Francisco Escobar Bravo
Miembro Conocido
- Salía de la mansión
a la calle cada día
porque entre cosas debía
comprar con mucha atención.
Era exigente el patrón,
un hombre de armas tomar.
Jugaba a juegos de azar
y siempre ganaba poco
según él, y como un loco
solía disparatar.
Me tocó ser ordenanza
de un fatuo, de un general
que no llegó a mariscal
porque el cargo hoy suena a chanza.
Mas no perdió la esperanza
de que volviese el oficio
si el ambiente era propicio,
pues general de brigada
era poco; más que nada,
tras dilatado servicio.
Era en Melilla, ciudad
con Marruecos por vecino.
Allí me llevó el Destino
por razones de mi edad.
La "mili", la soledad,
mis parientes tan lejanos
siendo mis padres ya ancianos,
me causaban depresión.
Mas siempre al pie del cañón
allí estuve dos veranos.
Año y medio en una nube,
como perdida la mente
en medio de tanta gente
hasta que hallé a mi querube.
Al mirarla es que hasta tuve
una extraña sensación,
como un golpe al corazón,
una muy grata sorpresa
que el alma me dejó presa
en una dulce prisión.
Con ella viví unos días
como nunca los viví,
fue entonces cuando cumplí
completas mis fantasías.
Recuerdos, melancolías
de lejana juventud;
cuando ya la senectud,
lo quieras o no te obliga,
se diga lo que se diga,
a una forzosa virtud.
El viejo por ser ya viejo
y el joven por ser novato
encuentran bastante ingrato
dar o recibir consejo.
Pero vivió mi pellejo
peligrosas aventuras,
los frutos de las locuras
de aquella edad juvenil.
No temes ni al proyectil
de un cañón si es que me apuras.
Mora de la morería,
como escribió Muñoz Seca,
provenía de La Meca
según a todos decía.
Y por fin llegó a ser mía
por un precio muy barato,
pues ajustándose el trato
como vulgar meretriz
fue casi una emperatriz
con quien pasé tan buen rato.
Ya he dicho que una locura
sin duda me dominó
y sin querer me metió
en arriesgada aventura.
Ni juego ni travesura,
porque me jugué la vida.
Fue arriesgada la partida,
por ser tan alta la apuesta
al estar ella dispuesta
conmigo a emprender la huída.
Su vida de prostituta
no era mucho de su agrado
y, estando yo enamorado,
me dispuse a la disputa.
Pero aquel hijo de puta
del moro, del proxeneta,
tuvo presta una escopeta,
me dirigió dos disparos.
No me alcanzó y, sin reparos,
le clavé mi bayoneta.
A matar llegué, señores,
por causa de una mujer;
son las cosas del querer,
la fuerza de los amores. -.
Yo se lo cuento, lectores,
por ser hoy San Valentín.
Del presidio en el jardín
relatos como el que acaba,
envuelto en una chilaba,
me contó un preso un sin fin.
a la calle cada día
porque entre cosas debía
comprar con mucha atención.
Era exigente el patrón,
un hombre de armas tomar.
Jugaba a juegos de azar
y siempre ganaba poco
según él, y como un loco
solía disparatar.
Me tocó ser ordenanza
de un fatuo, de un general
que no llegó a mariscal
porque el cargo hoy suena a chanza.
Mas no perdió la esperanza
de que volviese el oficio
si el ambiente era propicio,
pues general de brigada
era poco; más que nada,
tras dilatado servicio.
Era en Melilla, ciudad
con Marruecos por vecino.
Allí me llevó el Destino
por razones de mi edad.
La "mili", la soledad,
mis parientes tan lejanos
siendo mis padres ya ancianos,
me causaban depresión.
Mas siempre al pie del cañón
allí estuve dos veranos.
Año y medio en una nube,
como perdida la mente
en medio de tanta gente
hasta que hallé a mi querube.
Al mirarla es que hasta tuve
una extraña sensación,
como un golpe al corazón,
una muy grata sorpresa
que el alma me dejó presa
en una dulce prisión.
Con ella viví unos días
como nunca los viví,
fue entonces cuando cumplí
completas mis fantasías.
Recuerdos, melancolías
de lejana juventud;
cuando ya la senectud,
lo quieras o no te obliga,
se diga lo que se diga,
a una forzosa virtud.
El viejo por ser ya viejo
y el joven por ser novato
encuentran bastante ingrato
dar o recibir consejo.
Pero vivió mi pellejo
peligrosas aventuras,
los frutos de las locuras
de aquella edad juvenil.
No temes ni al proyectil
de un cañón si es que me apuras.
Mora de la morería,
como escribió Muñoz Seca,
provenía de La Meca
según a todos decía.
Y por fin llegó a ser mía
por un precio muy barato,
pues ajustándose el trato
como vulgar meretriz
fue casi una emperatriz
con quien pasé tan buen rato.
Ya he dicho que una locura
sin duda me dominó
y sin querer me metió
en arriesgada aventura.
Ni juego ni travesura,
porque me jugué la vida.
Fue arriesgada la partida,
por ser tan alta la apuesta
al estar ella dispuesta
conmigo a emprender la huída.
Su vida de prostituta
no era mucho de su agrado
y, estando yo enamorado,
me dispuse a la disputa.
Pero aquel hijo de puta
del moro, del proxeneta,
tuvo presta una escopeta,
me dirigió dos disparos.
No me alcanzó y, sin reparos,
le clavé mi bayoneta.
A matar llegué, señores,
por causa de una mujer;
son las cosas del querer,
la fuerza de los amores. -.
Yo se lo cuento, lectores,
por ser hoy San Valentín.
Del presidio en el jardín
relatos como el que acaba,
envuelto en una chilaba,
me contó un preso un sin fin.
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