Enrique Dintrans alarcón
Miembro Conocido
HASTA NUEVO AVISO
Hay un tallarín ausente,
danzando en medio de una nube
despoblada de recuerdos.
Sus largos e inexistentes brazos
parecen dibujar una sonrisa.
Yo no puedo intuir el desborde
por el que su textura se disuelve.
Atenta veo acercarse
con el sigilo de una pantera
una escopeta
en un ataque de tos compulsiva.
Hay cercano al tallarín
una aceituna vetusta
las anchas y añosas arrugas que exhibe
contrastan indiferentes
con la pálida expresión de la lechuga
al recibir en la nervatura de sus hojas
los azotes de una gota de limón
Oh, Aceituna, musita el tallarín
¡Vete de aquí, ¿no ves que hieres mi orgullo?
replica la aceituna.
¿Acaso no sabes, Oh, amada
que por tí aceptaría
el estornudo de la crítica escopeta?
¡No tallarín, tu sacrificio no viene al caso!
Sólo enrróllate a mi cintura y espera
el paso de la nube.
Ha disparado una escopeta
en un vómito de ordenada y cromática procesión.
El Tallarín cae agujereado
y se respliega agónico
en el laberinto de sus intestinos.
La aceituna increpa a la escopeta.
pero ya es demasiado tarde.
La lechuga cubre el ensangrentado rostro del tallarín
y aúlla como una rata
con dolor de muuelas.
Y la escopeta vuelve a toser con su aguda nariz de zancudo
pulverizando su propio cráneo
a la altura de sus ojos de madera.
La aceituna rueda sobre un platillo
hasta detenerse
en un anillo de tuercas.
Cae el plato estrepitosamente
y pierdo el recuerdo de los hechos
hasta nuevo aviso.
E.D.A
Hay un tallarín ausente,
danzando en medio de una nube
despoblada de recuerdos.
Sus largos e inexistentes brazos
parecen dibujar una sonrisa.
Yo no puedo intuir el desborde
por el que su textura se disuelve.
Atenta veo acercarse
con el sigilo de una pantera
una escopeta
en un ataque de tos compulsiva.
Hay cercano al tallarín
una aceituna vetusta
las anchas y añosas arrugas que exhibe
contrastan indiferentes
con la pálida expresión de la lechuga
al recibir en la nervatura de sus hojas
los azotes de una gota de limón
Oh, Aceituna, musita el tallarín
¡Vete de aquí, ¿no ves que hieres mi orgullo?
replica la aceituna.
¿Acaso no sabes, Oh, amada
que por tí aceptaría
el estornudo de la crítica escopeta?
¡No tallarín, tu sacrificio no viene al caso!
Sólo enrróllate a mi cintura y espera
el paso de la nube.
Ha disparado una escopeta
en un vómito de ordenada y cromática procesión.
El Tallarín cae agujereado
y se respliega agónico
en el laberinto de sus intestinos.
La aceituna increpa a la escopeta.
pero ya es demasiado tarde.
La lechuga cubre el ensangrentado rostro del tallarín
y aúlla como una rata
con dolor de muuelas.
Y la escopeta vuelve a toser con su aguda nariz de zancudo
pulverizando su propio cráneo
a la altura de sus ojos de madera.
La aceituna rueda sobre un platillo
hasta detenerse
en un anillo de tuercas.
Cae el plato estrepitosamente
y pierdo el recuerdo de los hechos
hasta nuevo aviso.
E.D.A