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LA MISMA COSA (Continuaciòn de La Cosa)

Después de tanto tiempo de esperar inútilmente la cosa, ¿la recuerdan? ¡Al fin! ¡Por fin la volví a encontrar!

Ya hacia tiempo que la había dejado de esperar, ya me había cansado de seguir a ese personaje tan peculiar. Sí, ese que primero la tiró y después me la “robó” Ya había dejado de seguirlo pensando que éste había decidido al fin retenerla, y que el pensar que podría deshacerse de ella otra vez no había sido más que un deseo inconciente de volver a poseerla.

Pues sí, como ya lo había dicho, ya me había resignado a perderla, y había dejado de esperar.

Confieso que el pensar que ya había perdido definitivamente la esperanza de volver a tener esta cosa entre mis manos, que ya ni siquiera podría volver a verla, me ponía triste. Triste al recordar su tersa piel, su fino porte, su belleza que en determinado momento pensé imperecedera.

Recordaba el tiempo que la tuve conmigo. Lo feliz que era, y con infinita ternura recordaba los besos que con amor le dí.

Pero poco a poco me invadió el olvido. Esa característica que tiene la mente humana para protegerse de que las frustraciones, sobre todo las ocasionadas por amor, le provoquen la alienación. La enajenen al grado de volverla loca.

Sí, la recordaba con melancolía, pero me confortaba pensando que si este individuo había decidido quedarse al fin con esa cosa, ahora sí la cuidaría, la protegería y quizá le brindaría un poco de amor, aunque seguramente no el que yo le brindé.

Y así pasaron algunos años. Yo seguía buscando entre el insensato tráfico de los humanos, un camino que me condujera al verdadero amor como ya lo había mencionado. Tocando este punto, diré que, aunque sigo buscando, ya es con menos ímpetu que antaño, incluso diría que ya casi resignado a terminar mis días sin haberlo logrado.

En fin, continuaré. Pues así iba yo, cuando en algún lugar de esta vida -fue en un parque, lo recuerdo- caminaba yo con cierta apatía acompañado de algunos amigos cuando de repente la miré. ¡Tirada! Otra vez de vuelta en el arroyo del desdén y el olvido. El corazón me dio un vuelco en el pecho al reconocerla. Y por un momento sentí renacer en mí todo el interés que ya antes había sentido por esa cosa.

Una vocecita dentro de mi, me dijo: “Hela allí, el gran amor de tu vida. Aquella cosa por la que incluso habías dado un vuelco a tu existencia. La causante de tanto sufrimiento, por la que tanto habías soñado”.

Y me acerqué, con cierto temor extendí mi mano, y al tocarla sentí un escalofrío. La había reconocido por el nombre grabado en ella con caracteres finos, dorados ¿recuerdan? Pero ahora tenía otras iniciales marcadas en ella, torpes, groseras, que se veía habían sido grabadas con torpeza, sin delicadeza, y encimadas trataban de ocultar el nombre anterior de a quién había pertenecido. Lo único que hacían era afearla. Se veía tal cual lo había pronosticado.

Y sentí ganas de llorar. ¡Aquella cosa por la que me había ilusionado en algún tiempo!, ¡aquella cosa que me había hecho soñar despierto!, ¡aquella cosa que tanto había añorado! y por la cual había sufrido, allí estaba. Ajada, maltratada, desteñida, manoseada, casi rota. Sin ninguno de sus atributos que yo le conocí. Y sentí mucha pena.

Era algo que casi no se reconocía. Quizá yo la reconocí debido al amor que en cierto tiempo sentí por esa cosa. Quizá la intuición me decía que era ella, la cosa que tanto había querido, y que ahora, al fin, quizá podría yo ser su dueño.

Tuve deseos de preguntarle qué le había sucedido, qué le había pasado. Pero sería inútil, no me contestaría ¿verdad? Y pensé: ¿La llevaría conmigo otra vez? ¿Podría restituirle su belleza? ¿Renacería el amor que una vez le tuve? ¿Podría eliminar esas marcas groseras de su piel sin que quedara vestigio alguno? O, simplemente como lo pensé aquella vez ¿la recogería y después la lanzaría en algún cajón olvidándome de ella?

Bueno, pensé sorprendiéndome a mi mismo, ¿qué caso tendría? Restaurarla, ya se veía, sería imposible. No había solución.

Posiblemente entre la gente que, se notaba, había rodado últimamente, existiera quién pudiera aprovecharla. Desde luego, ¿qué podría poner en ella? Nada. Quizá la llenaría de objetos sin valor. Porquerías, obscenidades o alguna otra cosa que nada valdría. Sea como fuere, de algo estoy seguro, el trato que se le diere no sería con cuidados, con ternura, como el trato que yo le dí.

Posiblemente sea una de esas cosas que nacen con un sino marcado, cuyo destino es rodar de mano en mano sin encontrar jamás quién les de un trato amable. Y cuando encuentran a alguien que les brinda un trato adecuado, el destino ¿o quién?, provoca que de alguna u otra manera se alejen uno del otro.

Quizá estas cosas nos la da el destino para enseñarnos algo, como adquirir valores que en algún momento desconozcamos, o los tengamos distorsionados.

Pensando esto tuve deseos de llevarla conmigo, hipócritamente mostrar unos sentimientos que ya no sentía. Mostrar una bondad que estaba muy lejos de poseer.

Y sucedió lo otro, que también ya estaba previsto. La miré –aunque no de reojo- y allí la dejé. Pude haberla llevado conmigo pero… yo no colecciono cosas inservibles.
 

MARIPOSA NEGRA

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ahh mira Ruben, interesantes vuelcos de la conciencia que nos muestras, por un lado el anhelo antiguo de poseer esa "cosa" y por otro la convicción de saber que nada sería igual, que tal vez ahora solo la tendrías para cumplir un antiguo capricho, excelente tema, un enorme placer leerte, besos
 
Mariposa, muchas gracias. Es un placer que una poetisa tan grande como tù (y otros mas del bloque) se tomen la molestìa de Opinar sobre mis humildes letras.
 

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