SANDRA BLANCO
Administradora - JURADO
La primera vez que fui tuya
La primera vez que fui tuya
todavía hoy lo recuerdo,
fuiste desvistiendo mi ropa
y me vestiste con tu cuerpo,
deshojaste los velos del alma
con movimientos tan lentos,
que me recorrieron con tu amor
tatuando mil sentimientos.
La primera vez que fui tuya
sentí el trinar de los cielos,
las nubes se tiñeron de oro
y tus manos de terciopelo,
mi cabello ensortijado
caía sobre mis senos
y te aferrabas a mi cintura
envolviéndome en tu fuego.
La primera vez que fui tuya
develaste tantos misterios
y me sembraste en los labios
tu sabor de caramelo,
el aroma de tu piel
escalo por mis senderos
y se pegaron a mi cuerpo
sembrando suspiros nuevos.
La primera vez que fui tuya
habité la tierra y el cielo
y se descolgó del horizonte
un centenar de mil te quieros,
de miradas centellantes,
de susurros y jadeos
de sublimes sensaciones
que crearon un sentir nuevo.
La primera vez que fui tuya
fue pura pasión y fuego
mezclada con el amor
que nacía entre los dedos
de estas manos que se unían
para siempre en sosiego
enlazando el corazón
con los versos y el tintero.
La primera vez que fui tuya
todavía hoy lo recuerdo,
fuiste desvistiendo mi ropa
y me vestiste con tu cuerpo,
deshojaste los velos del alma
con movimientos tan lentos,
que me recorrieron con tu amor
tatuando mil sentimientos.
La primera vez que fui tuya
sentí el trinar de los cielos,
las nubes se tiñeron de oro
y tus manos de terciopelo,
mi cabello ensortijado
caía sobre mis senos
y te aferrabas a mi cintura
envolviéndome en tu fuego.
La primera vez que fui tuya
develaste tantos misterios
y me sembraste en los labios
tu sabor de caramelo,
el aroma de tu piel
escalo por mis senderos
y se pegaron a mi cuerpo
sembrando suspiros nuevos.
La primera vez que fui tuya
habité la tierra y el cielo
y se descolgó del horizonte
un centenar de mil te quieros,
de miradas centellantes,
de susurros y jadeos
de sublimes sensaciones
que crearon un sentir nuevo.
La primera vez que fui tuya
fue pura pasión y fuego
mezclada con el amor
que nacía entre los dedos
de estas manos que se unían
para siempre en sosiego
enlazando el corazón
con los versos y el tintero.