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La forja de EL QUIJOTE

La locura enajena al caballero
que la vasta llanura va cruzando.
A su vera va Sancho, sobre el rucio;
la solana feroz riega los campos
de ese seco calor que hay en La Mancha
cuando llegan los días del verano.
¿Dónde irás, caballero, en tu montura,,
vieja estampa de tiempos olvidados?
- ¡A buscar el amor de Dulcinea,
a vencer con la fuerza de mi brazo
a cuantos malandrines se me enfrenten
aunque vengan con trucos, con engaños! -.
El buen Sancho medita y dice nada,
ya conoce los sueños de aquel amo.
O locura, quizás, pero él lo tiene
por un hombre leído y hasta sabio.
Pero duda si acaso en su cabeza
sólo existan los brujos y los magos
que le dice que ve cuando le afirma
que son huestes de moros los rebaños.
Rocinante no trota, va cansino,
sus años de galope ya pasaron
por más que a veces quiera Don Quijote
alas darle a sus remos sin lograrlo.
Barataria está lejos todavía,
de que exista lo ignora todo Sancho.
Caminar hoy les toca tan tranquilos,
sin saber ni de duelos ni quebrantos.
La leyenda está cerca, mas hay tiempo,
Don Miguel todavía está en Lepanto.
Esperemos que venza en la batalla.
El mejor libro, ¡escrito por un manco!
 
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