La Rita, había sido mi primera conquista. Cuando la conocí ella tenía como 3 añitos y yo unos 5 o algo por el estilo. ¡Puchas que era linda! Juro que por aquellos andurriales no había loquita más preciosa. Yo pasaba horas contemplándola y cada gesto suyo, era para mi un motivo de risa contagiosa. Vivía al frente de la casa de mis padres y yo pasaba tardes enteras en su patio trasero, jugando con ella entre las frondosas matas de lilas. Cuando mi madre me necesitaba para algo, ya sabía donde encontrarme. Entraba por el portón del fondo gritando:
-¡Permiso vecina!-, al tiempo que se dirigía rápidamente hacia los macizos de flores, antes de que consiguiera escabullirme. Con la experiencia que da la práctica, su mano aterrizaba certeramente en mi oreja y me llevaba casi en el aire hasta nuestra casa, al tiempo que musitaba “amorosamente”:
-¡Con que enamorado el perla y con los mocos colgando! Ja. Cuando aprendas a limpiarte la ñata, ahí recién podrás mirar a las chiquillas. ¿Me oíste?-.
Pero, mi madre no contaba con una ley más vieja que el hilo negro. La ley física de la atracción de los cuerpos. La Rita, si pasaba más de una hora sin verme, armaba las de zamba y canuta y era tan grande el alboroto que provocaba, que a nuestra querida vecina no le quedaba más remedio que ir a buscarme:
-Vecina, ¿Por qué no le da permiso al nene para que vaya a jugar con mi niña, para que me deje hacer las cosas?-.
Mi madre, al tiempo que me dirigía una mirada asesina respondía cordialmente:
-¡Claro vecinita, al tiro se lo mando!-.
Ahí salía yo con cara de perro ahogado, haciéndome el de las chacras.
-¡Y te portas bien, me oíste!-
-¡Si mami!-.
La verdad, no es que me hiciera el tonto.¡Era re tonto!
La Rita sabía cosas que yo nunca hubiera imaginado y mis recuerdos afloran como si todo hubiera sucedido ayer. No es que tenga una súper memoria, sino, la "paliza" que me dio mi vieja no dejó que los hechos desaparecieran de mi mente, durante mucho tiempo…
Un mal día, a la Rita se le ocurrió que le mostrara el “pajarito” y a cambio, ella me dejaría ver su “capullito”. Después de hacerme de rogar un rato y más colorado que un tomate, procedí a desnudar aquello que, según yo, solo servía para mojar la cama y que me había hecho acreedor, a un sin número de castigos. Después de varios, "¡Oh, my God!", o algo por el estilo, la Rita procedió a mostrarme sus secretos y ahí fue donde quedó la crema. Con las matas de lilas, como únicas testigos, recuerdo que le pregunté:
-¿Y si le echamos tierrita?-. Y sin esperar respuesta, le fui taponando tierra hasta que un grito me hizo saltar: Era la mamá de la Rita que me estaba avisando:
-¡Mijito, su mamá lo está llamando!-. De un salto salí corriendo y no paré hasta llegar a mi casa con la lengua afuera. Mi madre, se percató al instante de que tenía las manos sucias de tierra y dirigiéndome una mirada irónica, gritó sarcástica:
-¡Mi pobre angelito!. Llega cansado de la pega y todo cochino el perla. ¡Partiste a lavarte para que tomes tu leche, antes que…!-
Recuerdo que estaba feliz tomándome la papa, olvidados ya los últimos acontecimientos, cuando escuché la voz de la mamá de la Rita que invitaba: -¡Vecina!. ¿Podría venir un ratito?-
Al rato, volvió extrañamente amable musitando suavemente: - Vamos a ir un momento a la casa del frente y volvemos al tiro. ¿Ya?-
-¡Ya mamita linda!-, grité entusiasmado. ¡Que rico! Vería a la Rita por última vez antes de irme a la camita.
No recuerdo claramente como sucedieron los hechos, pero me veo entre las 2 mujeres con la vista clavada en el suelo. Lo que no olvidé nunca, es que la "paliza" que me dio mi madre me mantuvo alejado de las chicas por varios meses. Me tomó mucho tiempo comprender el porqué del castigo.
Mi padre, cuando se enteró, esbozó un discurso para defender a su regalón, tan débil, que ni el mismo se lo creyó. Durante años, cada vez que yo hacía alguna petición media descabellada, me espetaba burlonamente:
-¿Y por que mejor, no vas a jugar con tierra?-