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Juan Cantina

Arrimé al café de la esquina,
para verme con mis camaradas,
y cumplir con la ansiada rutina,
de los viernes, las siete pasadas.

Los encontré sentados, libando,
-sin compostura ni dignidades-
un fino “whisky” de contrabando
y conversando banalidades.

Ya sentado, brindé con presteza,
distendido, contento, optimista,
predispuesta al solaz mi cabeza,
a la charla y la chanza bromista.

Advertí, del todo despistado,
una incoherencia en el recinto
donde, siendo igual el decorado,
se sentía un ámbito distinto.

Me desentendí del parlamento
para comprender lo que ocurría,
y lo descubrí, en un momento,
cuando tanteé la melodía.

El piano se oía solitario,
pues nadie seguía su cadencia,
aquel golpeteo secundario
podía notarse por su ausencia.

Sencillo, no estaba Juan Cantina,
- bohemio tan parco como extraño -
faltaba su imagen anodina,
absorta en su eterno desengaño.

Siempre retraído, muy distante,
se sentaba solo frente al piano,
a escuchar el canto del cantante,
mientras divagaba en lo lejano.

Seguía el sonido con los dedos,
tocando a la par sobre la mesa,
- con intermitentes silbos quedos -
de inicio a final de toda pieza.

Por ser un asiduo concurrente,
de martes a sábado infaltable,
se extraña que ahora esté ausente
sin causa o explicación confiable.

Nadie sabe que le habrá pasado
ni siquiera acuden los rumores;
es apenas claro que ha dejado
solos en el piano a sus cantores.

¿Qué extraña ruta habrá seguido?
se aburrió, marchó y está ya lejos,
o ha, por desventura, fallecido
como pasa a tantos pobres viejos.

II

Recuerdan que vino ya hace años,
sombrío, beodo y compungido,
cargando tangibles desengaños,
y el rostro mohíno del vencido.

Tomó un taburete cerca al piano,
pidió le sirvieran que tomar;
mostrando un sufrir tan meridiano
que de desazón llenó el lugar.

Dos años mantuvo su rutina
de caña, canciones y agonías,
mas, cuentan que cierta bailarina
del ron le apartó por muchos días.

Se fue unos diez meses -tal parece-
sin que se supiera de sus pasos,
pero de repente un martes trece,
volvió con su pecho ya en pedazos.


Peor esta vez que en la primera,
tomó cabizbajo su banqueta,
y con pesadumbre lastimera
juró que se haría anacoreta…


Ahora, quince años han pasado,
el hombre dejó por fin su llanto,
y, cuentan que vive enamorado
de todo cantor y todo canto.

Hoy que nuevamente se ha perdido,
todos aseveran con certeza
que por una dama no ha partido,
dos mataron su alma y su entereza.

Al final noticias de su suerte,
llegarán mas tarde o mas temprano,
ojalá no sean de su muerte
y regrese pronto cerca al piano.

Nota: El piano al que se refiere este poema es el también conocido como rocola o gramola.
 
Última edición:

José Luis Blázquez

JURADO - MODERADOR de los Foros de Poética Clásica
Arrimé al café de la esquina,
para verme con mis camaradas,
y cumplir con la ansiada rutina,
de los viernes, las siete pasadas.

Los encontré sentados, libando,
-sin compostura ni dignidades-
un fino “whisky” de contrabando
y conversando banalidades.

Ya sentado, brindé con presteza,
distendido, contento, optimista,
predispuesta al solaz mi cabeza,
a la charla y la chanza bromista.

Advertí, del todo despistado,
una incoherencia en el recinto
que a pesar de su hueco decorado (11 sílabas)
denotaba un ámbito distinto.

Me desentendí del parlamento
para comprender lo que ocurría,
y lo descubrí, en un momento,
cuando tanteé la melodía.

El piano se oía solitario,
pues nadie seguía su cadencia,
aquel golpeteo secundario
podía notarse por su ausencia.

Sencillo, no estaba Juan Cantina,
- bohemio tan parco como extraño -
faltaba su imagen anodina,
absorta en su eterno desengaño.

Siempre retraído, muy distante,
se sentaba solo frente al piano,
a escuchar el canto del cantante,
mientras divagaba en lo lejano.

Seguía el sonido con los dedos,
tocando a la par sobre la mesa,
- con intermitentes silbos quedos -
de inicio a final de toda pieza.

Por ser un asiduo concurrente,
de martes a sábado infaltable,
se extraña que ahora esté ausente
sin causa o explicación confiable.

Nadie sabe que le habrá pasado
ni siquiera acuden los rumores;
es apenas claro que ha dejado
solos en el piano a sus cantores.

¿Qué extraña ruta habrá seguido?
se aburrió, marchó y está ya lejos,
o ha, por desventura, fallecido
como pasa a tantos pobres viejos.

II

Recuerdan que vino ya hace años,
sombrío, beodo y compungido,
cargando tangibles desengaños,
y el rostro mohíno del vencido.

Tomó un taburete cerca al piano,
pidió le sirvieran que tomar;
mostrando un sufrir tan meridiano
que de desazón llenó el lugar.

Dos años mantuvo su rutina
de caña, canciones y agonías,
mas, cuentan que cierta bailarina
del ron le apartó por muchos días.

Se fue unos diez meses -tal parece-
sin que se supiera de sus pasos,
pero de repente un martes trece,
volvió con su pecho ya en pedazos.


Peor esta vez que en la primera,
tomó cabizbajo su banqueta,
y con pesadumbre lastimera
juró que se haría anacoreta…


Ahora, quince años han pasado,
el hombre dejó por fin su llanto,
y, cuentan que vive enamorado
de todo cantor y todo canto.

Hoy que nuevamente se ha perdido,
todos aseveran con certeza
que por una dama no ha partido,
dos mataron su alma y su entereza.

Al final noticias de su suerte,
llegarán mas tarde o mas temprano,
ojalá no sean de su muerte
y regrese pronto cerca al piano.

Nota: El piano al que se refiere este poema es el también conocido como rocola o gramola.

Muy descriptivo poema, al que debes revisar el verso que te destaco para poder pasarlo a la fase de votación.

Un abrazo.
 
Impresionantes versos, hermosos, sentenciosos y muy descriptivos del desamor, quizás vuelva a escuchar sus viejas canciones esperando un nuevo rayo de sol. Felicitaciones Jorge por esta maravillosa poesía, saludos amigo poeta
 
Impresionantes versos, hermosos, sentenciosos y muy descriptivos del desamor, quizás vuelva a escuchar sus viejas canciones esperando un nuevo rayo de sol. Felicitaciones Jorge por esta maravillosa poesía, saludos amigo poeta

Muchas gracias Daniel por tan amables palabras y por la reputación que me regalas. Ambas manifestaciones me llenan de alegría.

Juan Cantina representa a muchos desamparados del amor que he conocido y que ahogan su dolor entre música y licor.

Un abrazo.
 

SANDRA BLANCO

Administradora - JURADO
Arrimé al café de la esquina,
para verme con mis camaradas,
y cumplir con la ansiada rutina,
de los viernes, las siete pasadas.

Los encontré sentados, libando,
-sin compostura ni dignidades-
un fino “whisky” de contrabando
y conversando banalidades.

Ya sentado, brindé con presteza,
distendido, contento, optimista,
predispuesta al solaz mi cabeza,
a la charla y la chanza bromista.

Advertí, del todo despistado,
una incoherencia en el recinto
donde, siendo igual el decorado,
se sentía un ámbito distinto.

Me desentendí del parlamento
para comprender lo que ocurría,
y lo descubrí, en un momento,
cuando tanteé la melodía.

El piano se oía solitario,
pues nadie seguía su cadencia,
aquel golpeteo secundario
podía notarse por su ausencia.

Sencillo, no estaba Juan Cantina,
- bohemio tan parco como extraño -
faltaba su imagen anodina,
absorta en su eterno desengaño.

Siempre retraído, muy distante,
se sentaba solo frente al piano,
a escuchar el canto del cantante,
mientras divagaba en lo lejano.

Seguía el sonido con los dedos,
tocando a la par sobre la mesa,
- con intermitentes silbos quedos -
de inicio a final de toda pieza.

Por ser un asiduo concurrente,
de martes a sábado infaltable,
se extraña que ahora esté ausente
sin causa o explicación confiable.

Nadie sabe que le habrá pasado
ni siquiera acuden los rumores;
es apenas claro que ha dejado
solos en el piano a sus cantores.

¿Qué extraña ruta habrá seguido?
se aburrió, marchó y está ya lejos,
o ha, por desventura, fallecido
como pasa a tantos pobres viejos.

II

Recuerdan que vino ya hace años,
sombrío, beodo y compungido,
cargando tangibles desengaños,
y el rostro mohíno del vencido.

Tomó un taburete cerca al piano,
pidió le sirvieran que tomar;
mostrando un sufrir tan meridiano
que de desazón llenó el lugar.

Dos años mantuvo su rutina
de caña, canciones y agonías,
mas, cuentan que cierta bailarina
del ron le apartó por muchos días.

Se fue unos diez meses -tal parece-
sin que se supiera de sus pasos,
pero de repente un martes trece,
volvió con su pecho ya en pedazos.


Peor esta vez que en la primera,
tomó cabizbajo su banqueta,
y con pesadumbre lastimera
juró que se haría anacoreta…


Ahora, quince años han pasado,
el hombre dejó por fin su llanto,
y, cuentan que vive enamorado
de todo cantor y todo canto.

Hoy que nuevamente se ha perdido,
todos aseveran con certeza
que por una dama no ha partido,
dos mataron su alma y su entereza.

Al final noticias de su suerte,
llegarán mas tarde o mas temprano,
ojalá no sean de su muerte
y regrese pronto cerca al piano.

Nota: El piano al que se refiere este poema es el también conocido como rocola o gramola.

Wooowww que historia Jorge,un poema muy bien llevado con una singular historia que atrapa,me encantaron tus versos,un gusto leerte,gracias por compartir,un beso grande.
 

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