Jorge Toro
Miembro Conocido
Pregonan ciertas personas
-reconocidas fisgonas-
con ínfulas de eruditas
y simuladas risitas
que debiera darme el chance
de buscar algún romance
y de organizar mi vida
-que adjetivan mal vivida-
con una dama hacendosa
que se convierta en mi esposa.
Les respondo que es locura,
mi actitud no tiene cura,
soy solterón convencido
-por la experiencia curtido-
que camino por la vida
sin arneses y sin brida;
y que plazco mis afanes
en recónditos divanes
con mujeres complacientes
-de moralidad ausentes-
que disfrutan cada cita
con el gozo que amerita.
Confío en que mi cordura
no mengüe o pierda hondura
por restringir las ternuras
a cálidas aventuras
con mujeres libertinas
que en veladas clandestinas
son casuales compañeras
de experiencias placenteras
sin que aquello signifique
que ninguna se complique
dando lugar a ilusiones
cuando no existen razones.
Vale bien que se recuerde
todo el tiempo que se pierde
con tareas harto necias
y burlescas peripecias
en favor de un amorío
que provoca solo frío
después del feliz momento
en que ese deseo -hambriento-
en pareja se desfoga,
mientras el silencio ahoga
las verdades más sentidas
que separan ambas vidas
porque apuntan a ideales
en esencia desiguales.
Prefiero, siendo sincero,
el ser casual compañero
de una erótica señora
que no asfixia ni enamora,
pero que en mágico vuelo
me hace llegar hasta el cielo;
lo que en nada significa
que la quiera hacer mi chica
o que le entregue un derecho
para meterse en mi lecho
y vivir en mi morada
por alguna temporada.
Se la quiere y se respeta
sin que aquello me someta
mi espacio y mi libertad
-indivisible unidad-
que disfruto y que valoro
por pensar que son tesoro,
y también el escenario
donde vivo con mi horario
y respondo a mis labores
sin censores, auditores,
y menos cualquier señora
con aires de inquisidora.
Que todos entiendan claro
-así les parezca raro-
voy a continuar soltero
simplemente porque quiero;
y no estoy interesado
en alterar este estado
que valoro y saboreo
cuando a tantos hombres veo
cargando con una vida
insípida y constreñida
por culpa de una locura
legalizada ante un cura
o un papel de notaría
en un malhadado día.
Callen ya la cantaleta
y en mi vida nadie meta
sus estúpidas narices
de envidiosos infelices.
-reconocidas fisgonas-
con ínfulas de eruditas
y simuladas risitas
que debiera darme el chance
de buscar algún romance
y de organizar mi vida
-que adjetivan mal vivida-
con una dama hacendosa
que se convierta en mi esposa.
Les respondo que es locura,
mi actitud no tiene cura,
soy solterón convencido
-por la experiencia curtido-
que camino por la vida
sin arneses y sin brida;
y que plazco mis afanes
en recónditos divanes
con mujeres complacientes
-de moralidad ausentes-
que disfrutan cada cita
con el gozo que amerita.
Confío en que mi cordura
no mengüe o pierda hondura
por restringir las ternuras
a cálidas aventuras
con mujeres libertinas
que en veladas clandestinas
son casuales compañeras
de experiencias placenteras
sin que aquello signifique
que ninguna se complique
dando lugar a ilusiones
cuando no existen razones.
Vale bien que se recuerde
todo el tiempo que se pierde
con tareas harto necias
y burlescas peripecias
en favor de un amorío
que provoca solo frío
después del feliz momento
en que ese deseo -hambriento-
en pareja se desfoga,
mientras el silencio ahoga
las verdades más sentidas
que separan ambas vidas
porque apuntan a ideales
en esencia desiguales.
Prefiero, siendo sincero,
el ser casual compañero
de una erótica señora
que no asfixia ni enamora,
pero que en mágico vuelo
me hace llegar hasta el cielo;
lo que en nada significa
que la quiera hacer mi chica
o que le entregue un derecho
para meterse en mi lecho
y vivir en mi morada
por alguna temporada.
Se la quiere y se respeta
sin que aquello me someta
mi espacio y mi libertad
-indivisible unidad-
que disfruto y que valoro
por pensar que son tesoro,
y también el escenario
donde vivo con mi horario
y respondo a mis labores
sin censores, auditores,
y menos cualquier señora
con aires de inquisidora.
Que todos entiendan claro
-así les parezca raro-
voy a continuar soltero
simplemente porque quiero;
y no estoy interesado
en alterar este estado
que valoro y saboreo
cuando a tantos hombres veo
cargando con una vida
insípida y constreñida
por culpa de una locura
legalizada ante un cura
o un papel de notaría
en un malhadado día.
Callen ya la cantaleta
y en mi vida nadie meta
sus estúpidas narices
de envidiosos infelices.