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La oruga que se nego a vivir

Era un gran bosque con una fauna y flora algo extensa. Su gran arboleda cobijaba una serie de aves e insectos de una gran variedad.

Entre las ramas de un gran árbol se encontraron dos orugas, e hicieronse amigas.

Pasaban el día jugando y platicando además de protegerse de los animales depredadores de estos.

Comentaban entre ellas el gran peligro en el que vivían. Las aves y los roedores le producían a una de estas orugas un gran temor.

Al paso de algún tiempo y llegado el momento en que tendrían que prepararse como crisálidas, se despedían y la oruga temerosa comento que tenía miedo. Miedo de que al estar colgando entre las ramas dentro del capullo, sin ver si era atacada por algún depredador y no poder huir.

La otra oruga trataba de convencerla, y le decía que tenían que seguir su ciclo de vida. Y el siguiente paso era ese. Convertirse en crisálidas.

La oruga temerosa, respondía que ese era otro de sus temores. ¿Y después de eso qué?

No sabían que seguía, y se le figuraba que eso era como ponerse a merced de los depredadores y no tener defensa alguna.

Sì, sentía que tenía que hacerlo. Pero su miedo era demasiado grande y se lo impedía.

Al fin se separaron y la oruga temerosa, bajo al ras del suelo a buscar donde esconderse de los depredadores y evitar la tentación de crear su capullo.

Todos los días se asomaba de su escondite y observaba con mucha atención al capullo en el que su amiga se había encerrado. Y al principio pensó que su decisión de no encerrarse había sido correcta.

Creía que en cualquier momento algún ave atacaría a su amiga y la devoraría.

Al paso de algunos días empezó a sentirse muy débil y enferma, pero no dejaba de observar el capullo de su amiga. Quería ver después de “eso” que seguía.

Al fin llego el día en que por la mañana el capullo comenzó a abrir. La oruga temerosa ya casi para morir, vio salir una hermosa mariposa de llamativos colores. En realidad, demasiado hermosa. La llamó.

Amiga –dijo con voz trémula- Allí de donde saliste, estaba una oruga, como yo, ¿de casualidad sabes si se encuentra todavía?

¡Soy yo! ¿No me reconoces?

¡Cómo…!

Si amiga, soy yo. Y ahora entiendo el porque de esa necesidad de encerrarse en un capullo de seda.

Y ahora el instinto me dice que debo volar de flor en flor y…

¡Ayúdame! –dijo la oruga moribunda- Me siento débil y no creo poder crear un capullo, pero si me ayudas me encerraré en el que abandonas y quizá lo logre.

No puedo –dijo la mariposa- Ahora soy más débil que cuando fui oruga y no podría siquiera moverte. Y creo que para lograr el cambio tendrías que elaborarlo por ti misma. Adiós amiga y… suerte. El instinto me empuja.

Y la mariposa emprendió el vuelo Mientras aquella que se negó a vivir para lo que había nacido, terminaba su vida en su escondrijo. Su prisión construida por ella misma.

El miedo a tomar riesgos para vivir, el miedo a un cambio de vida que se desconoce, si es demasiado grande al grado de acobardarnos e impedirnos seguir hacia adelante, puede provocarnos una muerte prematura, física o espiritual.

Dicen que “el que no arriesga, no gana”. Se fuerte y avanza hacia adelante. Nadie sabe que encontrara en su camino. Tú, avanza, no importando si tu camino será arduo o fácil. Es un ciclo de vida en el que avanzas o feneces.

Rubèn Fontes “el loco”

19 de agosto del 2015
 

SANDRA BLANCO

Administradora - JURADO
Era un gran bosque con una fauna y flora algo extensa. Su gran arboleda cobijaba una serie de aves e insectos de una gran variedad.

Entre las ramas de un gran árbol se encontraron dos orugas, e hicieronse amigas.

Pasaban el día jugando y platicando además de protegerse de los animales depredadores de estos.

Comentaban entre ellas el gran peligro en el que vivían. Las aves y los roedores le producían a una de estas orugas un gran temor.

Al paso de algún tiempo y llegado el momento en que tendrían que prepararse como crisálidas, se despedían y la oruga temerosa comento que tenía miedo. Miedo de que al estar colgando entre las ramas dentro del capullo, sin ver si era atacada por algún depredador y no poder huir.

La otra oruga trataba de convencerla, y le decía que tenían que seguir su ciclo de vida. Y el siguiente paso era ese. Convertirse en crisálidas.

La oruga temerosa, respondía que ese era otro de sus temores. ¿Y después de eso qué?

No sabían que seguía, y se le figuraba que eso era como ponerse a merced de los depredadores y no tener defensa alguna.

Sì, sentía que tenía que hacerlo. Pero su miedo era demasiado grande y se lo impedía.

Al fin se separaron y la oruga temerosa, bajo al ras del suelo a buscar donde esconderse de los depredadores y evitar la tentación de crear su capullo.

Todos los días se asomaba de su escondite y observaba con mucha atención al capullo en el que su amiga se había encerrado. Y al principio pensó que su decisión de no encerrarse había sido correcta.

Creía que en cualquier momento algún ave atacaría a su amiga y la devoraría.

Al paso de algunos días empezó a sentirse muy débil y enferma, pero no dejaba de observar el capullo de su amiga. Quería ver después de “eso” que seguía.

Al fin llego el día en que por la mañana el capullo comenzó a abrir. La oruga temerosa ya casi para morir, vio salir una hermosa mariposa de llamativos colores. En realidad, demasiado hermosa. La llamó.

Amiga –dijo con voz trémula- Allí de donde saliste, estaba una oruga, como yo, ¿de casualidad sabes si se encuentra todavía?

¡Soy yo! ¿No me reconoces?

¡Cómo…!

Si amiga, soy yo. Y ahora entiendo el porque de esa necesidad de encerrarse en un capullo de seda.

Y ahora el instinto me dice que debo volar de flor en flor y…

¡Ayúdame! –dijo la oruga moribunda- Me siento débil y no creo poder crear un capullo, pero si me ayudas me encerraré en el que abandonas y quizá lo logre.

No puedo –dijo la mariposa- Ahora soy más débil que cuando fui oruga y no podría siquiera moverte. Y creo que para lograr el cambio tendrías que elaborarlo por ti misma. Adiós amiga y… suerte. El instinto me empuja.

Y la mariposa emprendió el vuelo Mientras aquella que se negó a vivir para lo que había nacido, terminaba su vida en su escondrijo. Su prisión construida por ella misma.

El miedo a tomar riesgos para vivir, el miedo a un cambio de vida que se desconoce, si es demasiado grande al grado de acobardarnos e impedirnos seguir hacia adelante, puede provocarnos una muerte prematura, física o espiritual.

Dicen que “el que no arriesga, no gana”. Se fuerte y avanza hacia adelante. Nadie sabe que encontrara en su camino. Tú, avanza, no importando si tu camino será arduo o fácil. Es un ciclo de vida en el que avanzas o feneces.

Rubèn Fontes “el loco”

19 de agosto del 2015

Preciosa historia Ruben con un mensaje extraordinario y muy certero amigo,me encanto tu relato,un gusto leerte,gracias por compartir,un beso grande.
 
Es un placer tu paso por estas humildes letras querido amigo Jurcan, y un enorme gusto recibir tus motivantes comentarios. Como siempre sè feliz, Dios te bendiga y recibe un ferte abrazo.
 
Querida amiga Maru, Cierto hay que arriesgar, aunque el miedo nos quiera paralizar. De todos modos no de todas las orugas saldran bellas mariposas. Un placer tu paso y muy agradable el poder desearte lo mejor de la vida. Recibe un fuerte abrazo y un beso.
 

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