mirando con extrañeza a la oscuridad sin ninguna precaución. Gonzalo salió de las sombras y le clavó la media lanza en la garganta. Los ojos se le abrieron como si fuera un búho. Intentó balbucear algo, pero un enorme brote de sangre se lo impidió. Soltó el saco e intento agarrar la lanza para sacársela, pero no le dio tiempo, se desplomó casi sin hacer ruido.
Se apresuró a la puerta de la choza, que permanecía abierta, sacó su espada corta y se lanzó contra los ayudantes. Al primero no le dio tiempo a enterarse de nada, estaba de espaldas y le lanzo una estocada profunda que le penetró por la parte baja de la espalda. La sacó con rapidez y con un movimiento circular hacia el exterior dio un tajó en la garganta al otro. No le mató al momento, pero quedó fuera de combate. Los otros dos miraban con cara de sorpresa lo que pasaba. Gonzalo saltó por encima de un banco hacia otro de ellos. Pudo sacar su espada y parar los primeros tres golpes, pero eran tan fuertes las arremetidas que cayó de espaldas y allí mismo rematado.
El cuarto hombre atacó con furia, pero sin control. En un envite le esquivó hundiendo la espada en su vientre. El leones estaba fatigado, pero entero. Se volvió despacio hacía la bruja mientras un ardor recorría su cuerpo. Vengaría a sus compañero y salvaría a su gente. Ella no parecía tener miedo, más bien su mirada era de reto. Gonzalo levantó su espada y la bajó con toda su fuerza con la intención de partir por la mitad la cabeza de la vieja, pero para su sorpresa, el pequeño bastón retorcido bloqueó el golpe y le devolvió un mandoble que por poco le alcanza. La lucha se arreció, él atacaba e inmediatamente ella le devolvía los golpes con rabia.Las fuerzas le flaqueaban, su costado no le daba tregua, y cada golpe parado era una fuente de dolor. En una de las arremetidas de ella Gonzalo no pudo parar el golpe y su espada salió despedida, ella se abalanzó y le hundió su bastón en el estómago. Se agarró con su mano al cuello de la maldita, y con las últimas fuerzas que le quedaban sacó la daga que colgaba de su espalda y se la clavó en el corazón. Los dos se fueron al suelo. Él sentía que la vida le abandonaba, pero estaba tranquilo. Oyó ruido de voces, de muchas voces, la claridad entró en la cabaña, eran antorchas. Se abalanzaron sobre la bruja y se la llevaron en volandas. Otros que quedaron le empezaron a propinar patadas, no entendía nada. Intentó enfocar la vista y vio ropajes de hombres del rey. Uno de los golpes le hizo rodar y quedar boca arriba. El techo de la choza pareció cambiar, en vez de paja parecía tela, y en las paredes tapices.Empezó a balbucear algo. Uno de los recién llegados se agachó para escucharle. Notó una convulsión. Un brote de sangre por su boca y nariz, y todo se apago.


Los tambores sonaban al unísono. Los soldados marchaban en el gran cortejo fúnebre. Todo Ponferrada lloraba la perdida de su señor, gobernador justo y moderado. La gente se agolpaba en silencio en calles y balcones, esperando darle el último adiós. El muerto iba engalanado con una brillante armadura, rematada con una capa blanca como la nieve, en su mano derecha su espada y en su izquierda su cetro. El féretro lo llevaban sobre sus hombros los caballeros más ancianos del condado, todos menos uno, cuya vergüenza y deshonra por la actuación de su hijo le impedía, tan solo, salir a la calle. Su estirpe estaba condenada.




-Mi señor, el emisario de rey esta aquí.
-Hazle pasar.


Un hombre de porte elegante se dirigió hasta el balcón desde donde Don Alfonso veía los actos.


-Las muestras de dolor son impresionantes. Casi no puedo llegar por lamultitud.
-El conde era muy querido por el pueblo, les trajo paz y justicia.
-No entiendo que paso.
-Ni nadie. La batalla contra los celtas transcurrió con normalidad. Aunque eran muchos más peleaban sin orden ninguno, rápido se rompieron sus lineas y se les masacró. Terminado el día se recogieron nuestros muertos y se dejaron los suyos para las alimañas. Cuando se hizo el recuento se dieron cuenta de que faltaban cuatro caballeros, supusieron que los habían raptado para sacarlos información y a la mañana siguiente se enviaron patrullas en su búsqueda sin éxito. Dos días estuvieron allí las tropas acantonadas esperando que los celtas se reagruparan y presentaran de nuevo batalla, pero no aparecieron. El conde ordeno el levantamiento del campamento y cuando se encontraba en su tienda con los cuatrosoldados rutinarios de guardia y un ayudante apareció el joven Gonzalo. Cuando llegaron los primeros soldados alarmados por el ruido de espadas solo encontraron al joven con un suspiro de vida y a todos los demás muertos. Lo único que llegaron a oírle pronunciar es “muere maldita bruja, no harás daño a los míos”.
-No tiene sentido. Su familia es de realengo ¿no?.
-Así es.
-¿Y que motivo le llevaría a hacer una cosa tan descabellada?.
-¿Locura?.


Ambos asintieron.


-Loque me trae aquí es una preocupación del rey. El conde muere sin herederos despues del desgraciado accidente de su hijo hace un año, y es un gran problema. Ha sopesado a que noble le tendría que ofrecer el condado y a decidido que a usted. Ha sido fiel al conde y al monarca, todavía es joven y ya tiene tres hijos varones. Además, ya cuenta con el favor de la mayoría de las familias.
-Para mi sería un honor.
-Pues lo dicho. Pasado el luto vendré de manera oficial y propondré el nombramiento. De momento silencio.
-Así será.


Mientras el emisario salia del salón una sonrisa hipócrita se dibujó en la cara de Don Alfonso. Esperó a que se cerrara la puerta y miró a su derecha. De una esquina oscura salió alguien cubierto por una negra capa. Levantó ligeramente la cara y devolvió la sonrisa. A pesar de la poca luz que le daba se distinguía su piel cetrina y huesuda y un pequeño bastón retorcido en su mano.

Con padres como ese no se necesita otro enemigo,muy buen cuento me gustó el inesperado y sorprendente final que nos muestra que la ambición en este caso es mas grande que el amor filial,excelente relato!!un gusto leerte,gracias por compartir,un beso grande.
 

Azrael

Miembro Conocido
La ambición del ser humano dejada al descubierto en su profundo relato, felicitaciones poeta
 
Siguiendo la descripcion que tienes me meti de lleno en la epoca. Esperaba en un banco a que me atendieran y me entretuve leyendo. Cuando me llamaron salte y sali del escenario, fue raro.
Espectacular dibujo de palabras
 

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