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Historia de un refrán.

Tuvo una vez
el rey Salomón,
un gran dilema,
que no sabemos;
si cómo rey,
o cómo juez lo tuvo,
pero lo tuvo.
Para aliviarle el tema,
para avisarle del problema,
ya estaba su consejero.
Y yo avisaros quiero:
qué no era de tontos su consejo,
no,no lo era.
Lo digo con el compromiso,
de no herir a cualquiera.
Pero vayamos al grano,
al grano de la justicia,
del gran rey Salomón.
Entró a juicio un creyente,
tan creyente que creía,
que Dios lo nombró,
para acusar a cualquiera,
que osara por un momento,
amenazar su despensa.
Pidió para él;leña,antorcha y fuego,
para ese pobre osado,
que no creía en Dios.
En muchas cosas calló el hombre,
pero en el juicio pensó;
exista Dios o no exista,
el que está en riesgo soy yo.
La cosa se volvió tensa´,
pues para administrar justicia,
pensó el rey Salomón,
sólo en la religión.
Pero estando, el rey y su consejero
reunidos,se le ocurrió al segundo,
lo que fue su mejor discurso.
Hasta él tuvo suerte,
y no digamos el ateo. Así lo declamó:
Si no halláis carne que cortar,
ni sangre que derramar,
¿cómo haréis justicia?
si ambos parecen justos,
y lo parecen sus ideas.
Después de deliberar,
nació de este juicio un refrán,
que muchos han olvidado,
y yo me atrevo a remarcar.

¡CADA LOCO CON SU TEMA!
 
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